Hace cien años, la revolución rusa, conmovió al mundo y marcó el siglo pasado. En marzo de 1917, el zar Nicolás II abdica, ante las dificultades, para reprimir las revueltas en la capital imperial de San Petersburgo.
Las tropas se negaron a atacar a los manifestantes y muchos soldados se sumaron a las protestas. Los generalesdijeron al soberano de un régimen autocrático, que era difícil restablecer la disciplina con su permanencia en el trono.
Al día siguiente, el hermano del zar, el Archiduque Miguel, rechazó el trono y la Duma -un parlamento con poderes acotados, surgido de las sublevaciones de 1905- asumió el poder con un gabinete de liberales y socialistas dirigidos por el príncipe Liow.
En 1913, los rusos, celebraron el tricentenario de la dinastía Romanov como autócratas de Rusia. El vasto Imperio había acelerado, desde 1905, un proceso de industrialización y modernización que llevó a Rusia a tener las tasas de crecimiento más altas de ese tiempo, siguiendo un plan reformista a cargo del conde White. Las reformas no alcanzaban al régimen político, que seguía basado en el absolutismo.
El zar emprendió, como parte de los festejos, una gira en ferrocarril por todo el imperio y cuando Lenín, en su exilio de Ginebra, veía, en los noticieros cinematográficos a las multitudes exultantes ante la presencia del emperador, escribió desalentado: "Hay un siglo más de Romanoff en Rusia".
Lenín regresó a su país luego de los acontecimientos de marzo, gracias a los dirigentes del Imperio Alemán. El gabinete de Berlín y el Estado mayor imperial del ejército germano llegaron a la conclusión de que para ganar la Guerra había que lograr la defección de Rusia liberando divisiones para trasladarlas al frente occidental.
A casi tres años de guerra había cansancio ante las bajas, la escasez y las derrotas, pero el nuevo gobierno quería proseguir las operaciones y su ministro de guerra, el socialista Kerensky, lanzó una ofensiva que terminó en un fracaso y deterioró a la nueva administración.
Lenín era un líder comunista, francamente minoritario en la población rusa. Llegado a San Petersburgo inició una campaña de agitación con el lema de paz, pan y tierra y en octubre se hizo con el poder y canceló las elecciones para elegir constituyentes, sabiendo que las perdía.
La Revolución Rusa es una secuela de la guerra mundial, que también, terminó con los tronos del Imperio Alemán, el de los Habsburgo del Imperio Austro Húngaro y el de la dinastía otomana de Turquía y trajo convulsiones revolucionarias en todo el mundo, incluso en nuestro país como la semana trágica y los sucesos de Santa Cruz.
Así comenzó un totalitarismo que gobernó Rusia, convertida en la Unión Soviética, hasta 1989. Un régimen despótico, consolidado luego de una feroz guerra civil de tres años, la muerte por hambre de veinte millones de campesinos, otros millones de disidentes desplazados de sus tierras, por limpiezas étnicas o por ser pequeños propietarios y el cercenamiento de todas las libertades y derechos individuales. Ni siquiera los altos dirigentes del partido comunista estaban a salvo de la cárcel o el asesinato.
En su momento fue saludada con entusiasmo por los que creían que era una revolución fundada en los valores de la libertad, que terminaba con la autocracia zarista.
Otros la defendieron porque creyeron en el presunto igualitarismo que implantarían, terminando con privilegios originados en el nacimiento o en la riqueza.
Algunos, por la indudable contribución a la destrucción de otro totalitarismo siniestro, el nazi fascista, con millones de muertos en defensa, no del comunismo, sino de la "sagrada madre tierra rusa", como lo admitiera el propio Stalin, disimulaban o se negaban a ver los crímenes del régimen que la propia dirigencia soviética reconocería a la muerte del tirano georgiano.
Los ataques a la libertad de los zares fueron poca cosa si los comparamos con las atrocidades del régimen comunista que, luego de la Segunda Guerra Mundial, se extendió por Europa Oriental, avanzó sobre el Asia e intentó -desde su satélite Cuba- subvertir a la América Latina.
El sistema no tuvo éxito económico y se desmoronó ante su fracaso en 1989. Ya Von Mises había advertido, ante la "planificación centralizada" anunciada por Lenín, que esto llevaría a Rusia al desastre.
Por cierto que el propio Lenín, ante el derrumbe económico y el hambre que se extendía por todos los territorios de la URSS, dio marcha atrás con la NEP, nueva política económica, que reconocía la propiedad campesina de la tierra y actividades privadas en el comercio y la industria.
Pero a su muerte, Stalin volvió a imponer la colectivización forzosa y sacar la tierra a los campesinos. Fue así como Rusia, de exportador de alimentos antes de la revolución, se convirtió en un continuo importador de cereales.
¿Cuántas divisiones tiene el Papa? Le dijo con ironía Stalin a Churchill en Moscú. Un Papa polaco, Juan Pablo II, que sufrió los dos totalitarismos, el nazi y el comunista, aparentemente distintos pero de la misma raíz intelectual supo, con un político estadounidense sin pretensiones académicas, lo que otros, con prestigio intelectual, no supieron o no pudieron ver: La maldad del sistema y la inevitabilidad de su caída, porque contrariaba la naturaleza humana, a la que le es inherente conceptos como, el libre albedrío, la dignidad de la persona, que cada persona humana es sagrada o, para resumirlo en una frase, que ningún hombre es un medio sino que es un fin en sí mismo.
El siglo pasado, a la par de grandes progresos materiales y de inclusión social, fue abominable en muchos aspectos, con genocidios enormes fruto de los intentos de ingeniería social por parte de los enemigos de la libertad.