5 islas de ensueño

Un puñado de ínsulas ubicadas en distintos mares, con sus encantos a flor de piel como anzuelo para turistas. El próximo viaje quizá, en una de ellas.

5 islas de ensueño
5 islas de ensueño

Cosmovisión balinesa

No hay una única razón para conocer Bali. Más bien son las múltiples aristas de la propuesta la que cautiva a los viajeros del orbe.

Las terrazas escalonadas de infinitas plantaciones de arroz, y en ellas las laboriosas manos de mujeres bajo típicos parasoles, las bicicletas que deshilvanan ondulantes sendas en medio del verde y la premura para alabar a sus maestros en los fabulosos templos hinduistas en los que Brahma, Sivá y Visnú escuchan.

La espiritualidad y la conexión con dioses y antepasados no es postura por allí. Cada mañana para ahuyentar a los espíritus descarrilados y para agradecer, como para pedir, pequeñas ofrendas de flores, incienso y arroz se depositan en el suelo, en las habitaciones, en las puertas de los hogares, en el trabajo.

Hay casas dedicadas a cada deidad en los que los habitantes realizan sus rituales a rajatablas y también la fe se manifiesta en las mezquitas porque la isla se empapó del Islam hace mucho tiempo.

Entonces el viajero empieza a ver esa conjugación de factores culturales que hace de esta tierra situada en el Océano Índico un lugar fascinante, mágico o esotérico, quizá, cuya belleza irremediablemente hace mirar al interior.

Entre los templos que hay que conocer se encuentra el Ulun Danu Bratan y el Ulun Danu Batur, sobre las aguas. También el de Tanah Lot, que promete uno de los mejores atardeceres del orbe en su líquido entorno. Es muy popular el de Uluwatu, con los monos que deambulan por cada estancia y el templo madre de Pura Besakih.

Los que quieren evadir turistas,  huyan del sur; los pueblos y playas más alejadas rebosan de cotidianidad balinesa. Balangan, Bias Tugal, Pandawa, Gunung Payung y Lovina para jugar al paraíso. Kuta, Nusa Dua, Sanur, Jimbaran o Seminyak, entre surfers, tiendas, restaurantes y buenos tragos, también aluden al Edén, pero con servicios.


Formentera, la hermana menos famosa
Formentera es la Balear menos afamada. Ibiza -situada a media hora en ferry- la atropella con el bullicio de moda constante y sus excesos. Sin embargo para quien sabe mirar y admirar, desde la llegada a La Savina (el puerto), se degusta la placentera diferencia.

Las motos como las bicis son el transporte ideal, pues apenas 80 km2 es el total de la ínsula que además, cabe decirlo, cuenta con docenas de circuitos verdes. Es que aquí el turismo y la conservación son una realidad. Además, por su inaccesibilidad, es un verdadero tesoro para relajarse en medio del Mediterráneo.

Las aguas extremadamente cristalinas acarician las suaves costas y esto también es una particularidad pues, la denominada “pradera de posidonia” que la rodea, actúa como depuradora o filtradora del mar dotándolo de inusual limpieza. Esa selva submarina que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999 puede observarse en los paseos submarinos.

Una recomendación: seguir el circuito Camì de Ses Illetes que lleva a las playas más famosas de Formentera -Platja de Ses Illetes, Platja de Llevant y Es Cavall d’En Borras-  no sin antes pasar por salinas y lagunas. Cala Saona, se jacta de sus atardeceres y Migjorn, es la preferida de los habitantes.

Los más de 20 km de arenas prístinas, la libertad con la que se pasan las jornadas y la calidad de artistas y artesanos, como diseñadores que se han instalado en la ínsula, hacen la diferencia.

Claro que esto no es nuevo. Ya en los años 70 los hippies la habían adoptado como propia y hoy siguen eligiéndola los que prefieren poner sus propias reglas. Será por eso que el turismo activo es el más preciado: sendas para trekking o bicis, y todos los deportes náuticos, destacándose el windsurf o el kitesurf y el buceo en diversos puntos del litoral.

Otra genialidad es la ruta del kayak que permite adentrarse en cuevas escondidas y desde allí conocer a la Posidonia, la planta que da nitidez a las aguas.

Capri, azzurra
La embarcación avanza, hay que agachar las cabezas y cerrar los ojos, luego al abrirlos la Grotta Azzurra regala el destello azul de las aguas, el más profundo, el más intenso.

Entonces ahí donde Tiberio tomaba baños, en la isla que encaprichó a Augusto, ahí, el viajero sabe que cumplió con uno de los rituales del turismo, pero que al mismo tiempo conoció uno de los sitios más maravillosos de la tierra.

Atrás queda la caótica Nápoles desde donde parte el ferry; atrás el gentío y las multitudes que vociferan de fútbol, atrás lo mundano. Entre una vegetación que se cuela entre acantilados y cuevas, el paseo embarcado discurre, con gafas de sol y protector, que hay que renovar varias veces pues el paseo también invita a zambullirse en las aguas del Tirreno.

Embobados ya en tierra el carpaccio de salmón y el vino generoso de ultramar, más tarde desde la plaza Vittoria se asciende al monte Solaro que reina en las alturas.

Los cristales de la telesilla permiten avizorar un paisaje verde de plantaciones y huertos, donde las vides también tienen lugar. El resto es azul. El golfo de Sorrento más allá y el de Nápoles, y la lejana idea del continente. Emprender el regreso con la meta de conocer la Iglesia de Santa Maria a Cetrella, enclavada en las rocas desde el siglo XIV, es un plan certero.

La plaza de Umberto I es el km 0, allí el templo de Santo Stéfano, y las casas de souvenirs y las tiendas preciosas que obligan a sacar la billetera pues quizá alguna chuchería perpetúe el recuerdo de Capri.

Paradise, Bahamas
No se ha determinado cuál, pero no cabe dudas que Colón pisó por vez primera alguna de las islas del archipiélago de las Bahamas y se sintió maravillado.

Frente a las costas de Cuba y Florida, más de 700 islas, islotes y cayos siguen dejando boquiabiertos a quienes las descubren, una y otra vez. Escenario dilecto de los piratas del siglo XVII, incluso el mismísimo Barbanegra tenía su escondite por allí; en el siglo XVIII devino colonia británica hasta 1975 y por nuestros días es el reducto preferido de los que buscan glamour, paisajes de ensueño y mimos por doquier.

Y allí en ese mix bahameño Paradise aflora. Unida a Nassau –la capital – por dos puentes, destella con resorts, exclusivos alojamientos, campos de golf, casinos y casas ultra lujosas.

La atracción principal de la isla es el parque acuático de 16 hectáreas llamado 14-acre Atlantis Waterscape, el mayor acuario al aire libre del mundo, con sus más de 100 especies de coloridos peces. También el punto de partida del inolvidable encuentro con delfines -se los alimenta y se puede nadar con ellos- entre  otras aventuras acuáticas.

El retorno a Nassau, en Nueva Providencia, ciudad multifacética que adora el mañana y resguarda el ayer, amerita un paseo por Straw Market. Allí los locales con sus productos típicos se lucen.

Saint Martin
¿San Martín, Saint- Martin o Sint Maarten? Vamos a Wikipedia: La isla (en francés: Saint-Martin; en neerlandés, Sint Maarten) está ubicada en el mar Caribe, aproximadamente a 240 km al este de Puerto Rico.

Tiene una superficie de 88 km 2 y  está dividida en dos: la parte norte es la colectividad de ultramar francesa de San Martín, formada en 2007 después de su secesión del departamento de ultramar de Guadalupe, mientras que la parte sur corresponde a Sint Maarten, un país autónomo que forma parte del Reino de los Países Bajos y que fue parte hasta el 10 de octubre de 2010 de las Antillas Neerlandesas.

Lo divertido es que en un espacio tan reducido haya dos países y ningún límite. Las fronteras se atraviesan una y otra vez y nadie lo nota. Es más, para conocer los tesoros que augura la ínsula hay que ponerse activos y no dejar minutos desperdiciados.

Hay 37 playas, algunas exclusivas, otras más despobladas y de aspecto vírgenes. Las hay para enamorados y para descender desde un yate con champaña.

Por supuesto los deportes acuáticos y las competencias de estilos, y más allá el color local que vira varias veces del francés al holandés y de ahí al nativo y al neutro, del Caribe. Las construcciones lo delatan y el modo de vida también.

Arriba, el fuerte de Saint Louis mira altivo. Data del siglo XVIII. Junto al puerto un exquisito mercadito que resume muy bien esa mezcla que es hoy la isla nombrada en honor a San Martín de Tours. Los frutos y tonalidades tropicales afloran como los aromas despertando sentidos.

Los barcos pesqueros trabajan incansable en la mañana con la faena que luego se degustan en las mesas frente al mar. Del otro lado cruceros que vienen a ver de qué se trata esto.

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