Un colectivo integrado por investigadores, comunicadores y diseñadores se ha vinculado a la Universidad Nacional de Cuyo, con el propósito de discutir el papel de la divulgación científica desde una perspectiva actualizada y dinámica.
El proyecto, presentado hace algunos días en la casa de altos estudios, se llama “El gato y la caja” y tiene por cometido acercar la ciencia a la calle, las casas, los bares, al ciudadano común.
En una palabra sacar a la ciencia de una supuesta torre de marfil adonde el hombre cotidiano no puede acceder y volcarla a la cotidianeidad, a la gente, especialmente a los jóvenes. Muchos científicos sostienen que es necesaria esa conexión de sus respectivas áreas con el resto de los integrantes de la comunidad. Uno de los tantos referentes que expresan esta posición es el biólogo molecular uruguayo, Juan Cristina, de la Universidad de la República, la universidad pública de Uruguay, quien señala que “la ciencia no debe estar alejada de la gente; si algo me quiero llevar de todo esto es haber acercado la ciencia a la gente”. Y como Juan Cristina opinan muchos investigadores argentinos y de Latinoamérica.
En el mismo sentido actúan los gestores del grupo “El gato y la caja”, conformado por profesionales de diferentes disciplinas, todos interesados en la investigación científica.
Ellos se plantean varios interrogantes, como ¿divulgar ciencia o hacerla? ¿y comunicarla? Piensan que no son realidades excluyentes. La ciencia, según esta visión, es un cómo, no un qué. Hay que hacerla cotidianamente y si no se la comunica no sirve para nada. La actividad busca repasar todo lo que se puede hacer dentro y fuera del laboratorio o de un centro de experimentación.
Otra propuesta es investigar, pero en lo posible ajustarse a la necesidad de la sociedad, porque no pocas veces la posibilidad de investigar se logra debido a los fondos que generan los impuestos de los ciudadanos. Este compromiso implica una responsabilidad extrema de devolverle a la sociedad resultados concretos que le mejoren la calidad de vida.
Y en las universidades locales, es prioritario ajustarse al contexto, momento y necesidades del marco regional en primera medida, aspecto que a grandes rasgos se cumple en la provincia de Mendoza.
Para formalizar todo lo que se ha descripto, el público tiene que conocer qué se hace en los laboratorios y tiene que entenderlo.
Las investigaciones deben ser dinámicas, adaptables, con hitos de corto, mediano y largo plazo. Sus productos deben ser mostrados, valorados, entendidos y accesibles por toda la sociedad.
Otro aspecto defendido por el militante grupo “El gato y la caja”, es que la ciencia no puede estar abstraída de la realidad. “Hacemos ciencia -sostienen- en nuestras universidades, tanto de gestión pública, como de gestión privada. La ciencia es accionar que transforma mentes, realidades, el mundo. Todos hacemos ciencia aunque no lo sepamos. Las universidades tienen la potencia de generarla, pero también la obligación de compartirla. No es un privilegio de pocos, sino un derecho de todos”.
Quienes no pueden, no quieren o no necesitan acceder a esos claustros, también deberían conocer y establecer el diálogo con los que hacen ciencia de manera metódica.
Por eso hay que construir canales de comunicación donde se pueda contar la ciencia: bares, clubes, comercios, industria, cafés, en fin, en la calle. Salir de los laboratorios para hacer sentir por qué es necesario que paguemos los impuestos para sostener a nuestros científicos. Es decir, compartir más estrechamente lo que concretan quienes habitan los centros de investigación. Una buena iniciativa que esperemos se prolongue en el tiempo.
