La crítica es unánime al decir que "1917", la película bélica de Sam Mendes que pelea para ser Mejor Película en los próximos Oscar, es un milagro cinematográfico. O al menos técnico. Ambientada en el año que promete (épicamente) el título, nos situamos en el Frente Occidental de la I Guerra Mundial, donde británicos y alemanes se disputan cada metro del territorio francés desde las trincheras.
En esta historia los soldados Will Schofield (George MacKay) y Tom Blake (Dean-Charles Chapman) tienen la misión de atravesar la línea de trinchera de incógnitos y entregarle a un pelotón aliado una orden confidencial que evitará una masacre. La situación, de por sí tensa, se vuelve más compleja cuando el encargo es a contrarreloj y cuando Mendes, en una ambiciosa decisión estética junto al director de fotografía Roger Deakins, se propone darle al espectador una experiencia inmersiva filmando toda la película en plano secuencia. O al menos, en una ilusión de plano secuencia, que tiene como premisa narrar largos tramos temporales en una sola toma.
Tras ganar por este filme el Globo de Oro a Mejor Película, Mendes ("Belleza Americana") reveló su optimismo sobre el futuro comercial del tanque. Y no se equivocó: "1917" tiene que verse en cines. Promete una experiencia demasiado poderosa. Aquí, tres razones.
1-La experiencia inmersiva
Si la producción es colosal, la pantalla también debería serlo. Solo con una resolución de cine lograremos dotar a la imagen del poder que merece. Pero además de los bombardeos, los cientos de extras y los kilómetros de trinchera reconstruidos, "1917" está planteada como un plano secuencia en el que el espectador es el tercer protagonista.
Es que la cámara acompaña a los dos soldados a lo largo de esta intrépida travesía. Somos uno más frente a la línea enemiga. Y la hazaña de Mendes es más en enorme en la medida en que nos arriesgamos a ese vertiginoso travelling eterno que nos lleva a través de trincheras, túneles, ríos torrentosos, bosques, paisajes apocalípticos, ciudades destruidas, etcétera.
2-El sonido envolvente
El prodigio técnico no termina en lo que acabamos de nombrar, pues el sonido es una pata fundamental de la historia. En ningún lugar tendremos un sonido envolvente como el Dolby de una sala de cine.
Esa experiencia nos dará el clima para los silencios (que son muchos), pero también para las explosiones y, sobre todo, la infinita gama de sutilezas y ruidos ambientales, que fueron mezclados con una pericia que merecería un Oscar (es favorita en los rubros técnicos, de hecho).
3-La situación social
Es lo más obvio, pero no hay que dejar de remarcarlo, porque sentarse en la butaca oscura es la primera condición de una experiencia cinematográfica. A nadie se le escapará una risa en "1917" y, si alguien entra comiéndose un pochoclo, lo abandonará rápido por su propio bienestar estomacal.
Todos estarán pegados al asiento con absoluta tensión de thriller, una tensión que no se relaja y que va en aumento a medida que avanzan sus casi dos horas de metraje. Verla en nuestra casa, arriesgándonos a distracciones, sería un gran error, porque Mendes quiere que contengamos la respiración y estemos presos de su hipnosis.