2013, uno de los años más violentos del fútbol

Para concluir con la violencia en el fútbol, los gobiernos nacional y provinciales deben tomar el asunto como política de Estado. Los clubes deben cerrar el paso a individuos que fomentan el crimen y el delito.

2013, uno de los años más violentos del fútbol

Concluye el año con el mayor número de muertes de la década en el fútbol argentino, con epicentro en la ciudad de Buenos Aires, el conurbano bonaerense y la provincia de Santa Fe, especialmente en la ciudad de Rosario.

Mendoza tampoco pudo sustraerse a esa espiral de locura y violencia que ha provocado que ir a una cancha a ver un partido se haya convertido en una misión de riesgo, cualquiera sea el encuentro, aunque los rivales representen humildes instituciones del interior provincial.

Pese a la restricción de asistir a los cotejos para los hinchas visitantes en primera, en 2013 hubo 14 víctimas fatales, tres más que en 2011, según los registros de la organización civil Salvemos al Fútbol (SAF).

Las últimas víctimas fatales se contaron en la jornada final del Torneo Inicial de AFA, cuando simpatizantes de Newell's Old Boys fueron baleados a mansalva cuando iban a ver el cotejo final con Lanús y dos de ellos murieron.

El doctor Mariano Bergés, ex juez y vicepresidente de la ONG “Salvemos al Fútbol”, ha analizado esta situación responsabilizando al Estado, a la AFA y a la Justicia.

Hace una década había declarado: “Existen debilidades institucionales en las instancias encargadas de impartir y procurar justicia, desde la prevención del delito hasta la ejecución de sanciones. El fenómeno requiere de una estrategia integral, corresponsable entre los Estados nacional y provinciales, la AFA -que debe aceptarla- y los municipios. (...) la búsqueda de justicia y la tarea de seguridad sólo se puede llevar adelante con hombres sensatos y honestos”. Las palabras del otrora juez corresponden a una resolución de 2004, cuando procesó a un grupo de barras del club Boca Juniors.

Los años transcurrieron y la sinrazón creció. Se habló de detener la violencia pero nada se consiguió.

Un periodista deportivo de jerarquía, como es Fabián Galdi, ha sostenido que hay que disociar, al seguidor genuino, de una entidad del barrabrava.

El primero siente pasión por los colores de una camiseta, defiende su sentimiento y encuentra su límite en respeto hacia la preferencia del otro. El barra es, en cambio, un mercenario a sueldo de quien lo contrata. La casaca está en segundo plano porque su interés está en otro lado: necesita ocupar el centro de la tribuna y desde allí hacer ostentación de poder.

Así logra hacerse visible ante quienes se meten en el mundo del fútbol para traficar (lavado de dinero, narcotráfico, matonismo por encargo, venta de entradas y control de lugares de estacionamiento). Es la mano de obra que se ofrece a quien necesita de sus servicios, los cuales son sobradamente bien remunerados. Con semejante panorama, apenas una parte de un universo aún más corrompido, el fútbol corre peligro de sucumbir o que le den la espalda miles de ciudadanos que tienen por meta el bien común y la solidaridad.

La única solución posible es que haya una sincera y efectiva política de Estado, que continúe con cada período de gobierno nacional y lo mismo deberá ocurrir en las jurisdicciones provinciales.

De otra manera, el flagelo continuará infiltrándose en el cuerpo social, causando más dolor y muerte. Otro esfuerzo, y muy grande, lo deberá hacer la dirigencia, atándose a los intereses genuinos de las instituciones y desafectando a peligrosos individuos que merodean el fútbol como verdaderas pirañas, sólo motivados por sus espurios intereses.

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