Por Julio Bárbaro Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para Los Andes
El Gobierno mintió tanto con su supuesto progresismo que pareciera estar a la izquierda de alguien. La oposición, hasta el momento, está en cabeza de Mauricio Macri y cada tanto sale alguien a decir que “no votaría a la derecha”, desde ya repite el agregado “neoliberal”; una culpa indefinida de la que nadie se hace cargo.
Han hecho escuela en deformar toda la etapa de la dictadura, espacio donde inventaron que los malos eran pocos y los héroes multitudes. Con esa escuela de relato, con más ficción que realidad, atacan también errores que ayer acompañaron y ahora llaman liberal. Quiero recalcar mi aversión a una escuela económica que para mi concepción fue siempre destructiva y que ejercieron en un mismo libreto tanto Martínez de Hoz como Domingo Cavallo.
Eso no era ni siquiera liberalismo, sólo una absurda concepción de la dependencia como espacio que nos otorgaba beneficios. Como si pudieran responder a la pregunta central, ¿hay en el mundo algún ejemplo de país que habiendo vendido todos sus bienes sus habitantes sean esclavos de buen pasar? El liberalismo es un pensamiento digno de respeto, en especial en su aporte a la democracia, y no merece ser castigado por la deformación que hicieron los supuestos economistas.
Es tan absurdo definir al Gobierno como el progresismo tanto como asignarle al Pro el lugar de la derecha. Un ministro de Economía de origen marxista poco y nada aporta al bienestar de los necesitados y menos aún al del país. Fijar el dólar implica destruir las producciones regionales, poner tope al salario por debajo de la inflación tiene mucho de patronal y muy poco de justiciero.
El gobierno de los Kirchner engendró una nueva burguesía prebendaria y se enfrentó siempre con los sectores productivos. En todos los ejemplos de marxismo, la burocracia terminó siendo la enemiga de la sociedad, más dañina que la misma ambición de los ricos. Los burócratas son los únicos que causan más daños que los ricos, éstos producen, aquéllos crecen solo impidiendo producir.
Ser progresista implica hoy limitar la concentración de la riqueza, porque mientras la riqueza no tenga límites tampoco los tendrá la miseria. E impedir la desmesura del Estado; toda burocracia se alimenta de la riqueza que la sociedad debe canalizar hacia los necesitados.
Hay sobradas razones para convocar a toda la oposición a derrotar al gobierno de turno. Un gobierno que nada tiene de peronista y usa su nombre, que nada tiene de progresista y hace lo mismo y que únicamente le da un espacio a la izquierda burocrática y decadente y en consecuencia se imagina ocupando ese espacio.
Lo cierto es que el Pro se convirtió en la cabeza de la oposición y que Massa quedó reducido a una opción provincial. Es posible que el Pro necesite de Massa en la provincia, pero eso no obliga a un acuerdo a nivel nacional. Queda esperar el desarrollo de la candidatura de De la Sota, a quien todos le reconocen el mejor discurso y formación política y no sabemos si su lanzamiento está a tiempo para instalarse.
Muchos se enojan por la importancia de Tinelli, hasta algunos lo hacen responsable de una parte de nuestros males. No coincido con ellos; somos una sociedad donde el circo está de sobra instalado en su lugar y cubre la necesidad de distracción. A veces resulta frívolo, casi siempre transita las libertades de la modernidad.
La ausencia está en la academia, en el lugar de los partidos, en la participación de los que no son capaces de convertir su queja en propuesta. Demasiado individualismo quejoso, escaso espacio para construir alternativas. No es que la sociedad vote mal, es que casi nunca le ofrecemos algo digno de ser votado.
Dos jueces se ensañan con una criatura de seis años, la teoría del oscuro Zaffaroni desnuda sus consecuencias. Y en el mismo tiempo queda a la luz una parte de la historia de Verbitsky, personaje menor que había intentado manchar la imagen del Papa. Ayer escribía “Robo para la corona” ahora parece que, beneficiado por la actual corona, asume su difícil defensa. Zaffaroni y Verbitsky, dos personajes centrales de la década que agoniza, tiempos en los que se utilizaba la dictadura como espacio para acusar enemigos, tiempos en los que se olvidaba que desde los Kirchner en adelante, eran demasiados los que no estaban en condiciones de tirar la primera piedra.
El Gobierno asusta a partir de confusos analistas que venden sus opiniones y asignan prestigios e intenciones de votos que son falsos. El Gobierno necesita mantener dividida a la oposición, si ésta se junta la derrota del oficialismo es una certeza. Pero también está la opción de que la sociedad canalice su bronca por un solo candidato, que no elijan los dirigentes sino la gente y, en ese caso, la derrota oficial también sería una certeza.
El triunfante gobernador de Salta puso las cosas en su lugar, reivindicó al peronismo por encima del autoritarismo. El problema de Macri no es su acercamiento al peronismo, sino su toma de distancia con los ideólogos de las economías del ajuste. No está lejos de lograrlo. Y ellos, los del Gobierno, no pueden ganar en primera vuelta y pierden contra cualquiera en la segunda. ¡Fuerza! que estamos cerca de sacarnos esta pesadilla de encima.