Los cambios sociales y culturales no lograron romper con la clásica división sexual del trabajo, que sigue atribuyendo mayoritariamente a las mujeres el cuidado de los hijos y el hogar en pleno siglo XXI. La situación se profundiza entre las madres jóvenes y de sectores vulnerables, condicionando de antemano su destino.
Esta es una de las conclusiones del informe “Jóvenes en la Argentina. Oportunidades y barreras para su desarrollo”, elaborado por el Observatorio de la Maternidad, un centro de estudios sin fines de lucro cuya misión es promover el valor social de la maternidad y la corresponsabilidad social de los cuidados.
“La maternidad y la paternidad a edades tempranas parece fortalecer la clásica división del trabajo entre unas y otros”, afirma el documento y sustenta esta conclusión en datos duros.
El 60%de las mujeres que tienen entre 14 y 24 años y que tienen hijos no estudian ni trabajan (el llamado segmento “ni ni”). Esto las relega a una posición de “domesticidad excluyente”.
Por ello, la situación de inequidad y de exclusión de los espacios públicos de carácter educativo y laboral es más extendida en este grupo. En el contexto actual, tal situación tiene implicancias profundas y de largo plazo: “El abandono escolar precoz y la baja participación en el mercado laboral son grandes obstáculos en pos de la obtención de ingresos que perpetúan la vulnerabilidad”, dice el documento.
Como contrapartida, la paternidad acentúa la tendencia a la incorporación temprana de los hombres jóvenes en el mundo del trabajo.
En los hogares de menores recursos las mujeres deben complementar y apoyar a los hombres que trabajan, por lo que suelen hacerse cargo de las tareas domésticas, aceptan la responsabilidad del cuidado de los niños pequeños y los adultos mayores de la familia. También pueden colaborar en emprendimientos productivos familiares (como un comercio) pero no por ello son consideradas trabajadoras, lo que las lleva a la doble jornada laboral. El 64,5% de las madres jóvenes que viven en el 30% de los hogares de menores ingresos no estudian ni trabajan y el 26,2% solo trabaja. En tanto, del mismo grupo pero trasladado al sector masculino, trabaja exclusivamente el 96,1%.
Ellas a cargo
De acuerdo a los datos obtenidos se concluye que más allá del estrato social, las mujeres siguen sorteando escollos para compartir o delegar las responsabilidades domésticas y el cuidado de sus hijos y de otros miembros de su familia. Entre las mujeres jóvenes con hijos, esta limitante tiende a incrementarse.
Para graficarlo se tomó la Encuesta de Uso del Tiempo de la Ciudad de Buenos Aires (2005), que arrojó como resultado que 76% del cuidado infantil en los hogares está a cargo de mujeres. Ellas proveen el 60% del tiempo total destinado al cuidado en el hogar de niños y adolescentes, mientras que los padres aportan el 20%. Pero además, el 20% restante se distribuye entre otras mujeres no residentes en el hogar (12%) y otras mujeres residentes en el hogar (4%), mientras que una mínima proporción corresponde a otros hombres no residentes en el hogar (3%) y residentes en el hogar (1%).
“En nuestro país se han producido intensos cambios culturales: las mujeres tienen más años de educación formal, valoran la autonomía y participan masivamente en el mercado de trabajo (...). No obstante, las prácticas no siempre acompañan estos nuevos discursos, ni los cambios se producen a la misma velocidad entre hombres y mujeres de distintas generaciones o en diversos grupos sociales y culturales de pertenencia”, explica Carina Lupica, directora ejecutiva del Observatorio de la Maternidad y autora del estudio.
Desigualdad de oportunidades
De todas formas, y más allá de la maternidad, “la participación femenina en la fuerza laboral juvenil sigue siendo muy inferior a la masculina porque las mujeres permanecen durante un tiempo más prolongado en la escuela y a veces son las principales encargadas de las tareas del hogar y del cuidado de los miembros de la familia”, sostiene el documento.
Incluso cuando las mujeres cuentan con un nivel superior de instrucción que el de los varones, resultan discriminadas por el mercado laboral que prefiere evitar a las mujeres jóvenes ante la posibilidad de que queden embarazadas, según se toma de un informe de la Organización Internacional del Trabajo.
Además, entre los más jóvenes, la llegada de un hijo hace difícil su compatibilización con la instrucción. Los números desnudan esta realidad: se dedican a estudiar el 40,3% de las mujeres de 14 a 24 años de edad sin hijos , mientras que sólo lo hacen el 8,1% de las madres.
Entre los hombres de ese segmento, esos porcentajes son aún más diferenciados: 36% y 0,3%, respectivamente. En tanto, como parte de la reproducción de los roles clásicos asignados a los géneros, el trabajo es la actividad excluyente del 95,9% de la población masculina de esta edad que convive con hijos.
La necesidad de las jóvenes madres de sostener sus hogares las lleva a buscar un trabajo, que rara vez combinan con el estudio. Así, generalmente acceden a puestos de mayor precariedad que aquellas mujeres que no tienen descendencia, transformándolas en un grupo de alta vulnerabilidad social. El 64,8% de las madres jóvenes tienen empleos precarios frente al 30,8% de las jefas de hogar o cónyuges del jefe de hogar que no conviven con hijos.
Y aunque lograsen insertarse laboralmente, esto no revierte los desequilibrios en cuanto al acceso a educación, dejándolas en una condición de particular fragilidad social.
Al respecto, Lupica destaca que “el abandono escolar temprano de las madres jóvenes y la baja participación en el mercado de trabajo genera amplias dificultades para su inserción laboral futura y la obtención de ingresos, perpetuando la vulnerabilidad de esas mujeres y, muy probablemente, la de sus hijos”.
Así, el estudio concluye que “la alta proporción de madres jóvenes que encaran actividades domésticas como tareas exclusivas es prueba irrefutable de la desigualdad de oportunidades y de acceso al ámbito público entre las madres y los padres jóvenes”. Por ello señala una paradoja: mientras el mayor nivel educativo entre las mujeres jóvenes y las modernas pautas culturales promueven la igualdad de los roles entre hombres y mujeres en el ámbito público y en la familia, cuando los hijos llegan temprano se afianza la división clásica del trabajo.
Un mejor nivel socioeconómico permite delegar tareas
Para aquellos que se encuentran en estratos socioeconómicos más holgados la combinación de estudio y trabajo es más habitual: permanecen más tiempo en el sistema educativo y ya tienen incorporada la noción de un proyecto personal desde muy temprana edad. Por eso, “mientras la mayoría de las madres jóvenes de los sectores sociales más vulnerables no estudian ni trabajan (64,5%), la mayor parte de las madres de los sectores sociales más aventajados (el 62%) están dentro del mercado de trabajo.
Asimismo, la mayor accesibilidad a la educación y el trabajo no las aleja de tareas habituales del género vinculadas a la prolongación de las labores domésticas, la enseñanza, la salud, el cuidado, la atención personalizada, es decir, cargos tradicionalmente femeninos.
“Es altamente probable que las jóvenes de los sectores sociales populares sean madres a edades más tempranas y procreen una mayor cantidad de hijos que las mujeres de sectores sociales más aventajados, siendo la maternidad para ellas su destino y su capital social. Para esas jóvenes, será más difícil obtener las credenciales educativas e insertarse en trabajos de calidad en el futuro”, explica Carina Lupica, autora del informe.
Y agrega que la brecha se amplía respecto a las jóvenes de sectores sociales más acomodados, que tienen más chances de terminar los estudios universitarios y desarrollarse profesionalmente, postergando su maternidad para poder compatibilizar los dos ámbitos de desarrollo: familia y trabajo.
Además, “las desigualdades socioeconómicas y de género se refuerzan, ya que a mayores recursos más probabilidades existen de acceder a servicios de apoyo y cuidados de calidad y, por ende, a mejores oportunidades de desarrollo. De allí que, en la actualidad, las posibilidades de conciliar trabajo y familia dependen en parte considerable del nivel socioeconómico de las mujeres”.
Cambiar las instituciones
Carina Lupica señala que para revertir la persistente división sexual del trabajo es necesario que las instituciones (el Estado, el mercado, las leyes y políticas laborales) se adapten a la nueva realidad. Por ejemplo, en la legislación laboral es necesario promover licencias parentales para que hombres y mujeres puedan hacerse cargo indistintamente del cuidado de un hijo en sus primeros años de vida.
Además, es necesario promover un cambio cultural para instalar la “corresponsabilidad social de la maternidad”, que implica que el Estado, el mercado, la sociedad y las familias asumen de manera compartida la responsabilidad por el cuidado de un hijo, y, hacia el interior de la familia, entre los hombres y las mujeres.