La Antártida es el sonido del silencio. Y es también el ruido del viento atravesando la blancura infinita de un espacio al que solo unos pocos humanos han llegado. Es un avión en el cielo azul en vuelo transpolar y el deseo de que el tiempo, que no pasa nunca, transcurra con mayor velocidad. Es una puerta que se abre a lo desconocido.
El 24 de octubre la base Marambio -una de las 13 que tiene Argentina entre permanentes y temporales- cumplió años. Medio siglo de vida desde aquellos exploradores que con carpas, picos y palas lograron la hazaña de ser los primeros en instalarse.
La Base fue fundada entonces en octubre de 1969 y debe su nombre al piloto de la Fuerza Aérea Argentina, Gustavo Argentino Marambio, pionero en volar sobre el Sector Antártico Argentino con la idea buscar la posibilidad de dar con una pista que permitiera la operación de aeronaves con ruedas y romper el aislamiento con la Antártida.
Icebergs a la deriva
El periodista que escribe esta nota, junto al fotógrafo Andrés Larrovere, tuvimos la oportunidad de visitar la base en 2011. La primera impresión que se tiene al pisar el lugar es especial. La pista de aterrizaje del avión Hércules, uno de los medios para llegar hasta Marambio, -el otro es en barco- es de tierra, la misma que construyeron hace 50 años los pioneros.
Las caras de quienes esperan son amables, ansiosas, expectantes. Muchos de ellos, de los 70 que realizan la “invernada” han estado un año completo en aquel lugar y cualquier rostro nuevo es siempre bienvenido. El viento pega en la cara implacable; a veces lastiman los pequeños fragmentos de hielo y otras veces, las bajas temperaturas hacen el trabajo completo.
El lugar no deja de ser una base militar y por ello se siente y se vive el orden y la aplicación de los habitantes de la base, que paralelamente conviven con científicos.
Todos allí provienen de distintos puntos del país. Es una pequeña argentina que subsiste al resguardo de paredes y calefacción en un exterior brutalmente hostil.
La base tiene habitaciones amplias destinadas al comedor, a la cocina, a la sala de esparcimiento y al gimnasio. Este último posee un gran ventanal por el que se pueden ver grandes icebergs flotando sobre el mar de Weddell.
Los integrantes de la base tienen habitaciones que comparten, como mucho, entre cuatro, aunque también hay una gran habitación destinada a los invitados o a quienes aún no se les asignó lugar.
Cada una de ellas es un mínimo espacio, donde caben las camas y algún pequeño armario. Algo que llama la atención de los cuartos es que todas tienen "ventanas-heladera". Esto es, un hueco excavado en el hielo que funciona como el refrigerador que las personas "del continente" tienen en sus casas. Una rareza para el visitante inexperto.
Inolvidable
Carlos García es el presidente de Antárticos Mendoza. Él estuvo en la base en varias oportunidades. La primera, como soldador, en 1993 y la última durante la invernada de 2008-09 a cargo de la logística, uno de los desafíos más grandes para quienes van allá.
“Fue un año difícil. Había gripe A, no había aviones para transportar alimentos y el rompehielos Irizar estaba quemado. Por lo tanto el reabastecimiento no era normal y vivimos casi 7 meses y medio con un poco más de población que no se pudo ir”, contó.
Recordó además la vez que asistió a un rescate de un equipo de científicos checoslovacos: "Fue una buena experiencia aunque lamentablemente fallecieron todos; lo bueno de todo aquello fue que pudimos recuperar los cuerpos".
Daniel Jofré estuvo en la base entre 2002 y 2003, ya que un año es el máximo tiempo permitido. Allí se desempeñó en el servicio contra incendio (bombero) y como encargado del medio ambiente logró la certificación ISO 14001.
El recuerdo más fuerte que guarda de la base es el cartel que domina el comedor.
“Cuando llegaste apenas me conocías… Cuando te vayas me llevarás contigo”, dice el letrero que con el paso de los días (y también de los años fuera de Marambio) se convierte en un mantra.
"Cuando estaba allá mucho no le daba importancia, porque uno está metido en las tareas de todos los días, pero hace 16 años que estuve allá y no lo pude olvidar. Se vuelve parte de uno", explicó Jofré que integra Antárticos Mendocinos, un grupo que habitualmente asiste a las escuelas para dar charlas sobre este lugar.
La desesperación por irse
Los habitantes de la base pueden pasar el verano allí, o todo el año. Estos últimos admiten que los 365 días en la base -si no es un año bisiesto- se llevan bien. La ansiedad comienza con el día posterior a la fecha asignada para regresar a casa. Sucede que en el día fijado puede haber tormenta o malas condiciones climáticas, lo que es habitual, y emprender el viaje de regreso puede ser en una fecha muy posterior a la esperada. "Yo trabajaba en comunicaciones y a menudo tenía que calmar a mis compañeros, porque los nervios son grandes", contó Sixto Vílchez, de 55 años, quien estuvo en la Antártida en la temporada 2006-07.
Desde su puesto de comunicaciones, el hombre tuvo la oportunidad de ver cientos de amaneceres y también breves noches, y fue el enlace entre sus compañeros y las familias en el continente. "Si un hijo tuyo se enferma, te entra la desesperación y capaz que no es nada, pero allá todo se agranda", dijo Vílchez.
Miguel Díaz (60), que estuvo en la base en 2004-05 coincidió con esto último. "Mi papá falleció cuando yo estaba allá y me quería volver como fuera. Así que quince días después, cuando las condiciones lo permitieron me trasladaron a una base chilena. De ahí fui a Santiago y recién entonces pude volver a Mendoza. Pero ya habían pasado dos semanas", recordó Díaz, que en Marambio se desempeñó como cocinero.
Antárticos de Mendoza
El 29 de octubre también se cumplieron 18 años de la agrupación Antárticos Mendoza. Su presidente es el sub oficial mayor retirado de Fuerza Aérea (EDB), Carlos Ariel García.
La más importante de las tareas que cumplen es disertar en los niveles educativos. Como consecuencia de esto, hace 12 años que la provincia hace entrega de la distinción a todos los antárticos argentinos.
También se entregan estos premios en la Antártida en la misma base, donde un miembro de la agrupación viaja a la Antártida para hacer entrega de la distinción. También se aprobó el uso del mapa bicontinental -es obligatorio enseñarlo en su escala real al continente- gracias a la agrupación Antárticos Mendoza.
Marambio en números
Marambio participa en un 65% de las actividades científicas que realiza el Programa Antártico Argentino. Posee 27 edificios, utiliza un millón de litros de combustible, viven un promedio de 70 personas en invierno y 170 en verano. Tiene una pista principal de aterrizaje de 1.200 metros y otra auxiliar de 1.800.
¿Qué estudian los científicos en el laboratorio de la Antártida?
El objetivo militar en la base es dar asistencia a los científicos que allí investigan. En la base desarrolla sus labores de investigación el personal de la Dirección Nacional del Antártico - Instituto Antártico Argentino (DNA-IAA) que durante todo el año, y especialmente en verano, es distribuido a las zonas de estudio e instalación de campamentos que realizan trabajos de estratigrafía, sedimentología, glaciología, criología, petrografía, biología, arqueología histórica y paleontología, la cual ocupa un rol destacado debido a la riqueza de restos fósiles en la isla.
El Laboratorio Antártico Multidisciplinario Marambio (LAMBI), que forma parte de la base, inició sus actividades en 1994 y en él se obtienen registros de ozono en un programa conjunto con el Instituto Nacional de Tecnología Aeroespacial de España (INTA).
Cada lugar está conectado por largos puentes naranjas que unen un sitio con otro.
Parecen arterias iluminadas que conectan con el corazón de la base, donde los científicos por la noche asisten a cenar.
Además, en la vecina isla de Cerro Nevado se realizan tareas de recuperación, conservación y restauración de la cabaña construida en 1902 por la Expedición Antártica Sueca de Otto Nordenskjöld.
En las cercanías de la base científicos del Instituto Antártico Argentino localizaron recientemente los restos de la expedición Jasón de Carl Anton Larsen en 1892, la primera presencia humana en la isla documentada y a pocos kilómetros de allí se encuentra también el SMH Nº 60 de Bahía Pingüino, en donde la expedición de la corbeta ARA Uruguay, comandada por el teniente de navío Julián Irizar, encontró y rescató a los expedicionarios liderados por Nordenskjöld.