Walter Ulbricht, por entonces jefe de Estado (1960/1973) de la ex República Democrática Alemana, dijo a finales de junio de 1961 en una conferencia de prensa: “nadie tiene intención de construir un muro”. Sin embargo, tan sólo cuarenta y cinco días después, durante la noche del doce al trece de agosto, miles de soldados y policías del régimen prosoviético, salieron a las calles para reclutar por la fuerza a civiles que ayudaran en la construcción del muro que significaría la división de Berlín en dos partes, la oriental y la occidental. Esa noche se extendieron, provisoriamente, vallas y alambres de púa a lo largo de 155 km y se cerraron 69 puntos de control fronterizo; en tan sólo pocas horas había nacido el Muro de Berlín. El muro no significó solamente la división de la ciudad en dos sino que también aumentó el encono entre Estados Unidos y el bloque soviético y, además, trajo aparejada la separación de familias, amigos, seres queridos y, con ello, la frustración de muchos proyectos personales.
Mediante el muro, el régimen comunista alemán quería impedir a toda costa la huida a occidente de más de treinta mil alemanes orientales por mes a la República Federal de Alemania (3,5 millones en doce años, desde 1949 hasta 1961, aproximadamente el 20% de la población de la RDA). El objetivo fue logrado en gran parte, pero ¿a qué precio? No existen estadísticas certeras sobre el número de víctimas que intentaron traspasar el muro; algunos historiadores hablan de poco más de cien, otros hablan de más de seiscientos muertos. Por su parte, la Fiscalía berlinesa, que considera sólo aquellos casos en los que intervinieron los comandos fronterizos, habla de doscientos setenta muertos (i). Algunos intentaron huir a través de precarios túneles, otros lo intentaron escondidos en vehículos, otros en globos aerostáticos o en frágiles avionetas. Los más audaces trataron directamente de escapar corriendo a través de la frontera, una zona militarizada, que a lo largo de los años fue perfeccionándose con más y mejores técnicas para detectar y neutralizar a los desertores tanto de día como de noche.
Miles de alemanes orientales, al ver frustrada su salida legal del país, viajaron miles de kilómetros a través de la ex Checoslovaquia y Hungría, a fin de ingresar a la Alemania Federal a través de Austria. Este fue uno de los hechos que precipitó aquello cuya verdadera dimensión no alcanzaba a avizorarse por entonces, un hito trascendental que cambiaría el mapa de Europa definitivamente.
Luego de veintiocho años de oprobio, el ‘muro de la vergüenza’ fue derrumbado (9 de noviembre de 1989) luego de un largo proceso, algunas de cuyas etapas se mantuvieron en secreto y que en la actualidad salen a la luz.
Sin duda que el papel de quien fuera por entonces presidente de la URSS, Michail Gorbachov y su ministro de relaciones exteriores, Eduard Shevarnadze, fue muy importante, tan importante como lo fuera el de Helmut Kohl, canciller federal alemán.
Dos años antes de noviembre de 1989, anticipándose a la visita que Ronald Reagan haría a Berlín Oeste, Gorbachov y Shevarnadze visitaron la RDA y se entrevistaron con Erich Honecker, presidente de la Alemania Oriental. Se comenta que ambos intentaron convencer a Honecker de que abriera las fronteras (por el efecto propagandístico positivo que la medida tendría), pero Honecker sabía que si lo hacía eso significaría el fin del régimen, de modo que su negativa fue categórica. (ii)
No obstante sus esfuerzos por mantenerse en el poder, dos años después, Honecker fue remplazado por Egon Krenz. A pesar del muro, la huida de alemanes orientales hacia occidente era imparable y al muro no le quedaba mucho tiempo más en pie, tan solo un mes.
¿Y sobre el rol que le cupo a Helmut Kohl? El semanario alemán Der Spiegel, en un artículo publicado en 2014, cita a Kohl diciendo que el Muro de Berlín cayó por la ‘debilidad’ del régimen soviético. Tal vez esa supuesta debilidad fue “comprada” a través de ayuda económica para la ex URSS. Se habla de un préstamo de doce mil millones de marcos (ocho mil en efectivo y cuatro mil en créditos) que la República Federal de Alemania le hizo a la URSS a fin de mejorar su maltrecha economía. Mediante ese gesto Alemania Federal obtuvo que la URSS simplemente dejara que las cosas sucedieran. Una vez “caído” el muro Kohl ayudó con dinero a la URSS, además, para el retiro de las tropas soviéticas (quinientos mil soldados) del territorio alemán oriental, tropas que durante todo ese proceso histórico se mantuvieron indiferentes; esto último torna a aquellas versiones creíbles.
En estos días se cumplen treinta años de aquel día histórico que, un año después, sería coronado con el tratado de unión entre las dos Alemanias (3 de octubre de 1990). Para ser honestos, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945), nadie pensaba que la reunificación sería algún día posible; tal vez unos pocos políticos con talante de estadistas, como los miembros de la convención parlamentaria que redactaron la Ley Fundamental (1949),a la que llamaron justamente así, “ley fundamental” de manera provisoria, pensando en llamarla “constitución” el día que nuevamente Alemania fuera una sola, o como Helmut Kohl que tuvo la astucia, la visión de futuro, la paciencia, la perseverancia y los recursos necesarios.
Desde ese día, el 9 de noviembre de 1989, el mundo ya no sería el mismo, la URSS y su imperio comenzaría a desmoronarse, la denominada Guerra Fría terminaría, los desafíos para el mundo globalizado serían otros y Alemania volvería a ser una sola, tal como la soñó Konrad Adenauer, padre de la democracia alemana.
(i ) https://www.dw.com/es/el-muro-de-berl%C3%ADn-un-asunto-del-presente/a-2233106
(ii) https://www.elmundo.es/internacional/2014/11/03/54574b20268e3ea87e8b4571.html
