Hace pocos días, tras una fuerte lluvia matutina, las acequias de varios conglomerados urbanos del Gran Mendoza se taparon y el agua desbordó sin remedio por calles y rutas y en ciertos lugares invadió el interior de viviendas.
Fenómeno recurrente que pasó y que lamentablemente seguirá pasando, porque los ciudadanos y ciertos servicios de limpieza estatales, principalmente municipales, no toman debida cuenta de lo que significan estas arterias líquidas que permiten regar el arbolado público, los espacios verdes, las chacras y las grandes extensiones vitivinícolas.
El investigador mendocino arquitecto Jorge Ricardo Ponte describe en su ponderada obra "De los caciques del agua a la Mendoza de las acequias. Cinco siglos de historia de acequias, zanjones y molinos" los orígenes de estos cursos, casi únicos en el mundo, patrimonio que también tiene San Juan: "Las acequias callejeras, tal cual las conocemos en la actualidad, datan de alrededor de 1872, fecha no oficial pero cierta del inicio de la aparición de la arboleda pública mendocina, de la cual estas nuevas acequias, a ambos márgenes de la calzada, fueron el sostén de este sistema arbóreo".
Es frustrante que no obstante lo que representa para atemperar los efectos del clima semiárido el poseer forestales en calles, rutas, plazas y otros lugares, que hacen viable la vida en el agobiante estío, nos empeñemos tan poco en mantener limpias estas venas que proporcionan el líquido a los aliados vegetales. Sin ellos la vida ciudadana sería inviable, sin las acequias el patrimonio forestal que nos identifica no tendría futuro.
La realidad muestra y el ciudadano consciente lo aprecia en forma permanente, que el panorama de nuestras acequias es lamentable. En las paradas de los medios de transporte público de pasajeros, en muchos barrios y otros sectores, las vitales cunetas están colmadas de basura que arrojan las personas, ya que no va a parar allí por arte de magia.
El muestrario es una deprimente mezcolanza de botellas de plástico, recipientes de comida, cartones, papeles y restos de alimentos, para citar sólo algunos componentes de los residuos urbanos. El agua, cuando circula, no puede fluir a través de ese conducto bloqueado. Lo mismo ocurre en acequias a las que han caído restos de cemento u otros materiales de construcción.
A la propuesta del ya citado Ponte de que nos transformemos en "vigilantes honorarios de las acequias", si queremos una ciudad y alrededores con alto nivel de calidad ambiental, podríamos agregar que sería bueno que los municipios dupliquen sus cuadrillas de troceros u operarios para mantener limpias las cunetas.
Es un esfuerzo que bien lo vale. También, y así como se procede con la difusión del cuidado del agua, el Estado provincial debería encarar una fuerte campaña para que los habitantes tomaran conciencia sobre el cuidado y mantenimiento de estos imprescindibles cursos.
Algunas acciones para remediar el mal estado de las cunetas y construirlas donde por distintas circunstancias se han borrado, podría ser un programa de acción encarado por la institución llamada Unicipio, y por medio de la cual los siete departamentos integrantes consensuaran un proyecto destinado a gestionar fondos y poner en marcha un plan de recuperación de las acequias, como hasta ahora no se ha realizado.
Claro que recomendamos que en cada barrio la gente se movilice en este aspecto, de la misma forma en que hay ciudadanos que vigilan y protegen las plazas.