¿Cuál fue el principal cálculo de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) al imponer al secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Carlos Zannini, como vice en la fórmula presidencial encabezada por Daniel Scioli?
Zannini, se sabe, es un kirchnerista puro y duro. De militancia maoísta en su juventud, pasó poco más de tres años preso entre el gobierno peronista de Isabel y la dictadura y, en los albores de la democracia, emigró de Córdoba a Santa Cruz, donde fue, sucesivamente, puntero kirchnerista y asesor de la Caja de Jubilaciones de la provincia (cuando su titular era Kirchner), ministro de Gobierno, titular de la Legislatura y presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Provincia.
Su principal aporte fueron las sucesivas reformas de la Constitución provincial que permitieron, primero, la reelección por una vez, y luego, la reelección indefinida, y un diseño electoral que permitió al kirchnerismo contar con más de 90 % de los votos de la Legislatura. Un demócrata.
Muchos analistas señalan lo inmediato: con la sola imposición de Zannini en el ticket de Scioli, la presidenta desactivó la interna K y aseguró el porcentaje más alto de votación a la escudería oficial en las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) para presidente.
Ése es un resultado táctico importante, pues acerca a Scioli a un triunfo en primera vuelta electoral. Una segunda vuelta es más riesgosa para el oficialismo, pues concentraría el voto anti-K en un solo candidato. Las semanas entre primera y segunda vuelta pondrían a la economía -que está atada con alambres- bajo una gran tensión.
Aun allí, en lo puramente táctico, la Presidenta ya cometió un error: asumir que Randazzo, el súbitamente desahuciado caballo del comisario en la interna que no fue, aceptaría “bajar” a competir por la gobernación de Buenos Aires. No fue así, y ninguno de los dos términos de la oferta kirchnerista al electorado bonaerense (Aníbal Fernández-Martín Sabbatella y Julián Domínguez-Fernando Espinoza) le garantiza el principal distrito electoral del país: 38% de los votantes, más de 40% de los votos efectivos.
Por ese flanco crecen las chances del massista Felipe Solá y la macrista María Eugenia Vidal a arrimar a algo que hace meses parecía impensable (a menos que el candidato opositor fuera el propio Massa): ganarle al oficialismo la gobernación bonaerense.
Con todo, el principal cálculo presidencial fue más allá: jugar a ganador con un candidato presidencial que no es “del palo” (Scioli), pero maniatándolo con un vicepresidente de pura cepa kirchnerista y un Congreso de fuerte presencia camporista.
Aquí las posibilidades se bifurcan. Asumiendo que gana Scioli, ¿cuál es el escenario que avizora y quiere CFK? ¿Una gestión “kirchnerista” con el ex motonauta de mascarón de proa, o una gestión “sciolista” con el kirchnerismo atrincherado en el Congreso, esperando su oportunidad?
El primer escenario sería, por ejemplo, con Kicillof de ministro, "profundizando" el modelo: continuidad del cepo cambiario y comercial y de las mentiras del Indec; intervenciones y medidas para la tribuna ("Precios Cuidados" y cosas del estilo), Estado gastador, Banco Central financiador (con la maquinita), vigencia del "default" técnico, menefreguismo por la "seguridad jurídica", apuesta a las alianzas con China y Rusia, consumo en cuotas, etc.
En el segundo, en cambio, a Economía iría alguien como Miguel Bein, crítico "constructivo" de la economía K, para corregir gradualmente los desaguisados de los últimos años (en 2015, por caso, el déficit fiscal será de 8% del PBI, la emisión de moneda viaja al 40% anual y el superávit comercial está en trance de desaparición) y lograr un "aterrizaje suave" de la economía. Esto es, un ajuste indoloro.
Tanto en el primero como en el segundo escenario las cosas pueden salir mal. En el primero, claramente, el costo lo pagaría el kirchnerismo. No habría excusas, sería el fracaso del “Modelo”.
En el segundo, en cambio, ante la eventual crisis, el kirchnerismo podría culpar a Scioli por haber chocado el “Modelo”. De ahí a decir “dámelo de vuelta que lo arreglo” habría un solo paso. Y ahí nomás estaría Zannini para hacerse cargo, con el trabajo sucio ya hecho por otros.
Si estas especulaciones parecen excesivas, recuérdese cómo CFK, hasta hace horas nomás, ponía fichas a Randazzo. Era el niño mimado: le compró trencitos caros y a los demás les pidió un “baño de humildad”, a lo que respondieron zambulléndose en un océano de obsecuencia.
En el camino, sin embargo, pueden aparecer efectos no deseados. La decisión presidencial bajó el precio de la idea de que, cualquiera que ganara, a partir de diciembre habría un cambio positivo de política económica. Se normalizaría el Indec, se buscaría levantar el cepo, se atacarían el déficit fiscal y la inflación, se buscaría salir del default.
Esa sola expectativa, más el dólar cuasifijo sostenido con crédito chino, había en los últimos meses estabilizado la inflación (sigue siendo alta, pero la tasa dejó de aumentar) y disipado el temor a una crisis, a lo que empezó a sumarse un repunte del consumo, que puede profundizarse en los próximos meses gracias a la entrada en vigencia de los aumentos salariales negociados en paritarias y el pago de retroactivos y aguinaldo.
Esa precaria arquitectura de transición está ahora en riesgo. La caída del precio de bonos y acciones, el repunte de la tasa de riesgo-país (otra vez por arriba de los 600 puntos básicos) y, en especial, el repunte del dólar paralelo, que por primera vez en meses superó los 13 pesos, indican que las medidas que CFK pergeñó pensando en 2016 pueden complicar su propia transición. Al fin y al cabo, todavía falta más de la mitad de 2015.