Por Rodolfo Cavagnaro - Especial para Los Andes
Mendoza tuvo una producción agrícola tradicional que se caracterizaba por un importante sector vitivinícola, en muchos casos asociados con olivicultura o fruticultura, mientras otros se dedicaban al cultivo de hortalizas. Muchos de estos “chacareros” decían que su ventaja era que podían obtener varias producciones al año y que era raro que todas fallaran.
En los últimos 20 años se aceleraron varios procesos que fueron generando pérdidas de rentabilidad pero, lo más grave, pérdida de superficie cultivada. Los problemas de rentabilidad se asociaron con una expansión desordenada del área urbana, lo que llevó a que la reconversión fuera la peor: de explotación agrícola a loteo.
Desde los distintos gobiernos se insistió con la misma respuesta: subsidios. Estos aportes solo sirvieron para no cambiar problemas estructurales ya que implicaban políticas sostenidas a largo plazo y todos miraban el corto plazo.
Otro factor grave que no se ha solucionado es el referido a la realimentación de los minifundios por efecto del sistema legal de herencias obligatorias. En muchos países y en muchas provincias esto se solucionó impidiendo la subdivisión de la tierra en superficies menores que, según los últimos cálculos debería ser de 20 hectáreas.
El otro problema estructural es el de la administración del agua. Habrá que hacer inversiones fuertes, pero es necesario trabajar en nuevos reservorios de agua y un sistema de entubamiento y presurización de manera que el agua se pueda vender por litro, lo que es más justo que el actual sistema, que es inviable con las restricciones generadas por el cambio climático.
El sector agrícola deberá, de manera sostenida en el tiempo, ingresar en el uso de todas las tecnologías, tanto de riego como las necesarias para combatir el granizo o las heladas, pero también a todas aquellas que nos lleven a una agricultura de precisión y sustentable.
El sector vitivinícola está afectado, coyunturalmente, por una crisis de sobrestock, pero todos saben que en la parte de uvas de calidad hay posibilidades de recuperarse en la medida que se corrijan las distorsiones generadas por la inflación y el atraso cambiario. Pero debe encararse seriamente una reconversión seria para no seguir produciendo uvas que no tienen destino.
El sector frutícola necesita una fuerte reconversión varietal y de prácticas agrícolas adecuadas para mejorar los niveles de productividad y de calidad de la producción. El sector olivícola debe aprender a lidiar contra un mundo con fuertes subsidios, donde las indicaciones varietales y hasta las DOC pueden darle un valor de diferenciación.
El sector hortícola requiere también actualizaciones varietales, cambios de prácticas y mayor compromiso en el cuidado de los suelos. Todos los que trabajan productos frescos deben mejorar las prácticas de pos cosecha.
Pero uno de los temas más severos es comprometerse a salir de la trampa de producir commodities. Hacer el esfuerzo de generar productos indiferenciados en el desierto, con baja productividad hace que todo el sector sea inviable.
Y por último, se deben generar cadenas comerciales integradas que eviten la intermediación y participar activamente en los agregados de valor que se hace en estas instancias intermedias.
Hará falta un plan a largo plazo para cada sector y financiamiento adecuado para hacer las transformaciones, pero con reglas de juego claras. Y los gobiernos deberán asegurar el financiamiento adecuado para que se puedan encarar estas transformaciones.
Mendoza necesita un sector agrícola vivo y rentable, que es la primera condición de sustentabilidad. Pero lo necesitamos como condición inexcusable para sostener una buena calidad de vida de la población. El área bajo riego debe ser preservada sana y limpia para que aporte el oxígeno que necesita una población creciente. Es un desafío actual para todas las generaciones futuras.