A las 9 de la mañana del día 21, la rutina del Cabildo se vio interrumpida por una multitud armada, que exigía a gritos un Cabildo Abierto y la destitución de Cisneros. Estaban dirigidos por Domingo French y Antonio Beruti. Alarmados, los miembros del organismo solicitaron al virrey una autorización por escrito para celebrar el Cabildo Abierto, este tuvo que ceder.
Finalmente, el 22 de mayo se concretó el Cabildo Abierto. Fue el día más importante. Las tropas criollas arrestaron a Cisneros, aunque estuvo presente en la reunión. La tensión cortaba el aire.
Durante el debate Castelli planteó la idea más importante de la Revolución, ganándose el mote de gran orador. Señaló que América había jurado fidelidad y obediencia al rey —no a España— y como su poder ya no existía, los americanos no debían sumisión a nadie. Sin monarca el poder volvía al pueblo y por lo tanto ellos podían elegir nuevas autoridades. Los nacidos a ambos lados del océano eran iguales. El planteo del revolucionario resultaba conocido a todos, se enmarcaba dentro de la tradición hispana. Eran las ideas del filósofo Francisco Suárez, que habían dado base a las Juntas españolas contra Bonaparte. Nadie discutió su validez y pertinencia.
Posteriormente tomó la palabra el español Manuel Genaro de Villota. Después de dar la razón a Castelli, señaló un detalle importante: el poder no volvía solamente a Buenos Aires, sino al total de las regiones que integraban el virreinato: para conformar un nuevo gobierno legítimo estas debían ser consultadas. Los criollos quedaron boquiabiertos, sus miradas fueron inmediatamente hacia Castelli y la de este a ellos.
Ante la perplejidad de todos, el futuro suegro de José de San Martín —don José Antonio Escalada— incitó al doctor Juan José Paso a responder. Paso era un hombre de baja estatura, poco agraciado físicamente, con ojos pequeños. Una gran frente surcada por arrugas le daba un aspecto pensativo, congruente con el fuego de su mirada inquisidora.
Paso era además uno de los abogados más prestigiosos de la ciudad y profesor del Real Colegio de San Carlos. Sus antiguos alumnos Belgrano y Castelli debieron sentir alivio al verlo adelantarse, lo conocían bien, sabían que no fallaría.
Paso comenzó dando la razón a Villota, pero especificó que “Buenos Aires necesita con mucha urgencia ponerse a cubierto de los peligros que la amenazan, por el poder de la Francia y el triste estado de la Península. Para ello, una de las primeras medidas debe ser la inmediata formación de una junta provisoria de gobierno a nombre del señor don Fernando VII; y que ella proceda sin demora a invitar a los demás pueblos del virreinato a que concurran por sus representantes a la formación del gobierno permanente” (citado en Lorenzo; 1994:79). Es decir que ante la urgencia Buenos Aires se hacía cargo de la situación, como una especie de tutora, hasta la llegada de los representantes del interior.
Nada tuvieron que contestar los oidores —nos dice Mitre—. Caspe inclinó la cabeza y guardó silencio. Villota, sea despecho, sea dolor por la melancólica suerte de la España caduca, no pudo contener sus lágrimas, y la palabra se anudó en su garganta. La sublime alegría precursora del triunfo se dibujó en aquel momento en los semblantes de los patriotas decididos y muchos nativos, que hasta entonces habían permanecido indecisos, rodearon a Belgrano, ofreciéndole su apoyo para sostener las deliberaciones de la asamblea (citado en Peña; 1916:68).
Durante todo el día los regimientos criollos habían evitado el acceso al Cabildo de los partidarios del virrey. Llegada la medianoche se votó y como era de esperarse los realistas perdieron. Cisneros debía dejar su mando y el Cabildo gobernaría mientras llegaban los diputados de las provincias, que serían convocados para elegir al nuevo gobierno.