Carlos Sacchetto - csacchetto@losandes.com.ar - Corresponsalía Buenos Aires
Como cada vez que en la política argentina se juegan fuertes intereses de poder, se ha vuelto a poner en funcionamiento esa intangible escala de valores y condiciones que mide quién es peronista y quién no, y cuándo un peronista es más peronista que otro. Se trata del famoso peronómetro, que supuestamente garantiza esas lealtades que luego de manera inexorable dejarán de serlo.
La referencia viene a cuento porque dos de los tres candidatos presidenciales mejor posicionados en las encuestas han decidido reforzar la captación de voluntades en el llamado peronismo tradicional, que antes se denominaba pejotismo y que no está formalmente incorporado al conglomerado kirchnerista. A ese sector se lo disputan -por distintas razones- Daniel Scioli y Sergio Massa.
En el caso del gobernador bonaerense, a quien el kirchnerismo duro le ha sembrado de espinas el camino a su candidatura, la ambición de lograr la unidad del peronismo no es solamente un sueño de liderazgo.
Imagina que si llega a ser presidente, con ese escudo formado por gobernadores e intendentes identificados con la vieja doctrina, podrá ponerles límites a las exigencias de La Cámpora y de otros sectores transversales que seguirán respondiendo a Cristina Fernández.
Ida y vuelta
Esa siempre fue una aspiración de Scioli, pero su instinto de supervivencia ante el maltrato kirchnerista lo llevó a mimetizarse cada vez más entre quienes lo miran con desconfianza. Ahora, en los hechos, intenta decir que kirchnerismo es igual a peronismo, cuando las evidencias no confirman que eso sea tan así.
El caso de Massa es diferente. Se reivindica como peronista pero decidió diferenciarse proponiendo un frente con distintos sectores que hiciera foco en la renovación.
Allí recibió un fuerte apoyo del peronismo tradicional que le permitió ganar las elecciones legislativas de 2013 nada menos que en la provincia de Buenos Aires. Con eso postergó el sueño kirchnerista de "Cristina eterna" y consolidó una fuerza que hoy le permite aspirar a la Presidencia.
A la hora de formalizar las alianzas, sobrevino el criterio de la selectividad y Massa creyó que la renovación era incompatible con el peronismo tradicional. Para privilegiar su convocatoria a los jóvenes, prefirió cerrarles las puertas a los viejos caudillos y desalentó esos acercamientos.
Hoy, cuando todos transitan hacia las definiciones electorales y la intención de voto se convierte en inevitable referencia, Massa advierte que no es vaciando su fuerza de peronismo como va a recuperar posiciones.
En un escenario que anticipa fuerte polarización entre la continuidad y el cambio, Massa está hoy tercero en los sondeos detrás de Scioli y Mauricio Macri. Ese descenso provocó largas evaluaciones internas sobre la conveniencia o no de bajarse de la candidatura a presidente para competir por la gobernación de Buenos Aires, pero la voluntad de ir por el premio mayor se mantuvo.
Eso sí, por conveniencia más que por convicción, sus operadores salieron de apuro a recomponer relaciones con las figuras del peronismo disidente.
Ya está avanzado un acuerdo con Alberto Rodríguez Saá, José Manuel de la Sota y otros dirigentes de ese sector que -según los cálculos optimistas que se hacen en el massismo- podrían sumarle alrededor de un 7 por ciento de los votos. Una cifra no despreciable para meterse nuevamente en la pelea y evitar que Scioli gane en primera vuelta con el 40 por ciento y una diferencia de 10 con el segundo.
La cosmética
La figura emergente de la semana siguió siendo Mauricio Macri con el triunfo propio en Santa Fe y compartido en Mendoza. Este domingo, con las primarias en Capital Federal, el PRO tiene el desafío de demostrar todo su poder en el segundo distrito electoral del país y luego proyectarse en nuevas alianzas en el interior como la que acaba de cerrar en Córdoba sumando a la UCR y al Frente Cívico de Luis Juez.
Pero la clave seguirá siendo el distrito bonaerense, en el que se tironean Scioli y Massa. Allí el PRO no ha logrado hasta ahora hacer base firme.
Todo este clima electoral, que la dirigencia vive en una especie de estudiantina, sólo maquilla el rostro de una realidad que no oculta las cuestiones de fondo. En su viaje a Rusia, la Presidenta tuvo definiciones ideológicas sesgadas y sumó polémica con los convenios firmados.
La pelea con la Corte Suprema suma rounds, la investigación por la muerte de Alberto Nisman está estancada y ahora -en una delirante mezcla de insólitas conspiraciones- Cristina apunta otra vez contra los fondos buitres como maléficos ejes de todos los pesares que nos aquejan.