1932: cenizas del volcán Quizapú

"La población de Malargüe vivió momentos realmente trágicos entre los bramidos subterráneos y la pesadez de la atmósfera"

1932: cenizas del volcán Quizapú

El país entero vive en estos momentos horas de intensa preocupación con motivo de los fenómenos de origen volcánico. La localidad de Malargüe, en el territorio de nuestra Provincia, es, como se sabe, la zona más próxima al foco de las ígneas erupciones, y es allí, lógicamente, donde más activamente muestran sus efectos la lluvia de ceniza y las constantes trepidaciones del suelo que, sin tener el carácter de terremoto, resultan impresionantes por el furioso bramido de las montañas y por el dantesco espectáculo de las lenguas de fuego que cortan el horizonte.

Ciertamente el espíritu público se halla poseído de una inmensa ansiedad. La gente, en su agitación nerviosa, no atina sino a conjeturar hipotéticos cataclismos y, desde luego, reclama la mayor información posible acerca del curso de los extraordinarios sucesos. Anteanoche gran parte de la población de nuestra capital permaneció en pie, previsoramente, y ayer,  después de las diez y seis horas, al saberse que la lluvia de ceniza arreciaba en Malargüe extendiéndose hacia el sur-este, por La Pampa y la provincia de Buenos Aires hasta llegar a la Capital Federal, un público numerosísimo, renovándose constantemente, se situó frente a nuestras pizarras, ávido de noticias.

Poco después la ansiedad creció. Fué cuando el azul del cielo quedó oculto bajo una espesa y amplia nube gris, de tonos rojizos hacia la cordillera, originando visiones semejantes a las producidas por los eclipses solares. Hubo entonces personas que francamente temieron la proximidad de una catástrofe; nuestros receptores telefónicos no dejaron de funcionar un solo instante, y, hasta de Buenos Aires, horas más tarde, se nos preguntaba si Mendoza estaba todavía en pie.

Un ciudadano, hecho sin duda alguna a todos los recaudos de la precaución individual y colectiva, hubo de indicarnos la conveniencia de que propusiésemos la organización de una caravana automovilística para, en el instante oportuno, emprender la evacuación de la ciudad en busca de la salvación en otros lares menos amenazados por la cólera de los volcanes. Por cierto que esa, como otras personas no menos alarmadas, estaban firmemente convencidas de que a Mendoza le había llegado la hora trágica de Pompeya.

La Divina Providencia no nos ha dejado, empero, de su mano. Revoluciones, intervenciones federales a granel, heladas, granizo, temblores de tierra, y ahora erupciones volcánicas con lluvias de ceniza en nuestra zona sureña transforman el día en noche cerrada, no son, no pueden ser el anuncio del postrer instante de la Provincia. Sigamos teniendo fe en nuestros destinos superiores...


Cierto es que el entintamiento del horizonte, como si en alguna parte ardieran los altos montes de los Andes formando una hoguera dantesca y las nubes de ceniza flotando en lo alto y diluyéndose en lluvia pertinaz, son fenómenos que imponen y aún sobrecogen el espíritu preparándolo para terribles trances; pero no nos alarmemos y confiemos en que pronto retornará la naturaleza convulsionada a su quicio de magestuosa serenidad.
Que haya calma en el espíritu de la población. Recordemos, antes bien, que es necesario promover el auxilio a los desventurados habitantes del extremo sur-oeste de Mendoza

. Eso sí que acosados por la ceniza, están expuestos a sufrir los tormentos de la asfixia y las torturas de una situación imposible de describir, en estos momentos, por las enormes e insalvables dificultades que impiden el viaje de los periodistas hasta Malargüe.
El gobierno, que ya ha adoptado algunas medidas para socorrer a aquella población, debe conducirse a toda celeridad agotando los medios para comunicarse directamente con la zona. Entretanto cabe esperar que en las actuales horas de expectativa, cuya intensidad es notoria, se imponga la serenidad en todos, que ello es un factor fundamental para conjurar peligros que a veces son más aparentes que reales.

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