En el siglo XX, a partir de 1930, se intensificaron las comunicaciones, la economía y el transporte de los habitantes de los departamentos provinciales con la ciudad capital mendocina que, por aquellos años era la única “ciudad”, ya que el centro de los departamentos eran villas cabeceras, por cuanto su población no alcanzaba el número de habitantes establecido por Ley para ser declaradas ciudad.
Por entonces, el crecimiento de la población exigió un servicio regular de pasajeros que se logró con la concesión otorgada a la Compañía Internacional de Transporte, conocida popularmente como “La Cita” -que puso, al servicio, modernos ómnibus de la marca inglesa Leyland- más un par de empresas locales de pasajeros que establecieron viajes diarios durante los horarios de mayor actividad, con lo que resolvieron un viejo problema que tenían maestros de escuelas, empleados públicos y de empresas que lo necesitaban para concurrir a cumplir tareas diarias.
En razón de que el servicio de trenes era precario y servía sólo a cuatro o cinco departamentos, algunos pueblos retirados de nuestra Capital solucionaban el transporte de personas y cargas a través de sulkys, carretelas y carros tirados por caballos, mulas y a veces bueyes, que les permitía transportar frutas, verduras, pastos, adobes o personas, que lo hacían por calles o callejones de tierra que les acortaban distancias.
Lo familiar era que cada viaje se lo consideraba una ida “a la ciudad” y un regreso “de la ciudad”, costumbre que se arraigó de tal forma que en la actualidad algunas personas consideran ciudad solamente a nuestra Capital, olvidando que ya son ciudades la mayoría de las ex villas cabeceras departamentales.
Por su parte, la Fiesta de la Vendimia aportó a los departamentos una nueva actividad comunitaria alegre y optimista, con la novedad de la elección de las Reinas departamentales y distritales que permitió la participación de autoridades municipales, vecinos, comerciantes, músicos y artistas aficionados que trabajan activamente para participar de la organización de la fiesta local para la elección y coronación de las Reinas departamentales y distritales, que permitió la participación de autoridades municipales, vecinos, comerciantes, músicos y artistas aficionados que trabajaban activamente para participar de la organización.
Para que cada Reina departamental y su corte participaran del Carrusel y de la Vía Blanca, era necesario preparar y decorar un camión con un letrero que destacara el nombre de cada departamento para exhibir lo mejor posible a su candidata que, por su belleza y atracción, fuera recordada por el jurado y el público en el Acto Central, ocasión en que se elegía la Reina provincial de la Vendimia. El carro era acompañado por la comisión organizadora y vecinos haciendo barra en todos sus desfiles.
La mayoría de los participantes no conocía la ciudad de Mendoza y la Fiesta de la Vendimia fue el motivo que les permitió conocerla, desde su pueblo o villa departamental, sin importar los kilómetros que los separara ni costo de traslado, comprobando que no era tan larga la distancia y que estaban más cerca de lo que imaginaban.
A propósito les cuento que en la mayoría de los departamentos había personas que se ganaban la vida haciendo de comisionistas, viajando diariamente en ómnibus a la capital mendocina para efectuar diversas compras o realizar gestiones en comercios, diferentes empresas u oficinas públicas, que los vecinos les encargaban mediante el pago de una comisión por cada “mandado” o gestión para evitar viajar.
Es importante recordar que el incipiente turismo de esos años obligaba a tomar el servicio de hotelería de nuestra Capital y después planificar sus paseos o excursiones para entonces dirigirse a los departamentos o localidades del interior de la provincia para conocer las bellezas naturales, viñedos, termas de Cacheuta que, por las cualidades de sus aguas, tenía atracción internacional y visitas a las localidades cordilleranas, con especial curiosidad en el Cristo Redentor.
El hecho de alojarse en los hoteles radicados en el Centro, muchos ya desaparecidos, viajaban diariamente a los departamentos intensificando el tránsito entre la ciudad Capital y el interior, especialmente hacia el Sur y al Este, dando la sensación de que la comunicación era cada vez más rápida y facilitaba el acercamiento a nuestra Capital.
En las villas cabeceras o pueblos, el principal comercio lo constituían una casa de ramos generales, una tiendita, la farmacia y algunos pequeños almacenes.
Los vecinos que periódicamente necesitaban consultar a médicos especialistas, comprar muebles, electrodomésticos, ropas de temporada, estaban obligados a trasladarse para efectuar sus operaciones en algunos comercios como Muebles Rufo, De Simone, Only Muebles, La Rosada, Luminton y las tiendas Casa Arteta, A la Ciudad de Buenos Aires, Gath y Chaves, Casa Heredia, ya desaparecidas, y las novedades en comestibles, frutas y bebidas en el centenario Mercado Central que por entonces servía de referencia para encuentro de familias al efectuar las compras.
Quienes disponían de tiempo y ganas se tomaban un aperitivo al mediodía o en horas de la tarde en la tradicional Confitería Colón, en la esquina de San Martín y Necochea, mientras que los que se disponían a ver las últimas películas estrenadas concurrían a la matiné de los cines Buenos Aires, Gran Rex, Cóndor, Palace o Centenario, de cuyas salas queda el recuerdo.
Era un habitual paseo viajar desde el Centro para participar de los paseos en las plazas públicas de los principales departamentos, que consistía en dar vueltas con el acompañamiento de la música que transmitía la Propaladora Municipal en un ambiente alegre y familiar.
También divertía concurrir a las retretas que, una vez a la semana, organizaba cada municipalidad en horas de la noche con concurridos bailes que se realizaban en los paseos entre jardines.
Las plazas más concurridas eran las de Luján, Maipú y Rivadavia, pero la que mayor atracción ofrecía a la juventud bailarina era la Placita General Espejo, de Chacras de Coria; los viernes se colmaba porque era chiquita pero muy concurrida y entonces, por falta de lugar, las chicas y muchachos convertían en pista de baile las calles que la rodeaban.
Era todo alegría, charlas entusiastas, frecuentes encuentros de amigos que lo pasaban muy bien sin hacer locuras porque no se consumía alcohol y drogas ni en sueño.
Finalmente les cuento, como feliz recuerdo, que en la plaza de Luján anualmente se realizaba la Cena de Reyes, la noche del 5 de enero de cada año, donde las mesas se colocaban en los paseos entre jardines con iluminación especial, decoración y dos orquestas que animaban la reunión y permitían que se bailara en todos los extremos.
Había una comisión que trabajaba todo el año y que dirigía el entonces intendente don Ángel Mosconi, quien lograba, a causa de una eficiente organización, que concurriera público de toda la provincia, previa reserva de mesas, que eran para doce comensales. Familias y grupos de amigos disfrutaban de este encuentro que tenía mucho prestigio social.