Aun antes de la jornada electoral del 27 de octubre, y mucho más después de conocerse sus resultados, los analistas y los candidatos políticos comenzaron a hablar -o siguieron hablando- de las próximas elecciones presidenciales y del fin, de aquí a dos años, del segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner.
Es perfectamente comprensible que tantos "ganadores" festejen y posen su vista en 2015.
Sergio Massa le arrebató al oficialismo el principal distrito electoral del país y aspira a nacionalizar su estrategia de crecimiento aglutinando intendentes exitosos. Un intento, tal vez, de escaparle a la "maldición" de que ningún caudillo bonaerense ha logrado jamás entusiasmar y alinear detrás de sí a los gobernadores del interior, objetivo todavía más esquivo si no se cuenta con un partido u organización política nacional.
Hermes Binner ratificó en Santa Fe un respaldo electoral basado tanto en la gestión socialista de la provincia como en la alianza política con los radicales, y su propio partido acompañó en Capital Federal una oferta legislativa exitosa.
Julio Cobos arrasó en Mendoza y se proyecta como un presidenciable, aunque antes tendrá que dirimir cuestiones de liderazgo partidario con su correligionario y comprovinciano Ernesto Sanz.
Mauricio Macri ratificó, aunque por estrecho margen, la primacía política de su partido en la Capital Federal, y sus candidatos tuvieron buenos desempeños en otros distritos: Miguel del Sel fue segundo en Santa Fe y Alfredo de Angeli en Entre Ríos, aunque el ex árbitro Héctor Baldassi retrocedió en Córdoba.
Hasta en el oficialismo hubo vencedores, como los gobernadores de Chaco, Jorge Capitanich, y de Entre Ríos, Sergio Urribarri, con proyección 2015.
Pero nadie habló de 2014.
Lo cual también es comprensible. Primero, porque la gestión durante los próximos dos años es responsabilidad del oficialismo, que retuvo la mayoría en ambas cámaras, sigue siendo la principal fuerza política del país y concentró en sus manos, a lo largo de más de diez años, la absoluta mayoría de los recursos económicos e institucionales para decidir y ejecutar la política económica.
Y segundo, porque incluso quienes son optimistas sobre las perspectivas de la Argentina a largo plazo saben que antes habrá que aguantar el cimbronazo que significará el entierro del "modelo" kirchnerista.
No se trata de una maldición o conspiración política o de la consecuencia de un resultado electoral, sino del reconocimiento de la insostenibilidad de una situación.
En noviembre de 2011, pocos días después del triunfo abrumador de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, de su 54% de votos y de los 37 puntos de ventaja sobre su más inmediato perseguidor en las urnas, el gobierno comenzó a armar el llamado "cepo" cambiario. Desde entonces, las reservas del país cayeron en 20.000 millones de dólares.
Por esos mismos días, anunció que empezaría a reducir los subsidios (fundamentalmente al transporte y la energía) que ese año superaron los 60.000 millones de pesos, y este año bordearán los 100.000 millones.
En tanto, pese a los sucesivos y cada vez más estrafalarios diseños del secretario de Comercio, Guillermo Moreno -desde las listas de 500 bienes con precios acordados, pasando por el "Mirar para cuidar" de los jóvenes camporistas, hasta llegar a la "Moreno-Card"- el gobierno fue incapaz de controlar una inflación que desde 2007, cuando el propio Moreno empezó a falsificar las cifras de inflación, acumula un aumento cercano al 300% (o de 135% según las propias cifras del IndeK).
En el mundo, la inflación es hoy una especie exótica. El economista Javier González Fraga precisó recientemente que hay sólo diez países que tienen tasas de inflación superiores al 10% anual: la Argentina, Venezuela, Bielorrusia y siete naciones de África. El resto, o sea 95% de los países del mundo, tiene niveles de inflación inferiores al 10%, y la mayoría, inferiores al 5 por ciento.
Ni Moreno ni los jóvenes camporistas, por más cara de malos que pongan, pueden frenar la inflación cuando el Estado emite dinero de la forma que lo hace el Banco Central de la República Argentina. Y éste no puede dejar de emitir, o al menos levantar el pie del acelerador, cuando el gasto público consolidado pasa de 28 a 46% del PBI, dejando atrás los ingresos del fisco que "sólo" aumentaron del 24 al 42 por ciento.
Y el Estado no puede gastar menos si, además de gastar 100.000 millones de pesos para subsidiar el consumo de buena parte de la clase media y un buen segmento de la clase alta y de bancar la gestión de Mariano Recalde en Aerolíneas Argentinas, aumentó en 1,4 millones de personas (de 2,2 a 3,6 millones) el número de empleados públicos y más que duplicó (de 3,1 a 6,5 millones) el número de jubilaciones que paga cada mes.
Ninguna de esas cuentas, a su vez, se puede suavizar recurriendo al crédito, pues la Argentina lo perdió. Nuestro "riesgo-país", por ejemplo, quintuplica al de Uruguay.
Los últimos diez años fueron, ciertamente, de aumento del consumo, pero también de empobrecimiento estructural.
Se deterioró la infraestructura (trenes que chocan, energía que escasea y cada vez se importa más, rutas y transporte urbano colapsados), aumentó la tasa "inquilinización" (el porcentaje de la población que habita viviendas alquiladas era más alto, y el de quienes habitan vivienda propia más bajo, en 2010 que en 2001), la matrícula de la educación privada avanzó como nunca sobre la de la educación pública y el país retrocedió sistemáticamente en los rankings elaborados a partir de las pruebas internacionales a alumnos de primaria y secundaria.
Todavía, sin embargo, hay un significativo porcentaje de la población que cree, sinceramente, en el "modelo" kirchnerista. Ergo, la suerte de éste en los próximos dos años no dependerá tanto de la valoración política de la población, de la que el domingo hubo un anticipo sujeto a revisión, sino de la sostenibilidad económica de sus resultados.
Para eso el año clave no es 2015, que desde el primer día estará signado por las elecciones y las expectativas de recambio, sino 2014. Ese que todos los candidatos "ganadores" se saltearon en sus discursos del domingo.
Se lo dejan, enterito, al "crisnerismo".
Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de diario Los Andes.