Con 65 años recién cumplidos, el dibujante e ilustrador mendocino Luis Scafati recibió ayer el primer título de grado en su vida. Fue el doctorado Honoris Causa que le concedió la UNCuyo y el artista se lo dedicó a sus padres, "a quien recuerdo mucho en momentos como éste".
Sin embargo, en la vida de "El Fati" (como firmó sus obras durante muchos años) esos pergaminos no significan nada. O, mejor dicho, hay cosas que significan más que los títulos.
"Soy un escéptico de los títulos. A mí me vale más que me mostrés qué estás haciendo y qué es lo que hacés antes de que me salgas con no sé cuántos títulos. Desconfío de ellos, porque hay mucha impostura, mucho chanterío. El mejor título para mí, el que más admiro, es el del reconocimiento de la gente, que vengan y me digan 'Che, Luis, me gustó tu trabajo'. No es demagogia, así lo veo", destaca el artista en el patio de su armoniosa casa de Vistalba, apenas un par de horas antes de recibir el Honoris Causa.
Con la simpleza y la naturalidad que lo caracteriza, así transcurre la charla con el prestigioso artista en una siesta en la que recordó los mejores momentos de su infancia, su juventud y contó cómo vive sus días en la actualidad. Su salida forzosa de la UNCuyo durante la dictadura militar y algunas anécdotas políticas y ?rocanroleras' también son parte de la imperdible charla.
"En este momento estoy terminando de hacer las ilustraciones para ?Informe sobre ciegos', que es un capítulo de ?Sobre héroes y tumbas', de Ernesto Sábato. Lo tengo que terminar para abril, porque lo van a presentar en la Feria del libro de Buenos Aires", contó casi al final de la charla.
El dibujo como estilo de vida
"¿Viste cuando uno tiene habilidad para correr entonces práctica deportes?. Bueno, algo así sucedió conmigo. Dibujo desde siempre, no es algo que tuve que adherir a mí, porque era una habilidad que me di cuenta que ya tenía".
Casi por obligación y formalidad la charla (porque fue más íntima y personal que una entrevista) comienza con la trilladísima pregunta "¿Desde cuándo dibujás?" y la destacada anteriormente es la respuesta que Scafati brinda desde una de las tres reposeras ubicadas bajo un árbol de su jardín.
Mientras más va hablando el dibujante, más se va soltando y los recuerdos de sus años infantiles en la Alameda mendocina van fluyendo naturalmente, sin necesidad de forzarlos. "Mis viejos tenían un puesto de diarios y revista en San Martín y Urquiza, en la Alameda y a mi casa llegaban todos los días miles de historietas.
He visto lo mejor de la historieta argentina en su apogeo como son José Luis Salinas, Brecha, Battaglia, Calé, Quino. Todo eso era el dibujo para mí. Por suerte tengo una gran cultura de revistas, porque en esa época había revistas dedicadas a política y también estaban las dedicadas a historietas. Y dentro de las historietas tenías El Tony o D'Artagnan por un lado y otras como Patoruzú del otro. Si hasta recuerdo una que, creo que era de Oesterheld, que se hacía con los restos de papel de otras revistas. Había mucha variedad y todo eso es parte de mi cultura gráfica, por suerte", recuerda Luis, haciendo un simple y rápido paralelismo entre lo que es internet hoy y lo que eran las revistas en esa época.
Regresando a la charla, con emoción Scafati recuerda su primer dibujo publicado: tenía 17 años, aún no definía que quería estudiar y fue en las páginas de Los Andes. "Conocí a Antonio Di Benedetto y armamos una amistad mínima con él. Recuerdo que le encantó mi trabajo y ese hito, tal vez sin que yo tuviese idea en ese momento, terminó de ser lo que me marcó en la historieta y en la literatura", agrega.
Muy por el contrario a lo que suele ocurrir en muchas familias consideradas "convencionales", fueron justamente los padres del dibujante quienes lo empujaron hacia la carrera de Artes.
"Cuando quise elegir carrera pensé en Psicología, porque era muy tímido, taciturno y callado. Entonces quería 'arreglarme' internamente y por eso pensé en esa carrera. Estaba en un estado como de conflicto y buscaba armonía. Si hasta recuerdo que me faltaban unas materias de la secundaria y ya había averiguado todo para irme a San Luis a estudiar. Pero fue mi vieja la que me insistió para que me anotara al pre de Artes y creo que lo hizo porque tenía ganas de que tenga un título y veía que yo era muy rebelde para el estudio. Me costó mucho terminar la secundaria, abominaba todas las estructuras muy organizadas", rememora.
Paradójicamente su primer título formal llegó recién ayer, con seis décadas y media vividas.
Un antes y un después
Su ingreso a fines de 1969 en la Facultad de Artes, que en ese año dejaba su vieja ubicación de San Martín y Montevideo y estrenaba locación en la que hoy es la ciudad universitaria, marcó un antes y un después en su persona.
"Con 20 años entré y eso cambió mi forma de pensar. Me encontré con gente apasionada por pintar y dibujar, y me encantó. En ese momento la ciudad universitaria era un desierto donde, con suerte, llegaba el 15 y no había nada más. Y me marcó la universidad, hice muchos amigos -entre ellos profesores-. Para que entiendas lo que era el contexto: el Che Guevara empezaba a ser un mito, Los Beatles estaban vivos y unidos y era la efervescencia del Mayo francés. Todo ese telón de fondo me marcó", se explaya.
Sus estudios se vieron interrumpidos de forma abrupta, así como los sueños de miles de jóvenes por aquellos años, y por la misma razón: las decisiones del gobierno militar.
"Después del 24 de marzo de 1976 todos los días en los Portones del Parque habían controles y los uniformados se subían al micro con una lista de nombres. Y un día me bajaron a mí, me tenían en la lista por supuestas vinculaciones y con el tiempo me enteré que esas vinculaciones eran estar en el Centro de estudiantes. Después de eso me tuve que ir a Buenos Aires, pero se produjo toda una transformación en mí luego del paso por la facultad. Hoy siento que los pibes tienen cambios menos bruscos, pero en esa época entrabas por una puerta y salías por otra totalmente cambiado, para bien", reflexiona.
El contacto con sus vínculos de la UNCuyo sigue más vigente que nunca. Si hasta conoció a quien hoy es su esposa en aquellos años, la pintora Marta Vicente, con quien tuvo tres hijos. Y ya tienen seis nietos.
La herramienta
Para el mendocino cuando un trabajo sale de la cabeza del artista y lo materializa, ya deja de ser exclusivo de su mundo y debería ser compartido y disfrutado por todos, dejando egos y sentimientos de posesión de lado.
"El dibujo es una herramienta y mi objetivo es que lo mío llegue a todos lados, sin importar dónde esté. El arte te pone en contacto con lo esencial, con las cosas que te preguntás a diario. Hay que derribar el prejuicio de que el artista la pasa bien, que se rasca y de vez en cuando hace un cuadro por el que le pagan millones y de eso vive. No es así, son horas de estudio, de trabajo. Y no tener horarios es positivo y negativo a la vez", aclara.
Para el cierre de la charla queda una de sus mejores reflexiones. "Amo mi laburo, estoy agradecido a las circunstancias que hicieron que pudiese vivir de esto. Si tengo que encontrar un equivalente a lo que yo hacía en las revistas con la actualidad, creo que lo que mejor me equivaldría sería el arte grafitero, el estar en la calle expuesto a la mirada de la gente, sin discriminar. Eso sería hoy lo que yo hice con mis dibujos", sentencia.