A 150 años del asesinato del Gral. Urquiza - Por Roberto Azaretto

A 150 años del asesinato del Gral. Urquiza - Por Roberto Azaretto
A 150 años del asesinato del Gral. Urquiza - Por Roberto Azaretto

El 9 de abril de 1870 se puso en marcha un grupo al mando del Mayor Vera hacia la estancia San Pedro, propiedad del general Urquiza. Otra banda al mando del coronel Luengo, fervoroso partidario del vencedor de Caseros partió al mismo destino. En la estancia los esperaba su mayordomo Nicomedes Coronel. Unos cincuenta hombres, entre los, que, sólo uno es entrerriano, se dirigen el 11 a las 14 horas al Palacio San José donde habita Urquiza y su familia. Han recibido órdenes de Ricardo López Jordan.

La partida de Luengo llega a las 18 horas, una fracción enfila hacia donde está el batallón escolta para neutralizarlo. Media hora después ya merodean el palacio. El general Urquiza está en la galería del frente con el administrador de la estancia Caseros, don Juan Solano. Su esposa Dolores Costa en uno de los dormitorios con su hija nacida poco antes, Otras dos de sus hijas en una sala tocando el piano.

El primer presidente constitucional de nuestro país escucha el galope de los caballos y el tiroteo con su guardia y corre al patio a pedirle a su esposa que le alcance un arma. La reacción de Justo José de Urquiza, infatigable jefe militar que, en numerosas batallas demostró su capacidad profesional y su coraje, fue propia de esa trayectoria, no era hombre de esconderse o de fugarse…

Se inician tiroteos con la pequeña guardia apostada en la misma residencia y entran, los conjurados, en el patio principal. Urquiza salió y disparó hiriendo al capitán Alvarez. Los atacantes se metieron en una habitación y desde allí le dispararon. Uno de los disparos lo hirió en un labio volteándolo junto a su hija Lola que había corrido a abrazarlo; su mayordomo Nicomedes Coronel se abalanzó sobre el cuerpo del caído y su hija y lo mató con varias puñaladas. Su mujer, sus hijas y otros servidores, llevaron el cuerpo a un dormitorio y se encerraron. Los atacantes, se hicieron servir comida en el amplio comedor y luego se retiraron.

Otro episodio del drama tuvo, como escenario, la ciudad de Concordía. Su hijo, el coronel Justo Carmelo de Urquiza, mientras jugaba a las cartas en el hotel La Provincia con los que creía sus amigos, fue apuñalado. Luego apresaron a otro hijo, Waldino, llevado a la jefatura de policía se le asesina.

Así concluyó la vida de este entrerriano, que, además de sus dotes militares, demostró una notable capacidad para los negocios y en su vida pública, dejó en claro por su amplitud de miras, que, era un verdadero estadista.

Urquiza recibió una provincia que era poca cosa antes de su gobierno y que, por añadidura, soportó desde los tiempos de Artigas las penurias de la guerra. En poco tiempo la convirtió en la segunda provincia argentina. Recibió no sólo a los emigrados argentinos sino también a numerosos europeos que, al fracasar las revoluciones liberales europeas, se refugiaban en esa provincia. Con ellos fundó el Colegio de Concepción del Uruguay. Las becas a jóvenes de las provincias interiores fueron el semillero de la “generación del ochenta”.

En su primera presidencia se fundan las primeras colonias agrícolas en Santa Fe y en Entre Ríos y se organiza un servicio de mensajerías. Pero sus planes ferroviarios no pueden concretarse, la segregación de la provincia de Buenos Aires cuya riqueza triplicaba a las trece provincias de la Confederación sumadas, se lo impidió.

Fue el primero en instalar agua corriente en San José y poco antes de su asesinato había firmado un contrato para colonizar Entre Ríos con cien mil colonos catalanes.

Urquiza quería equilibrar el poderío de Buenos Aires y tenía en claro que el único camino era lograr el progreso de su provincia y que lo mismo debían hacer las demás. Su asesinato frustró esa iniciativa y Entre Ríos fue lentamente declinando en el rango de las provincias argentinas.

El acuerdo de San Nicolás con los gobernadores que, semanas antes de su victoria en Caseros, lo insultaban fue una muestra de su genio político.

Su actitud durante la presidencia de Mitre, a pesar de sus diferencias, que no ocultaba, muestra al estadista. Y se manifiesta cuando acepta la candidatura a presidente, elección en la que se impone Sarmiento, es un programa de paz y progreso.

Estaba convencido que la paz era fundamental para afianzar el crédito y promover las inversiones y la llegada de inmigrantes. Como hombre de partido, entendía que los levantamientos, muchos de ellos invocando su nombre, como los de Peñaloza o Felipe Varela, perjudicarían al partido federal.

Como algunos de sus amigos lo incitaban a sublevarse da una manifiesto en el que dice:  “Quien inició la revolución del 1° de Mayo dándole por divisa la fraternidad y por objeto la ley y la libertad. Quien sabe renunciar a los halagos del poder y a las esperanzas de la victoria. Quien puede empuñar las armas sin furor y deponerlas sin rencores. Quien sabe ceder a su contrario el honor de la obra, si con ello se evitan a la Patria dolores y sacrificios. Quien sabe obedecer como exigir obediencia, si obedeciendo o mandando sirve a los fines de su acendrado amor a la Patria... ése  bien puede arrojar su cuerpo a la hoguera de la guerra civil para apagarla, pero no es capaz de lanzar, oculto y cobarde, el soplo traidor que la alimenta”.

Pocos días antes del magnicidio había recibido la visita del presidente Sarmiento, antiguo enemigo al que abraza y agasaja. Sarmiento reconocerá años después que era Urquiza quien acertaba después de Caseros y él y sus amigos los equivocados.

La guerra civil se vuelve a encender, y los gastos militares, que frustran muchas iniciativas de Sarmiento. El argumento de los sublevados es el de siempre, la pelea con Buenos Aires. En realidad estaban contra el poder nacional, de eso se trataba, no entendían el sistema de la Constitución.

Ese poder nacional se afianza con la derrota de López Jordán en Entre Ríos y se consolida con el triunfo sobre Buenos Aires en 1880. En ambos casos tiene protagonismo un joven tucumano que estudió, merced, a las becas de Urquiza en el Colegio de Concepción del Uruguay y inició su carrera militar en su ejército, como alférez de artillería en Cepeda y Pavón. Hablamos de Julio Argentino Roca, quien gana el grado de coronel derrotando a los que derramaron la sangre de Urquiza en Ñaembé.

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