Acerca del tamaño de la propiedad rural

Los que están vinculados al sector agrícola local expresan su preocupación por el proceso de concentración de la propiedad rural.

Acerca del tamaño de la propiedad rural
Acerca del tamaño de la propiedad rural

En el suplemento “Fincas” de este diario, el 6 de abril, al comentar los primeros datos del Censo Nacional Agropecuario (CNA), se señalaba que en 16 años se había reducido la cantidad de explotaciones, pero se mantuvo la superficie.

Aumentó el tamaño de las explotaciones. Se afirma que la concentración de la propiedad es una de las razones. Otra vez en “Fincas” del 20 de abril, se analiza la evolución de la superficie y composición por variedades del viñedo para los últimos 20 años: en 1990 el tamaño medio de los viñedos era 7,3 has, en el 2000 era de 8,8 has y hoy es de 9,9 has. En dos décadas el tamaño del viñedo se incrementó un 35%.

En el caso de las explotaciones agropecuarias que releva el CNA es un concepto que puede incluir varias propiedades.  En cuanto al tema del tamaño de los viñedos, conviene tener en cuenta un panorama histórico que permita poner en contexto lo que se llama proceso de concentración.

El consumo de vino en nuestro país registró un notable incremento entre comienzos de los cuarenta y fines de los setenta, en lo que se ha denominado las “cuatro décadas doradas de la vitivinicultura”.

Durante ese periodo, sobre todo en las tres primeras décadas, la producción de uvas y vinos  corría por detrás del consumo. A tal punto que a comienzos de los años cincuenta para poder abastecer el consumo, el gobierno nacional autorizó el “estiramiento”: agregado de agua al vino.

Fue un periodo de alta rentabilidad de la actividad, que posibilitó que se multiplicaran las pequeñas propiedades bajo el régimen de trabajo del contratista de viñas. Los trabajos culturales eran intensivos en mano de obra, generalmente trabajaba toda la familia, y el equipamiento de la finca era sencillo: caballo o mular, arado, desorilladora, zapa, pala, mochila para sulfatar. Claro que la rentabilidad  se daba en los modestos estándares de vida de la época, tanto para los propietarios como para los contratistas.

A su vez debe recordarse que esos pequeños propietarios convivían con otros cuyas extensiones de viñedos eran similares o mayores que los grandes actuales, ejemplos como Arizu, Gargantini, Tomba, Furlotti, entre otros, cuyas extensiones superaban las mil hectáreas cada uno.

La crisis del ochenta terminó con  ese modelo vitivinícola, se erradicaron o abandonaron, sólo en Mendoza, 100.000 has en su mayoría de alta calidad, parte de ellas próximas a los centros urbanos. Se aceleró entonces, un proceso que ya se había iniciado en los setenta, la construcción de barrios en terrenos que los sindicatos u organismo oficiales adquirieron para tal fin. Especialmente en fincas de Godoy Cruz, Guaymallén, Las Heras, Maipú, Luján. Estos emprendimientos de modestos barrios abiertos, antecesores de los actuales opulentos barrios cerrados que arrasan con las mejores tierras agrícolas de esos y otros departamentos.

A partir de los noventa se inicia una profunda transformación de la vitivinicultura, con la apertura a la exportación. La resultante, cualquiera sea la valoración que de ella se haga, diríamos que es de naturaleza distinta a la anterior.

Desde las variedades, las zonas en que se implantan, los sistemas culturales, las formas de trabajo, el contratista de viña prácticamente ha desaparecido. Tampoco existe, salvo en ínfima proporción  personas y familias que viven en las fincas. Cientos de barrios cercanos a las mismas alojan a los trabajadores, con mejores condiciones de vida.

Todo esto requiere mayor escala de producción, mayor tamaño para ser sustentable. Soñar que se puede volver a mediados de siglo pasado, es una ilusión reaccionaria.

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