1970: el archivo de los balances

En esta temporada, Los Andes decidió buscar a los personajes del año y se eligió a Miguel García como el más destacado del boxeo. Una nota imperdible en la que se repasó la vida del hombre que una década antes había representado a Argentina en las Olimpía

1970: el archivo de los balances

¿Cuántas notas nos unen a Miguelito? ¿Cuántas veces ese mimbre con sonrisa posó frente a nuestra lente y nos contó sus cuitas? Allá por el 64 fue la primera, cuando un fallo lo dejó sin el viaje a Tokio.

Después cuando el título latinoamericano en Brasil; luego Winnipeg; más tarde los Juegos Olímpicos de México; enseguida el paso al profesionalismo y hoy, la consagración del año.

Y Miguelito sigue igual. Con la sonrisa ganchera de siempre, con esa sencillez que le viene de adentro. Sabe que lo estamos premiando por lo hecho en el año y sólo atina a sonreír, a prestarse para cualquier foto y a contar a borbotones su vida. Porque quisimos que la nota a Miguelito sea distinta, que empiece en su infancia y venga hasta el presente.

Que el racconto abarque muchos años, más anécdotas y mil esperanzas. Por eso fuimos hasta allá. Hasta Las Heras "brava" como él mismo la bautiza. Allá donde nació a la vida y la fama.

Cacique Guaymallén al 1.500, donde el asfalto todavía es algo de lujo y la ciudad renuncia a su opulencia de cemento, para convertir al barrio de casas bajas en el emporio del adobe.  Allá nació a la vida y allá sigue Miguelito. Pegado a los mismos gustos cotidianos. Sin pose y con la misma sencillez de siempre.

-Me preguntan cómo me siento y yo contesto que bien. Muy bien y no porque me distingan como el mejor del año. No. Simplemente porque el boxeo -además de algunas “lucas” me ha brindado una legión de amigos. Esos de ley.

Que se arriman no en las buenas solamente, sino que son de "fierro", los que están en todas. Por eso me siento bien. Perfectamente bien, acariciando este presente que después de Smecca se convertirá en un futuro que me llevará a campeón. Entonces ¿cómo me voy a sentir? ¡Muy bien!

Bajo mil saludos vamos recorriendo el barrio. Miguelito para todos tienen una sonrisa y su saludo. Ya estamos en la plaza. Ahí Miguelito empieza la historia.

-¿Saben cuántos recuerdos tengo aquí? Miles. Allá hacia el Este está el lugar de primer pelea. Me acuerdo que se llamaba Mossuto y era un compañero de escuela. Lo cargamos y se la garró conmigo porque era el más petiso. Todavía le estoy pegando, tenía nueve años, pero de ahí fui directo a la policía.

Con mi primera paliza, ocurrió mi primera visita a la seccional. ¿Y las hamacas? Me elevaba tanto que pensaba que iba en un avión. Me columpié, hasta que me cansé que los placeros me echaran. Era el colmo, tenía como 15 años y todavía estaba arriba de esos artefactos.

¿Ven ese banco? Ahí fue mi primera cita, tenía 15 años y fue mi primer amor. Aquí la besé. Aquí también nos dijimos adiós. ¿Ven allá? Ese es el boliche. El bar de Carlos. Jugué al metegol, al billar, a las cartas. Ahí empezaron mis berretines locos que casi me hacen abandonar el boxeo. Ahora paso y saludo. Comprendí que el triunfo está en el trabajo, trabajo y trabajo…

Los mocasines se llenan de tierra. Ahí cruzamos hasta la escuela. La portera lo recibe como cuando Miguelito tenía pocos años y alarmaba a todos por su excelente inteligencia y… por su pésima conducta. Para doña María, García sigue siendo Miguelito.

-Sí, es verdad que peleaba mucho, pero no por mi culpa. Me vían chiquito y me buscaban la boca. Entonces me trenzaba, algunos cobraban otros, fin… Mejor olvidarnos, ¿verdad?

El estudio me gustaba y mucho. No estaba definido por una profesión pero me apasionaba ser alguien. Quería estudiar y no me iba tan mal. Tenía facilidad. Pero éramos muy numeroso y después de sexto grado comencé a trabajar.

Todos teníamos que poner el hombro y a mí también me llegó el turno.

Llega el momento de hablar de su familia. -¿Doña Ubaldina? Lindo nombre, ¿verdad? Es de fierro mi vieja. Nunca le gustó que boxeara.

Jamás. Le gustaba más el fútbol. ¿Saben? Yo fui wing derecho y más o menos andaba bien. Jugué en 5 de Octubre y entrené en Gimnasia, me llevó oreste, el hermano de Legrotaglie. Fui a dos prácticas y no aparecí más. Soy hincha de Huracán a muerte, pero ahora sigo al Lobo a todos lados. ¡Qué equipo! También con el Maestro Legrotaglie puede pasar cualquier cosa.

Dejamos atrás el campo de Tamarindos donde Legrotaglie nació a la fama y donde Miguel ensayó los primeros y últimos amagues.

Otra vez en la plaza. Un ceibo se levanta en medio de otros arbustos. Miguelito lo trepa con agilidad felina de sus primeros tiempos. El placero ensaya una protesta pero ya Miguelito no dispara como en otros tiempos. Le sonríe y todo en paz.

-Las veces que lo trepé. Las veces que de acá arriba me sentía Tarzán, el rey del mundo o cualquier cosa. Acá junto al ceibo nació el boxeador: José Perniche, un amigo de años, me convenció y me llevó al Firpo.

Me pasó lo mismo que con el estudio. Se me hizo fácil y me entusiasmó. No faltaba ningún día al gimnasio. Ahí comprendí donde estaba la verdad de mi vida. Ahí nació Miguel García boxeador. Ahí nació este tipo al que ustedes le están haciendo la nota.

Allí divisamos la casa de Miguel. La que ya recibe las primeras refacciones con los pesos fuertes que Miguelito está recibiendo. Ahí está don Francisco José García regando su vereda, que pronto recibirá baldosas nuevas. Ahí está el hombre de vuelta a casa.

El niño, aquel que quería ser alguien se quedó en la plaza, en la escuela, en el bar, en el baldío, en cualquier hamaca columpiándose. Aquí está el hombre, el boxeador, el que pronto será campeón

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