El 31 de agosto de 1999, el vuelo 3142 intentó despegar a las 20.54 del Aeroparque Jorge Newbery pero una falla humana y una cadena de negligencias tuvo como consecuencia un horrible siniestro que se cobró 65 muertos y decenas de heridos, informó Clarín.
Marité Herenú, Marisa Beiró y Benjamín Buteler son los nombres de tres luchadores que salieron de esa tragedia, con heridas, muchas heridas pero que día a día hicieron todo para estar mejor. "No nos quedamos en lamentos, estamos felices de despertarnos cada día", afirman.
"Después de lo que pasamos todos, después de haber estado en un verdadero infierno, con llamas hasta el cielo, ya no le tenemos miedo a nada, ni siquiera a la muerte, estamos acorazados", coinciden. Aunque todos los sobrevivientes la pasaron fatal, este trío atravesó internaciones extensísimas: entre los tres, suman más de 200 operaciones.
Marisa (49) estuvo un año internada, con los primeros tres meses en estado crítico reservado. "Pasé por muchas cirugías, creo que 45 fueron, todas muy complejas. Tuve que aprender a caminar, a comer, todo desde cero pero con 29 años".
Marité (57) pasó tres años en Buenos Aires hasta que volvió a su casa de Córdoba; la operaron 90 veces. "Era una bola de fuego", grafica. Saltó del avión y no se lastimó, pero quedó tendida justo debajo de la turbina, de donde cayó combustible con fuego. "No podía reconocerme hasta que con el tiempo, al final, te convencés de que sos vos".
Benjamín (56) es el que tuvo las mayores secuelas, al menos las más visibles. Le amputaron las dos piernas a este gigante de casi dos metros, que ahora tiene ortopédicas. "Yo recuerdo que siempre estuve consciente y hasta le avisé a un socorrista que avisara a mi casa que estaba vivo; después me desmayé".
Estos tres resilientes son ejemplos increíbles de una gran fortaleza interior. Pasaron internados cumpleaños, días de la madre, del padre, del niño, Navidad, Año Nuevo, Reyes y hasta el recordado cambio de milenio. "¡Cómo no nos vamos a sentir todopoderosos!", concuerdan. "Todo esto es yapa". De todas maneras, aseguran que todavía tienen en mente ese ruido de las ruedas de las camillas, ese olor tan particular de la anestesia y esas luces encandilantes del quirófano.