Un escrito resulta atemporal cuando se mantiene vigente aún en un futuro distante, ya que se fundamenta en el comportamiento básico de los hombres, aspecto que esencialmente no cambia durante el transcurso del tiempo.
Tal es el caso de la obra de Agustín Álvarez (1857-1914). Nacido en Mendoza, sobrevive al terremoto de 1861, aunque no así sus padres.
Sus escritos incluyen una descripción de los políticos y de la sociedad de su tiempo, pudiéndose encuadrar en la psicología social, aunque se lo recuerda como sociólogo, por cuanto aquélla era una ciencia social de reciente inicio.
José Ingenieros escribió: "Era un escritor social y un moralista. Los problemas políticos se reducían, en suma, para él, a problemas morales; creía imposible su solución mientras no se creara un nuevo mundo moral que subvirtiese los valores presentes. La democracia, el parlamentarismo, el sufragio, parecíanle ficciones o fantasías en pueblos incapaces de libertad. Esta fuerza moral es imposible de crear en los hombres por el simple reconocimiento escrito de sus derechos electorales; exige un nivel intelectual que permita comprender los asuntos de interés público y requiere una larga práctica que establezca nuevas costumbres, antítesis de la improvisación..."
Tal fue el pensamiento de este ilustre argentino, tales sus doctrinas, su carácter, su obra, su vida. No tuvo dos morales, una para sí mismo y otra para los demás. Pensó su vida y vivió sus ideas, hasta la fecha de su muerte, 15 de febrero de 1914. Su vasta obra de pensador y de apóstol se levantó entera sobre los cuatro sillares inconmovibles de su espíritu: la libertad para la democracia, la ciencia para la vida, la moral para la educación y la justicia para la sociedad" (De "Sociología argentina" - Editorial Losada SA - Buenos Aires, 1946).
En cuanto a los políticos de su tiempo, Agustín Álvarez escribía: "Dividir a los hombres en bien intencionados y mal intencionados es un progreso, sin duda, con relación a la antigua división en patriotas y traidores que, por mal de nuestros pecados, todavía sobrevive en algunos espíritus demasiado al natural. Desgraciadamente, para que el patriotismo o la buena intención sirvan de algo, es necesario que las consecuencias de un acto no dependan del acto mismo sino de la intención del agente, y no es esto lo que sucede en la realidad de las cosas sino todo lo contrario. Una vez producido el acto, es un hecho con existencia y atributos propios, no reglados por la voluntad del agente sino por la naturaleza de las cosas; ni el patriotismo ni la intención pueden suprimir, ni aún suspender, la menor consecuencia del hecho mismo".
"El patriotismo que mata, la buena intención que arruina, son calamidades peores que la peste, bien que sirvan, y acaso por eso mismo, para tranquilizar la conciencia de un egoísta, que, con tal de evitarse hasta el remordimiento de los males que causa, llega hasta echarles la culpa a sus propias víctimas. Sacar del gobierno todos los beneficios posibles, cargar a los gobernados con todos los perjuicios consiguientes, y hasta con el remordimiento de los actos propios, es lo más sudamericano que pueda darse, y bien que pueda parecer excesivo ante el falso concepto de la humanidad que han fabricado los filósofos de gabinete, se ajusta por completo a la máxima fundamental de la psicología positiva: el hombre busca el placer y huye el dolor, con el menor trabajo posible".
En cuanto a la creencia de que las leyes establecidas por los políticos deben tomar un puesto preeminente, aun sobre las leyes naturales, nuestro autor escribe: "No son las leyes escritas en el papel, que admite lo que le pongan, la medida del estado de civilización de un pueblo, sino su conciencia y su razón, porque todo depende, a lo menos en las leyes políticas, de ese juez doméstico de las acciones y de su asesor, que disciernen lo que es bueno y lo que es malo, que son los legisladores soberanos de las costumbres -llamadas segunda naturaleza- sin duda para indicar que son más fuertes que la ley, en el modo en el que las cosas predominan sobre las palabras, sin preocuparse siquiera de si las acompañan o andan por otro lado".
"En efecto, cuando la ley es producto de la costumbre, las dos marchan juntas y acordes; pero cuando la costumbre es propia y la ley es prestada, y fruto de una razón y de una conciencia más adelantada, es como cuando un chico se pone el traje de una persona mayor; a simple vista se nota que el difunto era más juicioso" (Citado en "Perfiles del apóstol", de Pedro C. Corvetto - Editorial El Ateneo - Buenos Aires, 1934).
Respecto a los partidos políticos y sus vicios, escribió: "Nuestros partidos, que no pueden sacar en procesión sus virtudes, hacen, sin embargo, gran negocio enarbolando al tope los macanazos de sus adversarios; como los curanderos de aldea que hacen su reputación no por actos positivos, sino explotando los descalabros de sus rivales, pues como dice Petit-Send hay quienes pretenden lavarse con el lodo, que es el alegar las malas acciones de los otros para justificar las propias".
En cuanto al medio social que favorece el accionar delictivo, escribió: "Cada individuo está metido en la sociedad con sus leyes como el tornillo en la rosca. Si los diámetros respectivos se corresponden, las dos piezas forman como una sola; si no se corresponden y la diferencia es poca, la acomodación se alcanza por medio de la policía; si la diferencia es mucha, el individuo es lo que los sociólogos modernos llaman un inadaptable, y entonces, si el medio ambiente es rígido, él va a la cárcel enseguida".
"Pero si el medio ambiente es blando, si no hay carácter ni sentido moral, entonces es la rosca, son las leyes las que se deforman y la sociedad se adapta al bellaco como un álamo a un clavo, como un pie a una espina. El empresario de atropellos, el juez prevaricador, el funcionario coimero, el defraudador, el cuatrero y el contrabandista existen por la naturaleza de las cosas y no pueden ser eliminados con martillazos en la herradura. Es inútil decretar que los hombres se porten bien allí mismo donde encuentren de hecho mayores ventajas, honores y preeminencias en portarse mal. Los ociosos y corrompidos son inquilinos del país como los gusanos y la polilla son inquilinos de la madera, y así como hay maderas fáciles para los gusanos, hay países propicios al juego, a la pereza, al fraude y a la disipación".
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