Luis Suárez muerde con los dientes a jugadores rivales y está mal. Diego Maradona se apartó de las normas y consumió medicación sin la autorización previa del cuerpo médico de la Selección durante Estados Unidos '94 y estuvo mal. La FIFA sancionó a los dos futbolistas sudamericanos y, desde la forma, actuó dentro del marco reglamentario de las transgresiones y penas a sus estatutos, pero desde el fondo utilizó una vara desigual respecto de casos similares en otros futbolistas oriundos de países ubicados dentro de su máxima zona de injerencia, por ejemplo el viejo continente.
Esa ambigüedad de la máxima organización del fútbol mundial a la hora de determinar castigos también fue y es mala; nada indica que deje de serlo en el futuro, de acuerdo a los cánones de pragmatismo dentro de los cuales se maneja el ente con sede en Suiza, una nación con larga tradición en zonas de inmunidad diplomática y reserva de identidad.
Sobre el futbolista uruguayo, a toda hora y espacio mediático mediante, se exponen cuestiones de índole personal con un tono de sentencia que amerita consultarle a quienes así lo hacen qué satisfacción sienten en regodearse frente a una persona expuesta a un juzgamiento público.
Las causas, como si fuera necesario ubicarlas en el centro de la escena, remiten a su infancia compleja, una adolescencia ligada al alcoholismo y varios etcéteras más que responden al estereotipo del niño pobre que se convierte en un deportista millonario. Se llame Suárez ahora, como Maradona antes y más atrás en el tiempo Garrincha o tantos otros casos.
El fútbol, desde su origen hace ya poco más de un siglo, ha sido una fabulosa herramienta de socialización por sobre todo. Millones de jóvenes lo practican en todo el mundo y los menos logran convertirlo en un medio de vida; los más, en cambio, compartieron un mismo espacio y lugar sin distinción de clases sociales. Compartir rima con convivir: ésa es la cuestión. Integrar es lo contrario a excluir; ésa también es la cuestión.
En la FIFA se fue generando un consenso previo a la hora de sancionar a Suárez por el mordisco al italiano Giorgio Chiellini, en Natal, durante el partido que Uruguay le ganó 1-0 a Italia por la primera fase del Grupo D y la dejó fuera del Mundial como pocos días antes había hecho con Inglaterra tras el 2-1 en Sao Paulo. Los nueve partidos de suspensión más la inhabilitación por cuatro meses y los 82.000 euros de multa fueron la resultante de un acuerdo anterior a la toma de decisiones del Comité de Disciplina.
Lo lógico y esperable era proceder dentro del marco regulatorio, pero también queda la duda con respecto a cuáles son los parámetros para medir el grado de las infracciones: una falta descalificadora sobre el adversario - puntapié, codazo, cabezazo o plancha, por ejemplo - tiene generalmente una sanción no mayor a un partido de suspensión, como mucho a dos si es que está agravada por la figura de violencia desmedida u hostigamiento verbal.
Hubo antecedentes de peso en mundiales que así lo certifican. El más notorio fue el de Zinedine Zidane al italiano Marco Materazzi en la final del Mundial 2006. Al francés lo penaron sólo con tres meses de suspensión cuando ya no había nada en juego y le mantuvieron el premio al mejor jugador de Alemania 2006.
Hubo, además, un actor inesperado, en esta caso el gobierno uruguayo a través de la participación del propio presidente de la nación. José Mujica tomó protagonismo al proteger a Suárez a quien definió, en tono paternal, como "un chiquilín de barrio". El hecho, así, pareció cobrar dimensión de Estado por la manera en la cual se involucraron los actores. Funcionarios públicos de alto y mediano rango del país hermano también se encolumnaron bajo el discurso de "Pepe". Otra de las frases del mandatario fue taxativa: "No lo elegimos para filósofo ni para mecánico...ni para tener buenos modales; es un excelente jugador".
Y aquí es donde la situación volvió a complejizarse, ya que la FIFA, por una cuestión estatutaria, no acepta ningún tipo de intromisión estatal. Por tal motivo, a través de la postura que pareciera negar la evidencia se puede caer en un indeseado efecto boomerang por parte del gobierno uruguayo.
Eso sí, tampoco puede hacerse FIFA la desentendida, porque le cayó a Suárez con un juzgamiento no sólo como deportista sino también como ciudadano. ¿Cuál es el límite, entonces, para la entidad futbolística que hasta cuenta con dirigentes de peso sospechados por acuerdos tácitos para la designación de las sedes de los mundiales de Rusia y Qatar, en 2018 y 2022, respectivamente?
Coherente con su postura de siempre, el entrenador Oscar Tabárez renunció a sus cargos dentro de la esfera de la FIFA. El "Maestro" hizo una exposición pública en la conferencia de prensa oficial, realizada el viernes pasado, en Río de Janeiro, que debiera ser ejemplo del vínculo entre ser y parecer.
El director técnico de la selección oriental abandonó su puesto en la Comisión de Estrategia, debido a que varios de sus colegas en ese ámbito fueron quienes tomaron parte en la decisión que recayó sobre Suárez. "No se discute ese poder, pero eso no significa aceptar el uso indiscriminado del poder", dijo el DT.
Tabárez, por si alguna duda cabe de sus antecedentes, había recibido en su momento la Orden de FIFA, el máximo galardón que entrega la institución con sede en Zurich. Educador de profesión, antes de ingresar al ambiente del fútbol, supo ser maestro rural en Uruguay y de allí sobreviene el apodo que lo identifica. Acerca de Suárez, el conductor grupal lo llamó "el chivo expiatorio" e hizo hincapié en esa definición como la más adecuada para describir el juzgamiento.
A Suárez, los antecedentes no lo ayudan. En 2012, sufrió una sanción de diez partidos por morder en el brazo a Branislav Ivanovic en un juego entre Liverpool y Chelsea. Previamente, cuando formaba parte del Ajax, recibió una pena de siete juegos por un mordisco a Ottman Bakal, del Psv Eindhoven. Además, también fue protagonista de un incidente con el francés Patrice Evra, del Manchester United, quien lo acusó de haber recibido insultos de tono racista.
Veinte años antes, también durante junio, pero en 1994, Diego Maradona fue hallado culpable de haber consumido una sustancia que provocó que le diera positivo un control antidóping tras el 2-1 contra Nigeria, en el Mundial de Estados Unidos. Más allá de la defensa pública, nunca se pudo comprobar que haya actuado de mala fe. Sólo que en estos casos, como el de Suárez, las penas son rigurosísimas. Quizás, si la FIFA también aplicara el mismo rigor en otros casos, tendría bien ganado el derecho al respeto. Pero no lo hace.
Fabián Galdi, enviado especial a Brasil