El 16 de enero de 1944 la Segunda Guerra Mundial dejó de ocupar las primeras planas en la prensa argentina: San Juan prácticamente había desaparecido bajo la furia de un terremoto grado 7.0. El 80% de los edificios de la ciudad sucumbieron y se calcula que unas 9.000 personas dejaron de existir.
Todos durmieron aquella noche en plazas o a la vera de las calzadas. La oscuridad era hendida cada tanto por antorchas o fogatas alrededor de las cuales se agolpaban los sobrevivientes. En el silencio, llantos cargados de incredulidad despertaban cada tanto.
Muchos caminos se inundaron -debido a la destrucción de los cauces de riego- haciendo dificultoso el acceso a la zona arrasada. Además, la rotura de piletas de almacenamiento pertenecientes a dos bodegas hizo que el vino en proceso inundara otro tanto. Según numerosas crónicas, al día siguiente la mayoría de las víctimas aún eran rescatadas de los escombros -con vida o no- por sus parientes. Se impusieron los velatorios en la vía pública, bajo una iluminaria tenue. Sin duda, uno de los aspectos más dramáticos de la situación.
Salvo las avenidas principales, las calles se habían vuelto intransitables para los vehículos, un sinnúmero de los cuales terminó debajo de los escombros. Algunos árboles yacían en el piso, arrancados de raíz. Parte de la Casa Natal Domingo Faustino Sarmiento se vino abajo y tuvo que ser reconstruida, conservándose en perfectas condiciones la habitación donde el prócer llegó al mundo.
Los testimonios recogidos por la prensa son dantescos: "Ayer a la hora del terremoto -señaló un entrevistado- estaba en mi cuarto en el hotel. Cuando empezó a temblar sentí los gritos de angustia de dos señoritas que ocupaban una habitación contigua y al salir al corredor una de ellas vino a mi encuentro. Estaba tan desesperada que no atinó a otra cosa que a abrazarme y llorar pidiendo que fuera a socorrer a su compañera (...) sólo pude sujetar a la señorita y mantenerla conmigo bajo el dintel de la puerta de mi habitación. Cuando pasó la fuerza del sismo corrí hacia la habitación contigua para buscar a la mujer. No estaba. Un rato después nos enteramos de que, enceguecida en su desesperación se había arrojado por el balcón de la pieza que está en un segundo piso, a la calle. La encontramos muerta" (Los Andes, 16 de enero de 1944).
El sismo se produjo pasadas las 20.40 hs del 15 y se percibió en Mendoza desde donde partieron los primeros auxilios. Sin perder un minuto Dr. Humberto J. Notti reunió médicos y personal de enfermería para trasladarse a la capital sanjuanina. Se desplazaron en tren, llegando a destino aproximadamente a las 2 A.M. De la estación caminaron unas quince cuadras, entre escombros y cadáveres, para llegar al Hospital principal. La cantidad de heridos desbordó el sistema sanitario de aquella provincia.
Unas dos mil personas terminaron siendo trasladadas a Mendoza. Para su atención se utilizaron las instalaciones del Hospital Central, aún en obra. El nosocomio sería inaugurado oficialmente meses más tarde.
Policías y bomberos mendocinos partieron también. No sólo para socorrer a la población -junto a 30 camiones con alimentos y ropa-, sino además para colaborar con el orden. Una disposición, dictada por la máxima autoridad policial sanjuanina, expresaba que serían castigados severamente los actos de pillaje, y la misma era leída por las calles por cuadrillas. Una gran cantidad de presos había escapado de la Cárcel de Marquesado, lo que dificultaba aún más dicha situación.
Desde el rectorado de la Universidad Nacional de Cuyo se envió una expedición de ayuda a cargo del Ingeniero Agrónomo Félix Albani, además fueron convocados personal y alumnado para colaborar en la atención de los heridos que llegasen a Mendoza. Nuestros ciudadanos ofrecían a través del diario hospedaje para los damnificados: "La alumna de la Escuela Superior de Comercio Martín Zapata -leemos-, señorita Hilda Dolores Molina, domiciliada en (...) Godoy Cruz, Mendoza, ofrece alojamiento para un niño de cualquier sexo procedente de San Juan y que haya quedado huérfano" (Los Andes, 16 de enero de 1944).
Los Andes hizo llegar sentidas palabras. Bajo el título de "Todas las puertas de Mendoza hoy sólo conducen a San Juan": "... Mendoza sabe de estos tragos amargos. Los lleva un poco en la sangre entristecida desde aquel 1861 -en referencia al terremoto que destruyó nuestra ciudad entonces- (...) También desde entonces tiene enraizados sentimientos que no han de borrarse ya. En primer lugar, el de la gratitud (...) Así, de pronto, como la desdicha, con la misma prodigalidad del luto, nuestra ciudad se vio cubierta por la generosidad de nuestros vecinos. Casualmente, de San Juan llegaron los primeros brazos, el primer dolor amigo, el consuelo inicial. Y después de toda la República..." (Los Andes, 16 de enero de 1944). Sin embargo, el diario no se quedó sólo en buenas intenciones: donó todo lo recaudado en las ventas de aquel día a los damnificados.
No sólo Mendoza se movilizó: todo el país se hizo presente durante las siguientes jornadas. Juan Domingo Perón recordó aquellas jornadas de un modo muy especial: "Eva entró en mi vida como el destino -señaló-. Fue un trágico terremoto que sacudió la provincia de San Juan, en la cordillera, y destruyó casi enteramente la ciudad, el que me hizo encontrar mi mujer. En aquella época yo era ministro de Trabajo y Asistencia Social. (...) Para socorrer a la población movilicé al país entero (...) Entre los tantos que en aquellos días pasaron por mi despacho, había una joven dama de aspecto frágil, pero de voz resuelta, con los cabellos rubios y largos cayéndoles a la espalda, los ojos encendidos como por la fiebre. Dijo llamarse Eva Duarte, ser una actriz de teatro y de la radio y querer concurrir, a toda costa, a la obra de socorro para la infeliz población de San Juan". Y así fue como de una tragedia nació el amor.
Días como este hacen patente nuestra fragilidad y despiertan la hermandad humana que brota al sabernos efímeros. San Juan y Mendoza demostraron entonces lo que son: dos provincias a las que unen más cosas de las que las separan.