A Macri y a Trump no los une ni el amor ni el espanto, los une China - Por C. La Rosa

A Macri y a Trump no los une ni el amor ni el espanto, los une China - Por C. La Rosa
A Macri y a Trump no los une ni el amor ni el espanto, los une China - Por C. La Rosa

En la década de los 90 aparecieron en Estados Unidos dos artículos que generarían profundas controversias en todo el mundo y que luego se transformaron en libros. Uno fue "El fin de la historia" de Francis Fukuyama y el otro "¿Choque de civilizaciones?” de Samuel P. Huntington.

Hoy vemos que no puede leerse uno sin el otro, aunque lleguen a conclusiones diferentes. Es que, en gran medida, las políticas internacionales de Donald Trump adhieren a las concepciones que emanan de esos textos. Son su puesta en práctica.
Una versión simplista diría que Fukuyama decreta el fin de todo debate político-filosófico en la medida que proclama al mundo el triunfo absoluto de la democracia liberal capitalista, a la cual propone aplicar en todos los países. Pero lo que el autor quería decir es que lo que pasó a un segundo plano, luego de la caída de la URSS, es el debate ideológico entre capitalismo y comunismo, ya que este último había sido claramente derrotado en la teoría y en la realidad.

Y entonces es cuando entra Huntington, quien acepta el fin de la historia en términos de Fukuyama, o sea en lo ideológico, pero le agrega que el conflicto entre concepciones del mundo no terminó, sino que ha sido cambiado por otro de tanta o más envergadura que el anterior. Uno por el cual las viejas ideologías en pugna pasan a ser reemplazadas por choques civilizatorios. Los viejos imperios históricos renacen en base a las identidades culturales ancestrales de cada uno. Así como los musulmanes más fundamentalistas quieren expandir su religión por toda la humanidad, también se resignifican los antiguos imperios chino y ruso.

A diferencia del optimismo de Fukuyama, que creía posible expandir la democracia liberal capitalista occidental por todo el resto del mundo, Huntington piensa exactamente lo contrario: que ante el avance creciente de civilizaciones con valores culturales opuestos, Occidente debe replegarse sobre sí mismo para fortalecerse internamente y volver a ser tan grande como alguna vez fue, en vez de querer influir interviniendo en aquellos sitios del mundo que no comparten los mismos valores.

Es precisamente ese ideario de Huntington el que comparte Donald Trump, a diferencia de otros republicanos como los Bush que intentaron "democratizar" Oriente Medio mediante la intervención militar. Trump no quiere “democratizar” a nadie, sólo preservar Estados Unidos de lo que supone son sus enemigos (no necesariamente ideológicos, sino por intereses económicos y geopolíticos), en particular la civilización china, la que, por su lado, busca avanzar por todo el mundo como lo hizo la Inglaterra del siglo XIX: a través de la expansión de su comercio.

Esta es la razón profunda de la guerra comercial entre EEUU y China: la de imponer uno y otro sus respectivas áreas de influencia, como en el siglo XX lo hicieron EEUU y Rusia, pero no mediante las armas, la ideología o la guerra fría, sino mediante la competencia comercial y la influencia cultural. Al menos en la primera etapa del enfrentamiento.

En ese gran combate entre civilizaciones, Trump cometió un gran error al iniciar su mandato llevado por la idea de que primero que nada debía proteger a su país y que por lo tanto lo mejor era alejarse de los organismos multilaterales de los que Estados Unidos formaba parte. Entre ellos incluyó a uno crucial para América Latina: el Tratado del Pacífico, que con proverbial lucidez su antecesor Barack Obama había impulsado para contrarrestar la influencia china en el Pacífico. Y que apenas Trump lo menospreció, fue precisamente China la que se ofreció a defenderlo. Un error colosal, incluso para sus propios intereses imperiales, de un elefante en un bazar.

Ahora Estados Unidos trata de rever la estupidez inicial de Trump y para ello ha elegido a la Argentina como el país a través del cual pueda nuevamente pesar más en América Latina. En ese sentido, el FMI es la herramienta con la que se está llevando a cabo esta política imperial, incluso con apoyo de los europeos. Y no porque los amos de Occidente estén seguros del triunfo de Macri (ni Macri está seguro de eso), sino porque es el único gobierno de un país grande de América Latina que comparte los valores liberales global-occidentales. México será gobernado por un presidente de izquierdas y Brasil se debate entre un lulista y un chiflado ubicado a la extrema derecha del mismísimo Trump.

Por su lado, en este gran y creciente conflicto civilizatorio, luego de haber colonizado casi toda África, China avanza también sobre nuestro continente actuando como una especie de FMI para populistas, y por eso le prestó a Venezuela la misma suma que el organismo nos prestó a nosotros. Y ni siquiera se los pretende cobrar porque ese país está quebrado, sino que quiere quedarse con algo mucho, pero muchísimo mejor que el 4% anual que nos cobra el FMI: las empresas públicas venezolanas. Algo que es paradojal: si el FMI nos cobrara tamaño “interés” a nosotros, los que en Argentina defienden al chavismo acusarían al macrismo de ser el gobierno más entreguista de toda la historia de la humanidad. Mientras que a Venezuela se le perdona todo porque ella se está liberando del imperialismo malo gracias al apoyo del imperialismo bueno.

En fin, que a la Argentina de Macri la han metido en un conflicto entre gigantes que la excede. Está claro que la regla primera de la política internacional establece que las naciones no tienen amigos ni enemigos permanentes sino intereses permanentes. Y en ese sentido, todo lo que favorezca al interés nacional es bienvenido, por las razones que sean. Pero habrá que tener cuidado de no caer en relaciones carnales como cayeron otros gobiernos, porque lo más sabio en estos casos es negociar según como más nos convenga en cada ocasión. Sabiendo que esta guerra que recién empieza va para largo y así como todos nos pretenderán usar para su bando, nosotros no deberíamos formar parte de ningún bando ni decirle que no a ninguno.

Hacer todo lo contrario de lo que hicieron Menem y Cristina K, a los cuales su estúpida y obsecuente adhesión a peleas de otros hizo que esos otros los terminaran usando de serviles mandaderos. A Menem haciéndole contrabandear armas para guerras ajenas. Y a Cristina haciéndole firmar un ignominioso tratado con Irán. Dos traiciones a la dignidad nacional que no deberían repetirse.

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