Hace 20 años, mayo de 2000, moría un gran periodista que trabajó mucho tiempo en Los Andes y también en el desaparecido vespertino El Andino, Ramón Bruno Rizzi.
Bruno tenía dos problemas y muchas virtudes. Los primeros eran que fumaba mucho y tomaba café en exceso, y tal vez esas adicciones hayan resentido su salud y apresurado su muerte cuando apenas había cumplido 57 años.
Entre los méritos y como miembro de la redacción de un diario, se destacaban varios rasgos. Era versátil y así como podía ocuparse de una sencilla nota en un barrio con problemas de acequias o pozos en sus calles, le resultaba accesible entrevistar al presidente de YPF, con capacidad de repreguntar si el funcionario se evadía de determinadas respuestas.
También era experto en caminos y sus notas sobre las redes viales de Mendoza merecerían ser rescatadas porque en ellas se traslucía un entendimiento sobre la problemática de las vías de comunicación, en el mismo rango de conocimiento que eventualmente podía tener el director de Vialidad provincial de turno.
Su manejo del idioma inglés, remanente de un oficio anterior como personal de Aerolíneas Argentinas, le permitía entrevistar con ventaja a personalidades que llegaban a la provincia y se expresaban en la lengua anglosajona.
Asimismo era un avezado conocedor del automovilismo en sus variadas categorías, especialmente en Formula 1, y en una de las temporadas de esa categoría líder del deporte motor, sorprendió a propios y extraños cuando entrevistó mano a mano a varios pilotos, entre otros al popular Clay Regazzoni en Buenos Aires, a quien conocía de otras temporadas del calendario mundial. Nadie sabe por qué en un punto de su trayectoria, de un momento para otro, dejó de escribir sobre esta especialidad deportiva.
Dijimos que tomaba mucho café, y en el horario de la jornada laboral, de vez en cuando, se hacía una escapada a la calle, para beber un cortado en la confitería del Automóvil Club o en otro de los negocios del radio céntrico. Los jefes optaron por concederle esa ‘licencia’ porque seguro que de esas incursiones por los bares el hombre volvía a su máquina de escribir con “un dato” interesante. Esas supuestas ‘desconexiones’ con el horario formal tenían casi siempre compensaciones y la confirmación de que la noticia está en la calle.
Miguel Títiro
Periodista