A Julio se le es-fumó

A Julio se le es-fumó

La lapicera y el papel deberán esperar unos segundos en la mesa. Escribir es necesario, pero más lo es encender un cigarrillo. Porque el que fuma y escribe no hace una cosa sin la otra. Y el que no fuma, no escribe si no toma café. Y así. Así. Escribir es un vicio que se comparte con otro vicio. Preferentemente que tenga nicotina, cafeína, parafina, chocolatina. Entonces alucina. Endorfina. Y decía, bueno, demoremos la lapicera y el papel un rato…

(Se aleja de las letras, las palabras, lo lingüístico. Abre el paquete perjudicial para la salud; saca un papel relleno de 9 mg de alquitrán, 0,6 mg de nicotina, 10 mg de monóxido de carbono y otros venenos. Lo mira, enciende un fósforo, prende el cigarrillo, cierra los ojos y entonces labios y garganta sienten el tóxico sabor miel. Por inercia, tira las cenizas que no existen de la primera pitada, toma un sorbo de café y deja que las ideas bailen un jazz, un blues, un soul en el humo). Distinguido.

En el ritual descripto entre paréntesis, Julio tarda lo que dura “You and Me” de los Penny and the Quarters. Elegante. En las cosas que lo matan despacito y en silencio, él se toma el tiempo y el tiempo le toma el pulso.

A Julio, ¿se le habrá volado alguna idea importante en esos tres minutos de neblina? Sí. Al menos tres divagan en uno de sus dos pulmones. O en los dos. O en ninguno. El papel y la lapicera esperan, en blanco, sin tinta, y a Julio le entra pánico. El muy guacho no las tose. Ni siquiera carraspea.

Se levanta de la silla, el corazón le late. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Un año le llevó pensar el inicio de su primera novela y el cigarrillo se lo afanó en dos minutos y monedas. La puteada que lanza resuena como un estruendo en el cerebro de sus vecinos. Se lamenta, llora, grita, pero la idea no vuelve. A Julio se le es-fumó (la idea).

No puede controlar la angustia. Se sienta. Repasa. Y él se fuma otro, otro y van. Julio sabe que su cuerpo va a apagarse, él lo sabe. Sí, lo sabe. Pero va a pitar hasta que recuerde el pensamiento. Y ya no quedará Julio, ni idea. Mucho menos novela.

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