Por Luis Abrego - labrego@losandes.com.ar
Podrá gustar o no su estilo o sus modos, pero lo cierto es que hasta los opositores reconocen a Alfredo Cornejo que su fuerte impronta administrativista ha hecho del Estado mendocino una organización más previsible y ordenada que la que dejó Francisco Pérez hace un año. Sus detractores le achacan, sin embargo, que gobernar es algo más que bajar el gasto y poner cada cosa en su lugar. Los oficialistas asienten pero responden que sin esa fase inicial de saber qué se tiene, cómo se gasta y en qué se gasta, difícilmente se pueda gobernar.
Y mucho menos, gobernar bien.
Lo cierto es que el gobernador inicia 2017 con un claro desafío, diferente al que enfrentó el año pasado. Cornejo deberá demostrar en un año electoral que no sólo es el buen administrador que machacan sus funcionarios sino también un político capaz de sortear el turno eleccionario que marcará a fuego la segunda parte de su gestión.
Probablemente, el discurso de la -por cierto- desastrosa herencia recibida, ni de la austeridad, le alcance para reafirmar por sí misma la concepción del cambio que planteó en campaña durante 2015. Aquella vez fue desde la comodidad del intendente con casi todo encaminado en su comuna y la libertad del opositor provincial y nacional. Hoy es más incómoda su posición.
Este año Cornejo deberá no sólo administrar y gestionar con eficiencia sino, también, ser capaz de procurar mejores señales de un futuro próximo más venturoso que el mero rigor de las cuentas. Asimismo, deberá convertirse en una especie de frontón político para refractar cuanta crítica local o externa asome en el debate.
Tiene de su lado el acompañamiento de la Nación que, pese a pequeñas rispideces, ha sabido destacar públicamente la labor del gobernador mendocino. Carga en su haber la tensa incomodidad que genera en el radicalismo en general algunas decisiones solitarias de la Casa Rosada, ésas que sólo parecerían expresar un gobierno del Pro y no de una coalición como Cambiemos.
Esta semana hubo dos ejemplos de ello. Los anuncios de la baja de edad de la imputabilidad para los menores que delinquen y los 25 mil millones de pesos que la Nación destinó a María Eugenia Vidal para atenuar la debacle mayor que dejó el sciolismo, pusieron a prueba el margen de maniobra cornejista. De ambas salió con la misma finta: alineado con Macri, pero con diferenciado.
Cuestionó la injusticia del actual régimen de coparticipación federal y propuso la creación de un fondo especial que no sólo atienda las desigualdades del conurbano bonaerense, sino también de todos los “conurbanos” del país o, al menos, los más populosos. Entre ellos, claro está, el Gran Mendoza. Asimismo, admitió que está de acuerdo “en general” con bajar la edad de la imputabilidad pero que eso per se no soluciona la inseguridad. Una manera de atenuar esa debilidad discursiva por las soluciones mágicas que suele tener el macrismo.
Para superar esa tensión dialéctica entre oficialismo y oposición, y alimentar su perfil propio, Cornejo en 2017 deberá imponer un salto cualitativo a su gestión. No sólo ahorros sino también concreciones. Para ello, tendrá que hacer un delicadísimo equilibrio entre el blindaje de la caja que expresa su ministro de Hacienda, Martín Kerchner y la posibilidad de expandir la inversión y el consumo, tanto desde la obra pública, la proyección del sector agroindustrial o la diversificación de la matriz productiva, cuyo potencial anida en la cartera de Economía, Infraestructura y Energía que comanda Enrique Vaquié.
Entre esos dos soportes técnicopolíticos deberá moverse la gestión y esperar que efectivamente, 2017, sea en serio el año de la reactivación, con baja de la inflación, suspensión de la caída de los indicadores económicos y, como casi todos los especialistas expresan, el inicio del crecimiento.
En ese sentido de cambiar el chip, parecen pensados el anuncio del fin de la emergencia en Salud, la inauguración del Paso Pehuenche de la mano de la Nación y los esfuerzos por apurar definiciones en Portezuelo del Viento. Pero no alcanza.
La próxima semana comenzará a delinearse en serio esta especie de “hoja de ruta” que el Poder Ejecutivo se ha propuesto para este año.
El lunes 16 de enero habrá una oferta formal paritaria a Ampros, y es allí donde podrá delinearse el objetivo de la “generosidad” que exige el año electoral pero sin perder el rumbo de apartarse de lo que el mismo Cornejo ha definido como “tranquilidad fiscal”. Para el SUTE la oferta recién llegará iniciado febrero, pero ambos gremios -al igual que el resto- saben que llegan condicionados.
El 17% que cerró el Gobierno a fines de 2016 con los no profesionales de ATE Salud (en dos tramos, 10% en febrero y 7% en julio y la posibilidad de rediscutir en la recta final del año), negociación replicada luego en algunas comunas (Guaymallén, Godoy Cruz, Malargüe, y Capital que se encamina a un acuerdo similar), ha embretado la discusión salarial con el sector público en los parámetros de lo que tanto la Nación como la Provincia han previsto como pauta inflacionaria para este año.
En la medida en que el Poder Ejecutivo salga de ese corset pero sin romper amarras con su cosmovisión del orden y la eficiencia, 2017 puede ser terreno fértil y augurio de buena cosecha electoral del oficialismo. Si se aparta del camino, o las variables macroeconómicas lo obligan a buscar atajos, la turbulencia puede generar suficientes razones de zozobra para el capitán y toda su tripulación. Es decir, todos los mendocinos.
Sobre éste y otros dilemas podrá razonar a fondo el gobernador estos días. Supuestamente desde las playas de Cuba (destino retaceado y luego confesado por su entorno), Cornejo tendrá merecido descanso pero también suficiente tiempo para diagramar un año complejo y decisivo para lo que resta del mandato.