La principal característica de la democracia argentina modelo 2019 es un fenómeno que la distingue de las etapas anteriores. Estamos hablando de la ubicuidad, ya en términos absolutos, del peronismo.
El adjetivo “ubicuo” expresa a lo que está presente en todas partes al mismo tiempo. O a lo que está presente en muchos lugares y situaciones y da la impresión de que está en todas partes. Que eso es lo que hoy ocurre con el movimiento político creado por Juan Perón, luego de más de 70 larguísimos años de existencia.
Por supuesto que cuando algo así acontece, las explicaciones se bifurcan. Para unos la expansión del peronismo a todas las fuerzas políticas implica el triunfo definitivo de esa doctrina en el seno del pueblo argentino. Para otra explicación un tanto más sutil, lo que está pasando es que el peronismo, al diluirse en la sociedad entera ubicándose en todas partes, es como si no estuviera en ninguna. O sea, pasa a formar parte sustancial de la cultura popular pero deja de ser una estructura partidaria en particular. Al ser todos peronistas, ya nadie lo es.
No es posible aún pronosticar cual de las dos interpretaciones se impondrá.
A favor de la primera está que en sus momentos más fuertes el peronismo siempre tuvo vocación de totalidad, desde aquel evitista grito de “que no quede un solo ladrillo que no sea peronista” hasta el modo kirchnerista de hacer peronismo que, volviendo de algún modo a ese inicio totalizante, buscó imponer una sola identidad política en el país y enviar al terreno del enemigo, del cipayo, del antipatria al que no formara parte de la doctrina oficial.
A favor de la segunda interpretación lo está en que hace mucho tiempo (quizá desde siempre) el peronismo cobijó sectores contradictorios entre sí. Algo que sólo pudo controlar Perón por su liderazgo indiscutible durante sus primeros dos gobiernos y en parte durante la etapa de la resistencia (1955-1973) en la que con una ambigüedad a prueba de fuego el General se encargó de desmantelar todo intento de disputarle la conducción.
Fue así que regresó a la Argentina portando en su persona casi la suma del poder público por resignación de todos sus opositores y por voluntad de la mayoría del pueblo argentino. Pero aún teniendo tanto poder, nada pudo hacer contra la división interna de su movimiento que él mismo había fomentado para no perder el poder desde el exilio. La violencia brutal fue la respuesta a ese malogrado país donde Perón había casi podido construir la unidad nacional entre las distintas facciones políticas argentinas, pero a costa de convertir a su movimiento en un infierno donde todos se mataban entre ellos, sin que el General pudiera hacer nada.
Sin embargo, a pesar de la masacre interna y de la perpetrada luego por los militares, el peronismo sobrevivió a su fundador, manteniendo la cultura que él le inculcó: la de ser todo y nada a la vez.
Fue renovador, constitucionalista y republicano durante el alfonsinismo. Pero en la década siguiente devino neoliberal a tono con el mundo de la implosión del comunismo, la imposición mundial del capitalismo y el fin de la historia. Una década más tarde, negándose otra vez a sí mismo, adoptó todos los clichés del progresismo populista y se declaró más heredero de los montoneros que de Perón.
A cada uno de esos peronismos le sobrevino un antiperonismo tan abarcativo como él, donde el odio hacia el movimiento popular y su creador era más visible que cualquier proyecto alternativo. Ello ocurrió ya tempranamente en 1945 cuando izquierdas y derechas se unieron para impedir el nacimiento del peronismo. O en 1955 donde esas mismas izquierdas y derechas, esta vez sumando a los militares y a la iglesia, quisieron borrar del mapa hasta el nombre de Perón. O en 1976 que no sólo se quiso borrar al peronismo sino al país entero que creció a su vera porque se creyó que “el mal” ya había contagiado a todos los argentinos. O en 1983 cuando con cierta ingenuidad se soñó construir una república constitucional que en vez de querer destruir al peronismo, lo olvidara y convocara a los peronistas a gestar junto a los radicales un tercer movimiento histórico. El último antiperonismo sobrevino en los dos primeros años de Macri, cuando su sector más extremo buscó clausurar 70 años de historia a los cuales se acusó de haber gestado la decadencia nacional.
Ahora, agotados todos los peronismos y todos los antiperonismos, sin que ninguno haya logrado sus objetivos, se busca poner a los peronistas en todo el espectro político nacional, convencidos de que la opción partidaria o frentista que más peronistas sume (sea peronista o no) se quedará con todo el poder. Otra desmesura y van... Entonces todos van a la caza de cualquier peronista suelto que ande por allí.
Primero fue Roberto Lavagna quien quiso construir un peronismo sin kirchneristas ni macristas, pero de pronto todos los peronistas se fueron con los populistas o con los “gorilas” y Lavagna se quedó solo con su hijo, y sólo porque es su hijo. Luego fue Cristina Fernández que decidió sumar a los peronistas que más la criticaron en los últimos años para ver cuantos otros arrastraban consigo. Y al final fue Macri que incorporó a Pichetto, el Peronista más peronista de todos, el que quiere enterrar, (a tono con la tradición posterior a Perón) a la vieja Papisa peronista e imponer un nuevo Papa peronista. Pero como no lo encontró se fue con Macri.
Y hoy cada cual pelea a su modo. El albertofernandismo, como los renovadores de los años 80, busca quedarse con los peronistas con poder, sean gobernadores, intendentes o legisladores. Y el pichettismo, como el Menem de 1989, anda cazando todo peronista que no recibió nada del albertofernandismo a fin de sumarlo a la causa macriperonista.
Algo parecido, en tamaño menor, ocurrió en Mendoza, donde los intendentes justicialistas creyeron que les bastaba con su poder territorial, mientras que los kirchneristas sumaron a todos los que se habían quedado sin territorio. Se logró un empate técnico con ligero predominio de los K por saber sumar a los desterritorializados, que demostraron ser un poco más que los territorializados.
Algo así se viene a nivel nacional, a final abierto, con la curiosidad de que un gobierno que empezó simpatizando con el antiperonismo, se postula a reelegirse haciendo del peronismo su bandera. Y una expresidenta que siempre despreció a los peronistas tradicionales, hoy los compra a precio de oro para ver si puede ganar y así zafar de la cárcel.
En fin, que como solía decir el General -con visión más que profética- peronistas somos todos.