En la actualidad, las largas jornadas laborales, ocupaciones y problemas varios nos suelen absorben a los adultos en preocupaciones que interfieren en nuestra capacidad para sentir placer y disfrutar de las cosas simples. Conjuntamente, tendemos a perder de vista que aquello que los niños necesitan es tiempo de calidad: un momento de juego, sin teléfonos, mails ni tablets, un verdadero encuentro lúdico de placer.
La presencia que los niños demandan es un tiempo (a veces podrá ser más corto, otras más prolongado) de verdadera conexión, en el que disponen de nuestra completa atención y deseo de compartir ese momento con ellos.
En el proceso de crecimiento, desde muy pequeños, los bebés juegan con sus manos, con sus pies, agarran objetos, se los llevan a la boca. Y esta capacidad lúdica nos acompaña a lo largo de toda la vida.
Lo que va a variar son las formas y los materiales con los cuales jugamos. El juego de un bebé de ocho meses es muy diferente al de un niño de cuatro años, al de un adolescente o al de una persona adulta. De la misma manera, las funciones del jugar van cambiando a lo largo de la vida.
¿Por qué los niños pequeños arrojan los objetos al piso?
Al arrojar los juguetes, comida y todo lo que encuentre por su paso, al dejarlos caer o tirarlos lejos de sí, el niño descubre y construye el espacio exterior.
En ese acto (que no es de una vez y para siempre, sino un proceso) el niño se apropia del mundo y éste, a su vez, se le revela como un espacio exterior, un afuera de sí mismo donde los objetos que son arrojados van a caer.
¿A qué llamamos juego exploratorio?
El jugar al que dedican gran cantidad de tiempo los deambuladores cuando comienzan a gatear, luego a pararse y por fin a caminar, es al que llamamos juego exploratorio. Los seres humanos somos grandes exploradores desde edades muy tempranas.
En la gigantesca tarea que lleva a cabo un niño pequeño al descubrir el mundo, no sólo descubre la realidad que lo rodea sino que también y al mismo tiempo, la crea.
Durante la exploración del espacio, el deambulador descubre sus diferencias con los otros, lo que lo hace único y singular, distingue el yo del no-yo y construye las categorías de presencia-ausencia.
¿Por qué los pequeños no juegan solos?
El jugar a solas en presencia de alguien da cuenta de la necesidad de que un adulto significativo sostenga la escena de juego con su presencia, aun cuando no esté exactamente jugando con el niño.
Es decir, brinda las condiciones para que el juego transcurra, estando cerca y garantizando la confianza y seguridad que el niño necesita para poder desplegar su juego.
La deambulación y la exploración implican riesgos, caídas, tropiezos, algunos más peligrosos que otros. Y es para ello que los adultos estamos cerca de los niños, para protegerlos, cuidarlos y al mismo tiempo permitirles hacer sus propias experiencias en un entorno seguro, sin intrusiones, anticipándonos a los posibles peligros para evitar que se lastimen seriamente.
A medida que un bebé comienza a moverse y luego a trepar, debemos ir retirando y/o tapando los objetos peligrosos que se encuentran a su alcance.
Esto va a permitir que el pequeño pueda moverse libremente sin tener que estar diciéndole que “no” constantemente.
Si hay lugares de la casa en los que no pueden ser retirados de su alcance los objetos peligrosos, como enchufes, escaleras sin protección, etc., es fundamental explicarle acerca del peligro que conllevan. Entonces se le puede decir, aun desde muy pequeño: “En este lugar o con estos objetos no se puede jugar porque son peligrosos. Te voy a mostrar dónde sí podés”.
Esta segunda parte en la que lo orientamos a dónde sí puede jugar es decisiva, porque si solamente nos detenemos en el “acá no”, no le estamos facilitando el pasaje que lo ayudará a tramitar la frustración.
Un juguete adquiere el nombre de tal en la medida en que alguien juega con él. Por lo tanto, cualquier objeto podría ser potencialmente un juguete.
En los tiempos tecnológicos que corren, es preciso recordar que cuanto menos haga un juguete más hará la imaginación del niño. Por lo que cuanto menos luces, sonidos y pantallas tenga, mayor trabajo hará la mente que crea el juego con ese objeto. Desde este punto de vista, los juguetes no son “de nenas” o “de nenes” sino de quienes juegan con ellos.
Fuente: Lic. Ivana Raschkovan. Psicóloga clínica. Docente de la Facultad de Psicología (Universidad de Buenos Aires), Cátedra Clínica de Niños y adolescentes