La siesta y el frío acallan el movimiento en el centro de Tupungato. Todo parece quietud y hasta al observador más audaz se le pasaría por alto la maravilla que ocurre semana tras semana frente a la plaza departamental, en un diminuto e incómodo módulo, construido en otros tiempos políticos para entregar las cajas PAN.
Este sitio escondido detrás de un jardín maternal -al que se llega tras atravesar una reja y caminar por un largo pasillo- es el escenario de un acto de entrega, que se sostiene con el mismo entusiasmo desde hace 28 años. Allí, un grupo de mujeres se reúne todos los martes y jueves para confeccionar o reparar prendas, venderlas a bajo costo y reunir fondos para ayudar a familias de la zona que sufren necesidades.
Ya no tienen la misma agilidad ni vista ni pulso para enhebrar la aguja que ostentaban cuando iniciaron la tarea, un 20 de julio de 1988. Algunas cargan más de 80 con una actitud envidiable y otras se han tenido que ir recluyendo en actividades puntuales cuando el físico se los permite. Sin embargo, con una voluntad de fierro se niegan a cerrar las puertas del querido Taller Comunitario Nuestra Señora de Fátima.
"¿Sabías que el ayudar a otros es sanador? Esta es nuestra terapia", define la 'piba' que está al mando del planchado, René 'Chela' Hurtado. "Nos juntamos, compartimos la vida, unos mates, un momento de oración y encima nos sentimos útiles para la comunidad", resume Chela.
Los sábados, el 'Roperito' -como todos lo ubican en Tupungato- abre sus puertas para la exposición y venta de su producción artesanal. Entonces, a cambio de unos pocos pesos, los vecinos pueden conseguir ropa digna y hecha con cariño. Después ese dinero se traduce en remedios, alquileres, comida y otros aportes con que las mujeres ayudan a familias de bajos recursos de Tupungato.
Este 'grupete' de costureras nació en tiempos de Malvinas. "Nos juntábamos entre amigas a rezar el rosario. Había pasado la guerra y estaba todo convulsionado. Sentíamos que debíamos ayudar y un día les propuse comenzar a juntar ropa y arreglar prendas para darlas a los más humildes. Así, empezamos", rememora doña Hilda Pegoraro, sin abandonar la tijera ni su obsesión por transformar unas faldas viejas en cuadrados de tela para acolchados.
El bajo perfil que caracteriza a lo verdaderamente solidario las acompañó desde los comienzos. El taller funcionó en casas particulares, en talleres mecánicos, en distintas instituciones... "Siempre de prestado. Hasta que en julio de 1992 la intendencia de aquel tiempo nos cedió esta piecita, que habían utilizado hasta entonces para repartir las cajas PAN. Desde esa fecha, este fue nuestro refugio", cuenta la hermana Etelvina Botto de la congregación Compañía de María.
La mujer llegó hace décadas a Tupungato, tras haber convivido 14 años con las comunidades Wichis de Formosa. Allí llevaba adelante un taller con las mujeres, donde aprendían juntas el arte del corte y la confección de prendas. Por eso no dudó -luego en tierras valletanas- en ponerse al frente de este grupo de 'chicas' entusiastas.
"Éramos 25, al principio. Por el tallercito han pasado ya muchas tupungatinas que aportaron su granito de arena. Ya somos como una familia, quedamos las que estamos sobreviviendo", cuenta la monja y todas asienten entre risas.
"Nos peleamos, nos reímos, nos contamos las penas y alegrías entre hilos, cierres, lanas y telas. Nuestros hijos nos alientan a seguir viniendo, porque saben que nos hace bien", acota Emma Scoco, la mujer que se encarga de desarmar la ropa y tejidos donados.
El tallercito no tiene más espacio que el que ocupan las mesas y las máquinas de coser. En una esquina está el altar donde realizan la oración, que precede a la merienda. Las paredes están cubiertas con estanterías cargadas de prendas; las cuales han sido cuidadosamente divididas por tamaños, colores y funciones. Incluso hay varias valijas, que las señoras utilizan para hacer el recambio de ropa de cada estación. La piecita tampoco dispone de un baño propio.
"Los gustos y necesidades de la gente del pueblo han cambiado. Antes venían familias enteras de zonas rurales y se vestían de pies a cabeza. Ahora pasan largo tiempo revolviendo el stock y apenas si se llevan algo. Buscan cosas nuevas, de moda", dice con algo de resignación la hermana Etelvina. Las encargadas de la venta son Gladys Luque y las hermanas Chiquita y Analía Moreira.
Es un pormenorizado trabajo en equipo. Cada una sabe qué debe hacer. "¡Entonces vamos por la línea ocho!", apunta Hilda, después de colocar -uno al lado de otro- los cuadrados de colores que conformarán el futuro acolchado. "Esto es lo que más está saliendo, porque son muy abrigados y livianos a la vez", apuntó Martha 'Tita' Zingaretti.
Para seguir cumpliendo su misión en Tupungato, las 'chicas' del taller Nuestra Señora de Fátima debieron adaptarse a los requerimientos del mercado. Hubo tiempos en que lo que más se vendía eran los tejidos, luego la ropa de trabajo y ahora las colchas para cama.
"Lo mejor es cuando paramos las máquinas, nos relajamos y la Hermana nos lee y explica alguna parábola. Es un alimento para el alma", cerró emocionada María Rosa de Cara.