Superan los 60 años y llegaron desde Europa a Argentina para nadar al pie de un glaciar, la última parada de una aventura que consiste en competir en aguas heladas. "Si es lo último que hago en la vida, me iré con plenitud", afirma Margot Anderson.
Esta veterana nadadora cuenta entre carcajadas que con su amiga Jacqueline Cobell, de 60 años, se divierten entrenando en casa: llenan una bañera de hielo y con un cronómetro hacen pruebas de resistencia bajo los cubitos.
"Hace 20 años la gente ni hubiera soñado en nadar distancias en aguas congeladas", dice Cobell orgullosa de pertenecer "a la familia de nadadores de hielo".
"Es un nuevo deporte extremo, como otros deportes riesgosos pero yo no me veo como una atleta, ¿lo parezco?", afirma mientras bromea sobre su figura, más parecida a la de una abuela sedentaria que a la de una valiente nadadora.
En el norte de Europa miles practican natación a temperaturas bajo cero, y compiten sin traje de neopreno, pero a la Patagonia argentina llegaron solo 54 nadadores 'amateurs' y entre ellos un puñado de abuelos.
Alentados por nietos, hijos y cónyuges estos jubilados de Gran Bretaña, Polonia y Rusia viven para sumergirse en aguas a punto de congelación: "Hace sentirse realmente vivo", afirman sin tiritar.
"Tengo tres hijas, y las tres piensan 'mi mamá está loca'", contó Anderson a la AFP, poco antes de zambullirse en las aguas del glaciar Perito Moreno en la provincia patagónica de Santa Cruz, donde se realizó la primera semana de agosto el primer festival de natación bajo cero de América Latina.
Anderson, de 67 años, tiene la particularidad de haber hecho natación toda su vida y ser hija y nieta de "nadadores de hielo", como se definen.
Como el resto de sus cogeneracionales, Anderson rejuvenece cuando describe las sensaciones de este deporte extremo.
"Cuando estás en el agua y eres tú contra los elementos y ante el reto, solo te necesitas a ti mismo y quieres terminar, quieres competir, salir y estar bien", sostuvo.
"Yo debería estar jubilada, pero hago trabajos medio tiempo para pagarme la natación", explica Anderson, que se ocupa de niños con discapacidades en un hogar en Kent, en el sudeste de Inglaterra.
Hace "incluso peluquería canina" para costear su 'hobby' porque su meta desde hace cuatro años es participar en las competencias que se realizan en invierno en lagos, ríos o mares de Rusia, Finlandia y Estonia.
- Congelar momentos -
Sumergirse para nadar 500, 1.000 o 1.600 metros en aguas gélidas puede causar hipotermia o incluso síncopes, pero ninguno de estos nadadores renunciaría por esos temores a la sensación que les produce este desafío.
Se entrenan sin rutinas estrictas, explicó Natalia Szydlowski, nutricionista argentina que viajó a El Calafate como parte del equipo organizador Unir El Mundo, para realizar una investigación doctoral sobre las condiciones físicas de estos nadadores.
No son atletas ni hacen dietas especiales pero resisten nados de 1.600 metros o más en aguas a 0,3 grados, con una temperatura ambiente de -20 grados.
Cobell admite que "a veces uno se pregunta ¿por qué estoy haciendo ésto?".
"Es fantástico, cada nado es un reto. Cada nado es diferente y tiene sus propios desafíos", sostuvo.
Esta británica de cabellera plateada empezó a nadar para competir en aguas frías hace apenas cinco años y en 2010 estableció "el récord mundial de cruzar más lentamente el canal de La Mancha".
"Tardé 28 horas y 44 minutos en llegar a Francia, sin interrupción", señaló.
Pero aclara: "No es valiente lo que hacemos, es medio tonto, pero es un gran desafío".
Lech Bednarek, que con 73 años viajó desde Polonia, es un fuerte promotor de esta disciplina en su país: "Realmente espero que en Sudamérica se contagien de esta pasión porque cada vez que lo haces es volver a nacer", aseguró.
- Sin riesgos -
Entre los más 'jóvenes' destaca para Federación Internacional de Natación de Invierno Henri Kaarma, un analista de riesgo de crédito en un banco de Tallín, en Estonia.
Kaarma es actualmente el campeón mundial de esta disciplina al haber nadado 2.400 metros a cero grados en Siberia (Rusia).
"No hay razón para tener miedo a hacerlo", dijo a la AFP Kaarma, de 39 años, que busca el reto extremo para conocer sus propios límites.
Matías Olá, de 29 años, es el único argentino que participó del desafío en el glaciar y, además, fue el guía y promotor del deporte.
Olá aprendió a nadar hace ocho años en su provincia natal de Tucumán (noroeste), con clima subtropical.
"La natación me apasionó pero luego en Buenos Aires supe de la natación extrema y me contacté con equipos que organizan estos festivales", dijo.
Entre los témpanos argentinos dieron el primer paso para organizar en el futuro un mundial de natación bajo cero en Sudamérica, pero mientras tanto seguirán desafiando el tiempo en Europa.