Entre 2016 y 2018 Abel Trillini llegó a ser el mendocino más conocido en el mundo. Más que cualquier gobernador o político, que cualquier reina de la Vendimia e, incluso, más incluso que el mismísimo Víctor Legrotaglie o que cualquier otro comprovinciano. Su 1,92 metros -y que se estiraban cuando extendía los brazos hacia el cielo para sostener en alto sus creativos carteles- sobresalían todas las mañanas en el nudo vial de Costanera y José Vicente Zapata. Allí los conductores se detenían unos segundos (que coincidían con la luz roja del semáforo) para leer mensajes que los dejaban pensando durante varios minutos. También lo saludaban con un toque de bocina, y muchos chicos que viajaban en esos autos guiados por sus padres en dirección a sus colegios hasta lo saludaban "chocando los cinco".
"Durante dos años traté de ir todos los días. Algunas veces no pude ir, y me sentía muy mal esos días", recuerda el hombre, pintor de ocupación y quien hoy tiene 43 años. Junto a su compañera de vida (Susi) y otros compañeros dieron vida en los últimos meses a una cooperativa de trabajo, de la que participan 14 colegas y que es el sostén de 9 familias. "Por el aislamiento estuvimos 37 días sin laburar, y repartimos la plata que teníamos entre todos los que están en la cooperativa. Pero en cuanto abrieron las compuertas para retomar las obras privadas, nos mandamos como agua. Preparamos todo un protocolo; y hoy estamos trabajando todos de nuevo", resume Abel sobre su actualidad.
Pero en 2018, Abel (a quien todos conocían ya como "el motivador de la Costanera", quien había sido entrevistado por medios de todo el país y del continente, y quien llegó a ser orador de una Charla TEDx) tuvo una explosión interior que lo dinamitó. Para ese entonces, los carteles de la costanera eran apenas una de las infinitas acciones que marcaban su acelerado ritmo. Su trabajo particular, las colectas solidarias de alimentos y ropa -que luego encontrara en una reventa en Ugarteche- y la reaparición en su vida de un episodio de abuso sexual que sufrió de niño fueron los torrentes que colmaron el vaso de su psiquis.
"Creo que mordí más de lo que podía masticar, y me ahogué. En mayo de 2018 fue el cumple de mi hija, y recuerdo que no pude estar porque teníamos un trabajo en una obra con Susi. Tenía las colectas para los comedores; me levantaba temprano o me acostaba tarde para hacer el cartel que iba a llevar a la Costanera; y se sumaban charlas que me invitaban a dar en las escuelas. Fueron muchas cosas juntas y no las supimos controlar", rememora ya sintiéndose plenamente recuperado, y mirando hacia atrás. "Era una guerra conmigo por dentro. Hablaba de ser positivo, pero estaba muerto por dentro", acota.
Abel estuvo en el nudo vial con uno de sus carteles por última vez el miércoles 18 de marzo pasado, dos días antes del inicio del aislamiento social, preventivo y obligatorio por la pandemia de coronavirus. Si bien hacía casi dos años que no iba religiosamente todas las mañanas; trataba de hacerse un lugar para instalarse en su rincón de vez en cuando. "Llevé un cartel que decía 'Que no panda el cúnico', como decía el Chapulín Colorado. La gente ya estaba muy loca con todo lo que se decía del virus, y compartía muchísima información de forma paranoica. Era una locura, y lo hice para llevar un poco de calma", recuerda Trillini sobre su último mensaje motivacional.
"El nudo vial es mi lugar en el mundo, me hace falta ir. Quisiera volver todos los días e instalarme con un cartel, como antes. Después de todo, es sólo una hora y puedo hacerlo. Hace dos años los problemas fueron todas las cosas que hacía antes y después, y que me llevaron a explotar. ¡Dormía 3 o 4 horas por día!", resume.
Basta para mí
El 2018 fue un año bisagra para Abel Trillini y, casi sin darse cuenta, la sobre exposición le terminó jugando en contra. Ya era conocido popularmente como "el motivador de la Costanera", y el periodista Iván Pérez Sarmienti lo incluyó en sus crónicas de "Inusuales" en CNN en Español; por lo que su historia fue conocida en todo el continente. Además, fue uno de los oradores convocados para participar de la charla TEDx Paseo Alameda que tuvo lugar en diciembre del 2017. En este espacio, Trillini habló por primera vez de algo que había intentado tapar durante varios años: los reiterados abusos sexuales a los que lo sometió un comerciante vecino cuando Abel tenía 6 años. Ese mismo año, además, protagonizó un accidente en el que no murió de milagro -o de casualidad, según cómo se mire-; y luego de ello debió vender su auto nuevo "como chatarra". "Había dormido tres horas y estaba yendo a buscar 40 kilos de ranchos de pollo que nos habían donado. Iba por la Panamericana y me quedé dormido, choqué con otro auto y casi me mato", reconstruye.
Esto sumado a las decepciones con que chocó en sus labores solidarias y la muerte de su suegro (ya a principios de 2019) lo llevaron a tocar fondo.
"Convocábamos a gente para que nos ayudara a juntar ropa y comida. Incluso, juntábamos jabón para lavarla y entregarla perfecta. Un día un amigo me dijo que me diera una vuelta por Ugarteche (donde ayudábamos a algunos comedores) para ver qué hacían con lo que donábamos. Fui y encontré a los encargados de uno de los comedores vendiendo esa ropa, y también la comida. Fue una decepción muy grande", rememora.
Traer a la actualidad de aquel momento los reiterados abusos de los que fue víctima también repercutieron en lo que fue el colapso final. "Hablar de la violación fue duro, pero también necesario. Porque tenía que ayudar a otra gente que fuese sobreviviente de abusos sexuales. Cuando estaba en Estados Unidos -vivió allí entre 1997 y 2012- leí la noticia de que al tipo que había abusado de mí lo habían matado y destripado en la calle. Y, la verdad es que me alegré por la situación. Pero después me enteré de que no era él, sino alguien que se llamaba igual. Y volví a caer", cuenta. Incluso agrega que en algún momento -cuando todavía estaba fuera de sí- se le cruzó la idea de ir a buscar a su abusador, y matarlo con sus propias manos.
Abel no recuerda el momento exacto en que tocó fondo, en que impactó contra el piso tras una veritiginosa caída libre. Pero si recuerda el día en que volvió en sí, en que volvió a ser Abel Trillini luego de un mes de estar en "stand by" (según sus palabras). "Fue un miércoles, eran las 9 y yo estaba en una casa donde hacíamos unos trabajos en la Sexta Sección. Me desperté y sentí que volvía a ser yo. Y cuando vi lo que habíamos hecho, le dije a mi compañero que íbamos a tener que hacer todo de nuevo, porque no era lo que me habían pedido. Y lo hicimos", relata; e insiste en que no recuerda absolutamente nada del mes que transcurrió entre que se sintió comenzar a caer y pudo "regresar".
El renacido
"Tuve la ayuda de una gran amiga, y de mi compañera de vida, que es Susi. Me sacaron el monstruo de la cabeza; yo creo que todos tenemos el monstruo y tenemos que sacarlo en algún momento", recapitula sobre su renacimiento.
Luego de la muerte de su suegro -y que obligó a la pareja a recalcular sus planes de viajar por Chile en búsqueda de una nueva historia juntos-, Trillini se instaló un mes en soledad en Santiago de Chile y consiguió trabajo en la construcción de dos locales de comida rápida. Pero su destino seguía en Mendoza, con su esposa, sus dos hijas y su sobrina (a quien el matrimonio adoptó como una hija más).
"Ahora seguimos ayudando a comedores y fundaciones que lo necesitan, pero lo hacemos sin exposición. Lo hacemos por nosotros, porque nos queremos sentir bien. Casi ni lo compartimos, y pedimos a la gente que no nos etiquete en Facebook. Nosotros siempre lo hicimos porque nos alegraba poder hacerlo; pero cuando se hizo muy público -hace unos años- nos empezamos a sentir sucios", reflexiona en voz alta.
Abel, su esposa y las tres adolescentes que integran su familia viven actualmente en el barrio Infanta (Las Heras), en una casa que no pasa desapercibida: en una de sus paredes -y pintada por el propio Trillini- se puede leer la frase: "Sonríe, yo invito".
Más allá del freno por la pandemia de coronavirus -que frenó absolutamente todo en el mundo-, sigue en marcha el proyecto que encaró sobre la cooperativa de trabajo y junto a otros pintores de casas. "Estamos todos legales, tenemos ART. Cuando estuve en Estados Unidos trabajé con un modelo similar. La idea es que cuando alguien tenga un trabajo, destine 30% de la ganancia a la cooperativa y para que se distribuya entre todos. Ahora estamos volviendo de a poco, pero seguimos con la idea de crecer", concluyó.