En la campaña presidencial de 1992 en EEUU el gobernador Bill Clinton se enfrentaba al presidente en ejercicio, George W. Bush. Clinton necesitaba un argumento disruptivo para su campaña, y es así que su estratega, James Carville, le aconsejó focalizarse en aquellos aspectos que repercuten en la vida cotidiana. “¡It’s the Economy, stupid!”, asociado al creciente nivel de desempleo, fue uno de los tres puntos clave adoptados y que lo acompañaron a la victoria.
El presidente Macri convocó a consensuar sobre “10 puntos” que considera “imprescindibles” para despejar inquietudes sobre la crisis que atraviesa el país. A los ojos de un economista, esto se lee así: “mientras el ingreso per cápita argentino se encuentra estancado en medio de una indefinición de identidad política, Chile lo duplica beneficiándose de una disociación entre la economía y la política que lleva casi 30 años”.
Si bien no es objeto de estas líneas hacer análisis de estrategias políticas, me atrevo a decir que la jugada ha sido muy bien planteada. No solo porque ha exigido a los potenciales candidatos a exponer sus posturas sobre estos criterios en los cuales claramente no va a haber consenso, sino también porque ha golpeado al grupo opositor en su punto más débil: el gasto público, el verdadero origen de la fragilidad actual. Casualidad o causalidad, el tópico que más nos preocupa a los argentinos el día de hoy, según las encuestadoras.
El análisis de los “10 puntos imprescindibles” se puede resumir sencillamente en uno solo: equilibrio fiscal. Sin déficit fiscal, no hay incentivos para inducir al BCRA a una emisión monetaria sin respaldo; o incurrir en un enorme endeudamiento. Sin exceso de emisión monetaria no hay inflación. Sin inflación no hay controles de precios, ni estadísticas poco confiables, ni pérdida de competitividad en la integración con el mundo. El pecado original es el desmesurado crecimiento del gasto público. Aquel que induce a mayor presión tributaria, y sistemas previsionales deficitarios. Según datos publicados por el Observatorio Fiscal Federal, el gasto público consolidado (incluye Nación, Provincias y Municipios) incrementó su participación sobre el PBI desde 28.5% en 2003 hasta el 46.6% en 2018. Tres nombres responsables de esta anomalía hoy son potenciales candidatos: Roberto Lavagna, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri.
Lavagna comenzó su gestión como ministro de Economía con dicho ratio en 28.5% y la finalizó en 29.3% en 2005. Este resultado no parece exagerado hasta que recordamos un crecimiento promedio del PBI del 9% durante su gestión. El gobierno de la ex presidenta K comenzó su mandato en 32.7% y lo finalizó con 47.1%. Esto significa que Cristina aportó 14.4% puntos, en tanto que la gestión kirchnerista 18.6%. Finalmente encontramos a Macri, quien comenzó su mandato en 47.1% en 2015, y que redujo al 46.6% hacia fines del 2018. Si bien es un resultado magro, es innegable que ha sido el único que reconoció el problema, como también encaminó un proceso hacia una solución.
Estará en las estrategias de los candidatos comentarnos sobre las medidas que adoptarán para redimir el “pecado original” de nuestra economía.