En su retorno a la actividad pública -no utilizamos el término reaparición porque a la Presidenta de la Nación le recuerda “épocas pasadas”- la señora Cristina Fernández de Kirchner ha adoptado la modalidad de presentarse semanalmente, generalmente miércoles o jueves, para brindar sus mensajes a la población.
Lo hace sin respetar lo establecido por la ley 26.522, de Servicios de Comunicación Audiovisual, impulsada por el propio kirchnerismo y sancionada en 2009.
Esa norma legal, en su artículo 75, expresa taxativamente que “El Poder Ejecutivo Nacional y los poderes ejecutivos provinciales podrán, en situaciones graves, excepcionales o de trascendencia institucional, disponer la integración de la cadena de radiodifusión nacional o provincial, según el caso, que será obligatoria para todos los licenciatarios”.
La decisión de utilizar los medios de comunicación por parte de las distintas gestiones gubernamentales tiene su historia. En la década de 1930 fueron los medios escritos; en la del ’50, durante la presidencia de Perón, la radio, y en las últimas décadas, la televisión.
Pero nunca como en estos últimos diez años hubo tanta presión sobre los medios. Resultó evidente que la denominada ley de medios estuvo dirigida directamente a avanzar sobre un grupo periodístico y aún hoy, con más del 70 por ciento de las radios y canales en manos del Gobierno o de filokirchneristas, se sigue culpando “a los medios” de los males que afectan al país. Lo que sucede en la realidad es que los mensajes que bajan desde esos medios pro-oficiales son de tan bajo nivel que nadie los ve y los que los ven no les creen.
Frente a ese panorama supuestamente negativo para la gestión oficial, el Gobierno adoptó la metodología de utilizar la cadena nacional. Lo hace aduciendo que el artículo 76 de la ley señala que la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual podrá disponer la emisión de mensajes de interés público, pero advierte que los mismos no deberán tener una duración mayor a los 120 segundos.
La propia Presidenta es consciente de que no está cumpliendo con lo que establece la ley respecto de la utilización de la cadena y lo evidenció en los primeros segundos de su intervención en un acto realizado en la Casa Rosada, al indicar que “hay tanta cadena de mala onda y desánimo, que me pareció oportuno hacer esto...”, para después profundizar las críticas hacia la oposición y exigir a los empresarios que cumplan los acuerdos de precios, a los hombres de negocios que no fuguen divisas, moderación a los gremios en las paritarias y hasta deslizó la posibilidad de una quita de subsidios a las tarifas de servicios, como la luz y el gas, cuando sostuvo que “no es justo que perciban esos beneficios quienes tienen capacidad para comprar dólares”.
Utilizó también la cadena para enumerar los “logros”, bajo el latiguillo de “aumentamos”, refiriéndose así a los puestos de trabajo generados, las escuelas, las nuevas universidades y las obras de infraestructura, cada uno de ellos acompañados por el aplauso de una tribuna compuesta esencialmente por representantes de La Cámpora y legisladores del kirchnerismo duro.
La situación ha sido advertida reiteradamente por la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas la que, en un reciente comunicado, rechazó las actitudes gubernamentales que “violan claramente los principios básicos del sistema republicano” en relación a la prensa, puntualizando que las objeciones estaban referidas al fallo de la Corte sobre publicidad oficial y a la imposición de la cadena nacional y que se difundan de modo “obligatorio” contenidos “favorables a la actual gestión”.
Resulta evidente que al Gobierno nacional no le ha dado resultados la presión sobre los medios a través de la pauta oficial y por ese motivo se ve obligado a utilizar la cadena oficial. Pero así como a la señora Presidenta le gusta recurrir a las fábulas para expresar su intención (se refirió a la del escorpión y la rana) también se le podría recordar que, con la utilización indebida y reiterada de la cadena, puede llegar a sufrir lo que le ocurrió al pastor mentiroso.