La historia de Klement, operario en una fábrica de nuestro país, se convirtió en uno de los mitos que engarzan la política, la guerra, el espionaje, la justicia y el drama. Es que el tal Klement no era otro que Adolf Eichmann, uno de los nazis más crueles que luego de la Segunda Guerra, vivió una década de clandestinidad apacible en nuestro país, hasta el 60, cuando fue secuestrado por el Mossad y enjuiciado en Israel.
Esta es la trama de "Operación final", dirigida por Chris Weitz e interpretada por Ben Kingsley, que acaba de estrenar Netflix. Y si bien la película tiene sus logros: en lo actoral, en sus atmósferas y en lo técnico, queda a medio camino de una narración potente. Pero lo interesante es su historia.
Y esa trama no tiene en el filme sino el libro "Eichmann en la Argentina" su apunte más notable y sólido. El autor es el gran ensayista Álvaro Abós. Con él conversamos para indagar sobre uno de hechos más polémicos de nuestra historia.
-¿Por qué surgió tu interés en esta historia?
-Cuando leí “Eichmann en Jerusalén” de Hanna Arendt, me enteré de que las últimas palabras, antes de ser ahorcado, del mayor asesino burocrático del siglo XX fueron “Viva Austria, viva Alemania, viva Argentina”, sentí mucha vergüenza. Quise indagar en esta historia y contarlo.
-¿Cuál fue la decisión que definió el tono del texto?
-Estructurar mi libro alrededor de algo esencial: Eichmann sabía que iba a ser perseguido siempre y que sus posibilidades de escapar eran escasas. Decidió esconderse en una enorme ciudad de Sudamérica, bajo la falsa identidad de un obrero.
Pero Simon Wisenthal, el cazador de nazis, lo encontró. Y el Mossad lo atrapó. Fue un delito clarísimo, pero el secuestro de Eichmann en Argentina nos permitió condenar a nuestros militares asesinos, porque su proceso sentó jurisprudencia universal según la cual los delitos contra los derechos humanos son imprescriptibles.
-¿Qué opinás de "Operación final"?
-Comienza con un error: Eichamnn no era famoso. En 1960 nadie sabía quién había sido, salvo Wisenthal (del cual nada se dice en la película) y algunos investigadores alemanes e israelíes. Y algunos de los sobrevivientes de los campos. Como arquitecto de la solución final, fue discreto y silencioso. A esa ‘cualidad’ se refiere Hanna Arendt cuando subtitula su libro “Un estudio sobre la banalidad del mal”. El mundo lo conoció en 1960. Pero ¡fue para eso que Israel hizo lo que hizo! Para que el Holocausto -que había sido olvidado en la guerra fría- se inscribiera en la memoria del mundo. El filme no tiene pretensiones de veracidad histórica, y aunque se desarrolla en 1960, desliza algunos dardos contra Perón. Perón, como Estados Unidos y otros países, quería importar científicos alemanes, no criminales de guerra. Durante su primer gobierno, apoyó a Israel. En 1948 fue el primer país latinoamericano que estableció relaciones diplomáticas con Tel Aviv. Nombró embajador a Pablo Manguel (padre del escritor), que fue a su vez el primer embajador judío que tuvo Argentina. En 1951, Golda Meier, una de las fundadoras de Israel, visitó a Eva Perón. ¿Sería coherente que esta mujer elogiara como lo hizo a Evita si el gobierno peronista protegiera a criminales de guerra?
“Eichmann en la Argentina”
Este libro es un monumental trabajo de investigación que echa la luz a los días del nazi en Argentina. Y despeja dudas: ¿quiénes lo ayudaron a ingresar al país? ¿quiénes lo protegieron? ¿cuál fue el rol del peronismo, por entonces en el poder? Este libro de Álvaro Abós está editado por Edhasa.