Abriéndonos a la Pascua, a la Vida

Abriéndonos a la Pascua,  a la Vida

Existen muchas maneras de comprender y de vivir la Pascua de Jesús. 
No es adecuado juzgar a nadie por el modo como la experimente y la celebre. 
Lo decisivo es que, si nos sentimos unidos a la Pascua, la mostremos en nuestra vida. 
Siempre es recomendable acercarnos con abierto corazón a lo que vivió Jesús. 
La vida de Jesús se desarrolló con relativa normalidad y en el ritmo de su tiempo. 
Los sufrimientos de su Pasión fueron desgarradores, pero duraron sólo unas horas. 
No podemos seguir hablando de sus sufrimientos como si fueran los únicos. 
El valor de la muerte de Jesús no está en el dolor sino en la motivación de esa muerte, en la actitud de Jesús y de los que lo mataron. 
¿Por qué lo matan y por qué él no se escabulle de esa muerte cruel e injusta? 
Jesús murió por ser fiel a sí mismo y a su Padre. 
La muerte de Jesús fue consecuencia de su manera de ser y de actuar. 
En la aceptación de su actuación -y sus consecuencias- está la clave de toda su vida. 
El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir. 
Ni de hacer lo que tenía que hacer, sabiendo que eso le costaría la vida. 
Es la clave para comprender que su muerte no fue un accidente. 
Sino un hecho fundamental en su vida. 
Le importó más la defensa de sus convicciones que su vida. 
Jesús fue mártir, "testigo" en el sentido estricto de la palabra. 
Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás. 
Está alcanzando su plenitud, a modo de la "imagen de Dios" que somos. 
En ese instante se manifiesta un amor semejante al amor de Dios. 
Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. 
¿Qué tuvo que ver Dios en la muerte de Jesús? 
El gran interrogante que se plantea sobre esa muerte recae sobre Dios. 
No podemos pensar que planeó su muerte, ni que la exigió como pago de un rescate. 
Se puede decir que Dios nada tuvo que ver en esta muerte…  y tuvo todo que ver. 
Si pensamos que su Padre era el motor de toda la vida de Jesús. 
Entonces, ese Padre estuvo dentro de este misterio de vida y de muerte de Jesús. 
Dios, su Padre, estuvo con Jesús en su vida y en su muerte. 
Porque Jesús prefirió morir antes que fallarle.
Así, él "demuestra" la presencia de Dios como en ningún otro momento de su vida. 
En la entrega total, se identificó totalmente con Dios e hizo presente su amor. 
La trayectoria humana de Jesús terminó alcanzando la más alta meta. 
Al desplegar -al máximo- toda su humanidad, entregándola por amor. 
Alcanzando y manifestando, así, la plenitud de la divinidad. 
Morir y resucitar en Cristo es la expresión de la fe cristiana en la vida verdadera. 
La salida de esta vida, es decir, la muerte, es un hecho histórico, acreditado por el certificado de defunción. 
La entrada en la Vida no es un hecho histórico sino transhistórico: la resurrección. 
Sólo desde la fe y la confianza que despierta la vida de Jesús, afirmamos la resurrección. 
Y desde esa misma fe y confianza podemos vivir, desde ya, la Vida en su plenitud. 
Si, cristianos o no, nos animáramos a tomar en serio el ejemplo de Jesús. 
Amando como Él amó, transformaría nuestra vida personal y comunitaria. 
Porque todo lo malo que existe procede del "egoísmo" como forma de encarar la vida. 
Porque viviendo con lo suficiente y necesario, descubriríamos que "somos más" de lo que tenemos. 
Porque -lo experimentamos- no hay mayor alegría interior que dar una mano de buenos samaritanos. 
Porque si lo que deseo y necesito para mí, lo deseo y lo procuro para los otros. 
Porque decir "Felices Pascuas" es tomar el compromiso de estrecharnos las manos y la vida, de abrir el corazón y de inspirar el Espíritu de Jesús, que "hace nuevas todas las cosas".

Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.

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