Ya me he referido en oportunidades anteriores a ese fenómeno humano tan común y tan grave de la perversidad en el trato con los demás, sea en la pareja, en la familia, el trabajo o en cualquier otra forma de interacción. La médica francesa Marie-France Hirigoyen se ha ocupado ampliamente de estos hechos, que llama harcèlement moral o "acoso moral".
Una niña adolescente desconcierta a sus padres por su comportamiento. Ellos hacen lo imposible por hacerla feliz pero ella no lo es. Más aún, les hace entender que ellos son la causa de su presunta infelicidad. De esta manera, cargándoles la conciencia, ejerce poder sobre ellos, cierta forma de dominio. Se trata, pues, de un claro ejemplo de acoso psicológico, cuyas raíces la Dra. Hirigoyen nos ayuda a desentrañar.
La autora alude a aquellas conductas que buscan ejercer algún modo de dominación sobre los demás. Agrega un ingrediente sugestivo y es su fondo narcisista, el afán de superioridad y autoexaltación.
A diferencia de quienes pretenden dominar mediante la fuerza -dice Hirigoyen- el perverso utiliza la seducción, desarrolla una tortura psicológica que desestabiliza, confunde, emite mensajes contradictorios, deforma el lenguaje, descalifica, engaña, desautoriza, niega la realidad y al final atribuye a los demás los desastres que provoca, erigiéndose en salvador y haciéndose así con el poder.
"El perverso (este tipo de perverso, porque hay otros) destruye con sonrisas", dice la autora. Es la posibilidad de dañar a alguien sólo con palabras, miradas o insinuaciones.
Pero hay varios tipos de perversidad en el trato. Uno es el que venimos analizando, pero existe también el que ejercen personas que sufren una patología especial, que son constitutivamente perversas, que carecen de toda empatía, es decir que carecen de todo sentimiento para el otro, que son, diríamos en lenguaje corriente, "malas". Ésta es una patología demencial; la que tratamos aquí es más leve, solamente neurótica.
Suele no prestarse mucha atención a estos fenómenos, a pesar de que el acoso es más común de lo que se piensa. Resulta curioso también que no sea percibido como tal por las propias víctimas, aunque sus efectos son igualmente insanos. En eso de no darse cuenta las víctimas reside la fuerza de los victimarios.
Hay otros modos de acoso. En Francia han multado severamente a una empresa en la que se han producido suicidios inexplicables. Las víctimas se autoculpaban de la descalificación laboral que sufrían. En este caso ni el propio acosador sería quizá consciente de los efectos de su severidad. El hecho es que las autoridades encontraron que eran actitudes de un nivel de acoso que las víctimas no soportaron y las indujeron al suicidio. Personas con un Yo débil.
Limitándonos al acoso del que habla Hirigoyen digamos, con ella, que no es fácil advertir las maniobras de los acosadores, sean estos conscientes y malignos o no. La sutileza, como vimos, es su estilo. El mejor consejo frente a ellas es no darles la espalda, para que no nos tomen desprevenidos y se salgan con la suya.
Debemos distinguir esta violencia subrepticia, insidiosa, de la violencia abierta, del maltrato directo. La Dra. Hirigoyen se ocupa de esta otra forma de violencia en su obra "Mujeres maltratadas. Los mecanismos de la violencia en la pareja".
Miriam Revault d'Allones en "Lo que el hombre hace al hombre. Ensayo sobre el mal político" (Amorrortu, 2010), hace una observación interesante sobre el tema de la perversidad. Recuerda un pensamiento de Aristóteles que la vincula con la proximidad, es decir que los actos así calificados de agresivos o perversos surgen entre aquellos que tienen alguna alianza o relación próxima: "El hermano contra el hermano, el hijo contra el padre, la madre contra el hijo, el hijo contra la madre? " (p. 109).
Son palabras un tanto misteriosas pero quizá se refieran al hecho de que la cercanía nos hace más propensos a la hostilidad.
Si lo aplicamos al "acoso psicológico", para que éste aparezca tiene que existir cierta proximidad entre la víctima y el victimario, como en el caso de aquella niña que cargaba la conciencia de sus padres aprovechando el que eran los íntimamente vulnerables. Es más difícil, obviamente, que un extraño pueda hacernos víctima de su perversidad. Quizá por eso los mayores odios se dan entre los más allegados. Nada más ilustrativo que el caso de Caín y Abel.
Como cierre, digamos que hemos encontrado en la obra "Violencia familiar" de R.B. Gonzales, Silvia Sobelvio de Fuentes, Alejandra E. Gonzales y Héctor Daniel Castro (Universidad Católica de Cuyo, San Juan, 2005) una referencia a un tema poco tratado, el "maltrato hacia los ancianos" (p. 125).
Allí se muestran los distintos modos de dañar o punir a los ancianos de una manera más o menos consciente, victimizándolos por la irritación que provocan sus disminuciones seniles. No es extraño que los ancianos, debilitados mentalmente, hagan perder la paciencia. Pero esto mismo agudiza la inseguridad de la víctima y la impaciencia de los que los tratan, convirtiéndose en un círculo vicioso.
Debemos volver a los viejos conceptos de respeto y paciencia con los ancianos, sabiduría moral tan antigua como la humanidad. Los ancianos no pocas veces son agredidos con epítetos como "viejo de tal por cual", sobre todo en estas modernas urbes en las que el tránsito automotor nos coloca en situaciones exasperantes.
El acoso psicológico o moral, como lo llama Hirigoyen, aunque no sea del todo consciente por parte del victimario o de la víctima, puede instalar un clima de hostilidad en las relaciones humanas, dañando tanto a los sujetos como a los grupos.