A pulmón: las mujeres que alimentan y construyen “un sueño” para 160 niños

No reciben ayuda estatal pero con donaciones, sus bolsillos y sus manos preparan la única comida diaria que tienen los chicos.

A pulmón: las mujeres que alimentan y construyen “un sueño” para 160 niños
A pulmón: las mujeres que alimentan y construyen “un sueño” para 160 niños

El olor al tuco de los tallarines se cuela por todos los recovecos de la casa de Juana Valdez, quien a sus 70 años ayuda a los niños de la Unión Vecinal Bonano, en Chapanay, departamento de San Martín. Cuenta que para la merienda-cena (porque comen a las 7 de la tarde) tocan fideos con pollo y que en unos minutos su hogar se llenará con 161 pibes que vendrán a buscar su plato de comida, quizás el único del día.

Juana abrió hace 20 años el merendero "Crece un sueño" frente a la plaza Martina Chapanay pero a los 10 años tuvo que mudarse. Ahora está en un terreno de su propiedad, pero el material con el que estaban construidas las vigas se pudrió hace dos años y tuvo que mudar el comedor a su hogar.

A Juana la acompañan otras cinco mujeres quienes, sin esperar ayuda de nadie, comenzaron a levantar nuevamente el merendero. Así, hacen de albañiles, docentes, cocineras, psicólogas, trabajadoras sociales, jardineras y lo que la comunidad necesite. Son mujeres de hierro.


Proyecto. Hace 10 años el comedor funcionaba en un edificio que se derrumbó. Ahora construyen otro | José Gutiérrez / Los Andes
Proyecto. Hace 10 años el comedor funcionaba en un edificio que se derrumbó. Ahora construyen otro | José Gutiérrez / Los Andes

De todas formas, cualquier colaboración es muy bien recibida, porque aunque reciben donaciones, muchas veces deben poner de sus propios y humildes bolsillos, para que los chicos puedan irse a dormir con el estómago lleno.

La unión vecinal donde se encuentra "Crece un sueño" es humilde; muchas cabezas de familia son jornaleros -cosechadores que, en su mayoría, ganan unos pesos diarios- pero con el cierre de bodegas que hubo en los últimos años, los ingresos familiares se redujeron drásticamente dejándolos en la indigencia. Además de todo esto, las mujeres deben lidiar con la ausencia masculina ya que, según contaron, muchos no colaboran con el comedor y tampoco en sus casas.

En el lugar se observan casas precarias, donde el comedor brilla en medio de la oscuridad. "Cuando por algún motivo no podemos organizar la comida tenés a los chicos golpeándote la puerta a la noche preguntando. Si no les damos, no comen. Es un momento que te desvasta", explica Juana.

Pensar en el otro

Juana tiene cinco hijos y crió a tres chicos más. Su relato tiene el tono de la Mendoza rural, de "Y griega" y corrección ambigua. Poco importa; tiene una sonrisa constante y a pesar de que dice que su labor es desgastante, transmite una energía que a sus 70 años resulta envidiable. Dentro de su cocina las mujeres que le ayudan cortan las verduras para la salsa y Juana relata pero las mira de reojo. Dirige de memoria, conoce el libreto a la perfección.

 "Yo siempre decía que cuando tuviera hijos jamás iba a permitir que pasaran hambre", cuenta la mujer que se crió con unos abuelos que para ella fueron como sus papás. "Cuando un niño tiene hambre no puede pensar en otra cosa. Y hay algunos que cuando vienen acá se comen hasta siete platos", afirma la mujer.

Aunque el número es variable, son más de 150 los chicos que habitualmente asisten a su comedor para deleitarse con el menú que cada día piensa Juana y que preparan Daniela Molina, Estela Frías, Ana Izaguirre, Lucía Ávila y Mari Valdéz. Mientras los niños esperan, la profe de inglés y auxiliar de jardines maternales Graciela Rodríguez, les da clases de apoyo. A todas Juana les consiguió un plan social ya que durante varios años lo hicieron totalmente gratis.

"A veces veo que los chicos, desesperados, se guardan el pan o las tortas en el bolsillo para comer más tarde. Y siempre nos preguntan si va a sobrar algo. La situación está difícil y a veces también tratamos de repartir leche, azúcar, sémola o lo que haya para el fin de semana, porque sólo trabajamos de lunes a viernes", explica Juana y agrega que el municipio nunca se acercó a colaborar con el comedor pese a la función social que cumple.


Menú. De lunes a viernes preparan sabrosas comidas, muchas veces la única ración de los niños.  | José Gutiérrez / Los Andes
Menú. De lunes a viernes preparan sabrosas comidas, muchas veces la única ración de los niños. | José Gutiérrez / Los Andes

En el lugar también se recibe a unos 18 abuelos (en los comienzos llegaron a ir hasta 40), quienes generalmente se acercan en horas de la tarde para poder tomar un yerbeado o un mate acompañados por una torta o una sopaipilla. Lamentablemente, por la cantidad de niños, Juana tuvo que pedirles que no fueran más a la hora de la comida.

En problemas

Como se dijo, el comedor funciona en la casa de Juana porque el lugar en donde estaba emplazado se derrumbó. De todas formas y lejos de desanimarse, las mujeres comenzaron a levantarlo de a poco y agregaron un alero y piso de cemento al frente de la casa para que, mientras llevan adelante la obra principal, los chicos tengan un lugar agradable donde estar. "Nosotras pusimos el cemento, las cerámicas, todo de a poco pero nosotras solas. Las chicas son guapas para trabajar", destaca Juana con la sonrisa que la acompaña a todos lados.

Pero los problemas del lugar no se limitan a esto ya que no tienen agua potable -la presión no es suficiente para que llegue al barrio- y gastan hasta tres garrafas de gas al mes para poder hacer de comer. Tampoco tienen electricidad, lo que complica aún más la situación.

Por esto, la ayuda que se necesita es variada. Desde materiales para construir, en especial el techo del comedor, hasta alimentos, ropa y todo aquello que ayude a quienes pasan un momento difícil.

Educar en la solidaridad

Graciela Rodríguez (24) es profesora de inglés y auxiliar de jardines maternales. Hace dos años trabaja en el comedor, asistiendo con clases de apoyo - además de cocinar-  a los chicos con la ayuda de las otras mujeres del lugar. El primer año trabajó gratis y el segundo consiguió un plan social para tener un ingreso.

"Cuando empecé, los chicos eran terribles. Tuve que enseñarles a compartir, a que sepan trabajar con su frustración, porque muchos de ellos vienen con problemas serios de la casa. Lo bueno es que con las actividades que les doy, descargan", explica la docente.

Por otra parte, indica que trabaja con todos los niños, desde los más chicos hasta aquellos que rozan la adolescencia. "Algunos no necesitan clases particulares, pero igual los hago trabajar para que ejerciten la movilidad fina y gruesa. Todos hacen algo", explica.

Antes, las clases las daba en el comedor, pero tras su derrumbe tuvo que mudarse a la casa de Juana, donde la incomodidad para estudiar y las distracciones son múltiples. De todas formas, reconoce que los chicos sienten el cambio y los adultos también. "Los he visto cambiar mucho. En su forma de ser hasta los ves más afectuosos. Es un proceso lento, pero que tiene resultados", reconoce entusiasmada la joven docente.

Solidaridad

Cómo ayudar

Son muchas las necesidades del comedor "Crece un sueño" y son las propias encargadas de darles de comer a cientos de niños las que ponen de su humilde bolsillo para sostenerlo. Por eso se puede ayudar con donaciones llamando al (263) 154684430.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA