Luis Abrego - labrego@losandes.com.ar
La que pasó fue una semana agridulce como pocas para Alfredo Cornejo. La áspera realidad local, sobreactuada mayoritariamente por sindicatos y dirigentes que hasta hace meses eran disciplinados por Cristina Kirchner y que de repente descubrieron que en Argentina había inflación, tensiones con el dólar e inequidades respecto al federalismo, específicamente en lo que a distribución de fondos coparticipables se refiere, puso de manifiesto la oscilante montaña rusa que vive a diario el gobernador.
Mientras aquí los sindicatos marchaban divididos contra los despidos en el sector estatal (que en muchos casos implicaron un pésimo uso de los recursos públicos, y por ende un daño al Estado) y por la aplicación de un protocolo “antipiquetes” tan laxo como incluso había prometido implementar antes del balotaje el mismo Daniel Scioli, Cornejo hacía aprontes para la cena que esa noche compartiría (junto a otros cientos de invitados) con el presidente francés, Francoise Hollande.
Una figura simpática para el gobernador que siempre ha visto en los socialistas herederos de Mitterand, y en la centroizquierda europea en general, socialdemócrata como él, un espejo de aquello que alguna vez bien definió otro argentino familiarizado con Francia, Dante Caputo, cuando hablaba del “capitalismo con rostro humano”.
Algo así como la posibilidad de sostener desde la política y la gestión pública valores sociales e ideas progresistas en un sistema irreversiblemente capitalista. El asunto es el cómo, y mucho más cuando quien lo quiere implementar no viene desde el peronismo.
Esa cena diplomática, de la que posteriormente circularon imágenes donde el gobernador se codea sonriente junto a Hollande, fue apenas el prolegómeno de otro breve pero intenso periplo internacional de Cornejo.
Mientras aquí el SUTE aprobaba un paro con el objeto de obstaculizar el inicio de clases previsto para mañana, sin haber esbozado ni en el ámbito paritario ni en declaraciones públicas una sola cifra del porcentaje que pretenden los maestros mendocinos, el mandatario provincial acomodaba su valija para partir junto al presidente Mauricio Macri y sus colegas Juan Manuel Urtubey (PJ) y Roxana Bertone (FpV) a entrevistarse con el Papa Francisco.
La cita que se concretó ayer tiene un altísimo valor institucional, pero también político. El ex cardenal Bergoglio pasó de ser el enemigo número uno del kirchnerismo a su aliado privilegiado. Incluso con visitas jocosas y encuentros reiterados con la ex presidenta y su “juventud maravillosa” de La Cámpora con cuyas remeras incluso también posó para los fotógrafos.
Producido el cambio de gobierno en Argentina, no fueron pocos los observadores que advirtieron que entre Buenos Aires y el Vaticano se desarrollaba una especie de guerra fría. Una inmensa glaciación que Macri pretende poner a deshielo por todo lo que Francisco significa para la Argentina y también para el mundo.
La presencia de Cornejo en esa comitiva habla por sí sola de la consideración que ha logrado en poco tiempo el mendocino en el entorno presidencial. Un habitué de la rosca macrista lo define así: “Mauricio ha encontrado en Alfredo un loco obsesivo de la gestión como él”. Ese es el punto de encuentro más allá de las coincidencias electorales.
Cornejo no puede ser definido especialmente como un hombre de fe. Por el contrario, su pragmatismo hace equilibrio con una visión humanista no eclesiástica que asentó durante su formación dentro de lo que fue la Junta Coordinadora Nacional, el poderoso sector del alfonsinismo en el que se forjó dentro del radicalismo en los ‘80.
Aún más, los entonces jóvenes de aquella vertiente se jactaban de una impronta anticlerical en sus ideas y de su carácter laico para entender el posicionamiento del Estado frente a la sociedad y los grupos de poder “corporativos” (en el que se incluía a la Iglesia, pero también a los sindicatos).
Claro está, de esto han pasado más de treinta años. Demasiados como para que ayer Cornejo haya saludado con respeto al mismísimo Papa en el ornato vaticano. En paralelo, es casi la misma parábola que lo ha depositado como uno de los gobernadores de confianza de un líder de centroderecha como es Macri. Un rol que más allá de las tendencias ideológicas no le disgusta del todo al gobernador. Le sirve a él y a sus propósitos políticos y de gestión. Y de hecho, lo ejerce con soltura y sin complejos. Como también ya lo desarrolló antes con el mismísimo Néstor Kirchner para hacer parir la meneada “transversalidad” que alumbró entonces a los radicales K.
Pero con un juego destacado en las grandes ligas nacionales y con destellos de brillo internacional no alcanza para administrar a una provincia casi quebrada y de problemáticas endémicas que incluso no pongan también en crisis a las convicciones. El conflicto docente y las paritarias por venir dan un claro indicio de ello. Frente a ello, Cornejo ha optado por hacer prevalecer la autoridad a las concesiones que a la larga padece el conjunto.
Tanto con los despidos, la negociación salarial, o en la aplicación de la ley en lo que hace a la protesta social, se ha mostrado inflexible. Sabe que en esas batallas cuenta con el aval mayoritario del resto de la sociedad que ve en el comportamiento de algunos empleados públicos, o en la avanzada de la queja y el caos, un privilegio o una desidia que –por ejemplo- en el ámbito privado serían intolerables. ¿Convencimiento o “sondeocracia”?
Por lo pronto, la tónica general de la gestión (según aseguran en Casa de Gobierno) será la misma: austeridad, cumplimiento de la ley y sanciones para quien la incumpla. Esto se traduce tanto en imputaciones a quienes obstruyan la circulación (tres sindicalistas fueron notificados esta semana) como para quien falte a su trabajo, en este caso, a través del descuento del día. O incluso más, con la disminución proporcional del aporte estatal a los colegios privados que tienen subsidios para prestar un servicio educativo pero cuyos docentes se adhieran al paro. Una serie de medidas que, además, Hacienda está deseosa de implementar para ahorrar dinero. Con el mazo dando.
Días atrás, en declaraciones periodísticas, el ministro Giacchi dio la clave de la disputa: “O gobierna Cornejo, o gobiernan los sindicatos”. El desafío no es menor y en todo caso es de fondo respecto a las pretensiones que pueda tener la Provincia de generar un desarrollo sustentable que vaya más allá de estar pendiente todos los meses de la recaudación o la ayuda de la Nación para pagar -exclusivamente- la plantilla estatal.
Cuando en el pasado reciente, los sindicatos le torcieron el brazo al poder político, fueron todos los empleados estatales y los mendocinos los que sufrieron las consecuencias. Francisco Pérez fue cediendo para evitar un incendio que no llegó a tal, pero cuyo humo lo terminó ahogando lentamente.
Cornejo sabe que éste es el momento de intentar construir algo nuevo, que fije el rumbo, al menos de los próximos tres años. Aunque para ello algo deba crujir. Hasta el momento se ha mostrado implacable y firme, a riesgo de poner en juego capital político. En eso cree, aseguran en su entorno.
La prueba de fuego será mañana, en el inicio de clases, con escuelas abiertas y la convocatoria expresa a los padres para que ellos no fallen pese al conflicto. La respuesta será un téster para futuras batallas. Así de tenso y extremo. Con una dureza no habitual en Mendoza y que difícilmente el encuentro con el Papa haya podido ablandar.