Por Fabián Galdi - fgaldi@losandes.com.ar
Fue necesario que un referente histórico xeneize, Alberto Márcico, opinara públicamente tras la derrota de Boca Juniors en la Supercopa Argentina frente a San Lorenzo, para que la figura emblemática de Carlos Tevez volviera a quedar en el centro de la escena. El "Beto", sin apelar a frases contemporizadoras, fue tajante: "Carlos jugó en un gran nivel cuando regresó de Europa, pero ahora fue decayendo porque se argentinizó". Una definición taxativa aunque proclive a interpretaciones múltiples. El significado del eufemismo puede interpretarse como otro derivado y de uso coloquial: argentinizarse. Y marca a las claras que la intención del gran delantero centro de la década del '90 poco tenía que ver con una ironía, subestimación o menosprecio, sino con marcar una divisoria de aguas: de la estabilidad general de un fútbol de nivel de élite a otro en el que los valores están cruzados y parece imponerse la lógica del canibalismo social dentro y fuera de la cancha.
Es el propio Carlitos quien enfrenta a la prensa y hace catarsis con una autocrítica pública y apenas finaliza el partido. En caliente, sin que sus pensamientos estén mediatizados por lo políticamente correcto, el delantero hizo más de un mea culpa en no menos de tres o cuatro oportunidades recientes. Así sucedió tras los superclásicos veraniegos de resultado negativo contra River Plate y también tras la pésima demostración de falta de espíritu de equipo ante los de Pablo Guede, en Córdoba. Y es el atacante quien reconoce que está jugando por debajo de sus posibilidades, pero también le abre el espacio a que tal referenciación incluye al resto de sus compañeros de plantel. Una señal que en definitiva descomprime al entrenador Rodolfo Arruabarrena de toda la responsabilidad y que reparte la culpa en proporciones simétricas entre todos los jugadores.
Tévez forzó su salida del fútbol italiano cuando su volumen de juego estaba en un nivel premium. Ícono de los tifosi de la Juventus, el ADN de Fuerte Apache aparecía en cualquier cancha del Calcio como del resto del viejo continente a través de la Champions. Sólo el Barcelona de Messi, LuisSuárez y Neymar interrumpió el camino de la Juve para coronarse en la Liga de Campeones 2014/2015. La decisión del ariete estaba tomada: resignar un ingreso de estrella ni siquiera se consideraba como un impedimento en el operativo retorno. Y encima, el combo incluyó la vuelta al seleccionado argentino - bajo la órbita de Gerardo Martino en la Copa América Chile 2015 - cuando había estado en marginado durante los cuatro años que había durado el ciclo de Alejandro Sabella. En medio de ese estado de excitación compartida entre sí mismo y el pueblo xeneize, una Bombonera exultante recibió al hijo pródigo auriazul con 50 mil asistentes en las tribunas.
El enigmático poder de atracción del fútbol argentino no se compara con nada. En él, el criterio de organización programada se tutea cara a cara con el desconcierto, ése símbolo del imprevisto que ya se ha mimetizado como parte de la identidad. La violencia es endémica y naturalizada a pesar de los sinfines de reuniones entre especialistas y funcionarios de turno; demasiado café y agua mineral para intentos que a veces ni siquiera duran una quincena. Los roces, codazos, planchas y golpes alevosos entre jugadores sin distinción de camiseta se encarnan en el metro patrón de la agresividad con premeditación y alevosía. La picardía mal entendida y el sacar ventaja a través de la simulación y de la instigación también se fusionan con la transgresión a la norma como si ésto fuera un hecho cultural instituído.
Y sin embargo, no fue sólo Tevez quien volvió porque quiso hacerlo, si no que en los últimos años lo hicieron - con suerte dispar - futbolistas de la talla de Juan Sebastian Verón (2006) a Estudiantes, Juan Román Riquelme (2007) a Boca, Leandro Romagnoli (2009) a San Lorenzo, Roberto Ayala (2010) a Racing, Gabriel Milito (2011) a Independiente, Fernando Cavenaghi (2011) a River, Guillermo Barros Schelotto (2011) a Gimnasia LP, Mauro Camoranesi (2012) a Lanús, Maxi Rodríguez (2012) a Newell's, Diego Milito (2014) a Racing, Pablo Aimar (2015) a River, Javier Saviola (2015) a River y ahora Andrés D'Alessandro (River), Germán Denis (Independiente), Fernando Belluschi (San Lorenzo) y Marcos Angeleri (San Lorenzo) entre los más renombrados por sus respectivas trayectorias internacionales.
En la concepción del rol que asume el hincha argentino hoy día prima la ansiedad de ser reconocido en modo protagonismo, sin importar el cómo y el por qué. Ésa definición que aporta la psicología social con el nombre de hiperideación significa que el aficionado está pendiente en todo momento y lugar respecto del destino que tendrá su equipo favorito durante 90 minutos. Y el no siempre regular el control de las emociones se convierte en un foco de tensión permanente. El futbolista lo sabe y suele desconcentrarse con facilidad. Le pasó a Tevez, por ejemplo, con su entrada vigorosa sobre el juvenil Ezequiel Ham, de Argentinos Juniors, quien el año pasado sufriera una fractura de tobillo expuesta. Más cerca en el tiempo, el escándalo entre futbolistas de Estudiantes y Gimnasia en el derbi platense de Mar del Plata fue tan desmesurado que hasta llegó a cubrir espacios ponderados en las tapas de diarios y semanarios deportivos europeos. Lejos de recibir una sanción moral por parte del público, éste suele acogerse a la autodenominada cultura del aguante, cuyo efecto real termina favoreciendo y legitimando al barra brava gracias a un blindaje que le asegura impunidad.
Márcico también fue figura en el exterior, específicamente en la liga francesa. En el Apertura'94, en la Bombonera, se acercó al asistente Ernesto Taibi y le hizo gestos y ademanes dibujando en el aire una imaginaria banda cruzada. Javier Castrilli lo expulsó y River ganó 3-0. Si aquél talentoso centrodelantero lo recordase, él también se argentinizó como ahora le dice a Tevez. Vaya a saber cuál será el límite y que se entenderá por este neologismo que aún se presta a confusión.