129, el número mágico de la hegemonía K

Disciplina, marca personal, acuerdos políticos, promesas de última hora y hasta gritos en público han sido el modus operandi para obtener el quórum propio en Diputados a la hora de votar los pedidos de la Rosada.

129, el número mágico de la hegemonía K
129, el número mágico de la hegemonía K

¿Tienen el número?

-Siempre lo tienen

El diálogo es más o menos el mismo sesión tras sesión. Los interlocutores pueden ser diputados de la oposición, periodistas o asesores. Pero la respuesta no varía.

Y la seguridad que encierra ese “siempre” ni siquiera tambaleó en las últimas semanas, cuando las internas en el bloque del Frente para la Victoria en la Cámara de Diputados se intensificaron y llegaron a provocar discusiones a los gritos y en público entre compañeros de la bancada.

La clave de los diez años de quórum propio en la Cámara baja se encierra en un entramado complejo que incluye disciplina, trabajo, acuerdos políticos, relaciones personales y teléfonos en llamas media hora antes de que arranque la sesión.

Todas las figuras principales del bloque están pendientes del tema. Hoy son Julián Domínguez, presidente del cuerpo, y Juliana Di Tullio, jefa del bloque. Ayer lo hacía su antecesor, Agustín Rossi, y diputados con peso específico en otras áreas del poder.

Sin embargo, la coordinación de los operativos tuvo dos nombres ineludibles en estos años: Patricia Fadel y Teresa García. Las dos secretarias parlamentarias del bloque y últimas responsables de tener a 129 diputados sentados sesión tras sesión.


Modus operandi
El operativo para asegurar el quórum es continuo. Termina una sesión y la maquinaria se pone en funcionamiento para asegurar la próxima. Comienza con algo tan sencillo como un mail, que reciben todos los diputados del FpV y los aliados, avisando el día y horario previsto para el siguiente debate.

El correo no deja nada librado al juicio personal de los legisladores, e incluye recomendaciones sobre reserva de pasajes para los del interior. La línea de despedida es siempre la misma: “Es imprescindible contar con su presencia ya que trabajaremos con quórum propio”.

Luego hay llamados telefónicos a los secretarios o directamente a los diputados y, dos días antes de la sesión, ya está listo el primer conteo e identificados los posibles inconvenientes.

Al que avisa que está enfermo o con cuestiones personales le piden que aunque sea participe del inicio de la sesión, al que no consigue pasajes le agilizan las gestiones, y con el que se niega a votar por cuestiones políticas intentan acordar una abstención o hasta un voto negativo, pero garantizando su presencia para el quórum.

Todas las tareas se reparten entre los diputados y los asesores históricos del bloque. La elección del interlocutor jamás es azarosa.


No hay excusas que valgan
Uno de los casos más recordados tuvo lugar en la sesión por la Ley de Pago Soberano de la Deuda. El debate se extendía y amagaba con terminar ya de día. Desde las primeras horas de la noche, el cordobés Daniel Giacomino sentía un malestar en el abdomen que con el paso de las horas se volvió más agudo e intenso.

Pero aguantó hasta que se terminó de votar la ley, a las 5.45 de la madrugada del jueves. Cuando ese mismo día aterrizó en Córdoba, el dolor ya era insoportable. En la Clínica del Prado lo operaron de urgencia. Tenía una apendicitis que había evolucionado a peritonitis.

El lunes le dieron el alta y en la madrugada del jueves siguiente, siempre ayudado a caminar por un asesor, estaba votando la modificación de la Ley de Abastecimiento. Su presencia era fundamental. Esa ley salió con 130 votos.

Anécdotas similares pueden contar la cordobesa Carmen Nebreda y el misionero Oscar Redczuk. O la riojana Griselda Herrera y la bonaerense Diana Conti, cuyas madres fallecieron este año y ambas estuvieron presentes dando quórum horas después de sufrir una pérdida tan grande.


Trabajo de hormiga
El mismo trabajo de hormiga, con más cautela, el kirchnerismo lo despliega sobre los aliados ocasionales, los bloques de un solo integrante e incluso los opositores en los que el FpV detectó una oportunidad, que puede ir desde el descontento con la conducción de su bloque (el caso del radical Rodolfo Fernández el año pasado), a intereses particulares en algún proyecto (como la sesión en que se estatizó la Universidad de las Madres y los legisladores que responden a Adolfo Rodríguez Saá dieron quórum, porque el kirchnerismo aceptó incluir en el temario la creación de la Universidad de Comechingones en San Luis).

Los acuerdos políticos con los gobernadores (en particular los de Neuquén, Santiago del Estero y Misiones) o dirigentes de otros partidos (como el radical Leopoldo Moreau, vinculado al diputado Eduardo Santín) juegan un rol fundamental, que excede al Congreso.

Muchas veces, también la Casa Rosada interviene para ayudar al número, aunque no siempre con éxito. Fue el caso de la reforma de la ley de ART, resistida por todos los sectores (incluso varios dentro del FpV), excepto el Pro. Por aquellos días, un industrial que durante años había reclamado la sanción de la ley, recibió el llamado del Poder Ejecutivo.

“Ok, lo vamos a impulsar. Pero ustedes ayuden a conseguir el quórum”. Inmediatamente puso manos a la obra y reunió a los representantes de cámaras y empresas de renombre, con la instrucción de que hicieran lobby en el Congreso para sumar votos. El resultado fue paupérrimo.

Ni un legislador cambió su postura por pedido de los empresarios. “Cero votos conseguimos. Cero. Yo nunca más le puedo ir a pedir nada a esta mina. ¡Me va a decir que somos unos pedorros y tiene razón!”, se lamentaba después el industrial. La “mina” era, claro, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Ya en el recinto, sesión tras sesión, tienen lugar los 15 o 20 minutos frenéticos de apurar a los demorados y resolver sobre la marcha cualquier inconveniente que surja.

Desde los palcos del primer piso, los asesores de la Secretaría Parlamentaria controlan quiénes están presentes y quiénes ausentes en grandes listados que incluyen la fotografía del diputado.

Desde el balcón de asesores, al nivel de las bancas, empleados del bloque hacen exactamente el mismo trabajo. Ese conteo cumple una doble función: detectar ausentes y tomar medidas después de la sesión.


¡Venite ya!
Faltaban cinco minutos para que se cumpliera la media hora de tolerancia prevista entre el horario de la sesión y la consecución del quórum. En el FpV había gestos de nerviosismo.

Juliana Di Tullio y Teresa García repartían indicaciones para todos lados. Estaban a dos diputados de los 129 y se vencía el tiempo. El radical Ricardo Buryaile ya se acercaba a su banca para reclamar el levantamiento de la sesión.

En eso, aparece el aliado de Nuevo Encuentro, Carlos Raimundi.

-No tenía señal, se excusó.

Todavía faltaba uno.

-¡¿Dónde estás?!

-En el Anexo, en mi despacho.

-¡Venite ya que se nos cae!

Es imposible explicar cómo hizo, pero el bonaerense Gastón Harispe cruzó avenida Rivadavia en menos de un minuto y llegó a dar quórum. Ese día se aprobó el nuevo Código Procesal Penal.

El quórum no sólo hay que conseguirlo para abrir la sesión. También hay que mantenerlo para poder habilitar la votación. Tarea especialmente ardua en las sesiones que terminan pasadas las 2 de la madrugada.

Por eso, uno de los asesores del bloque oficialista siempre lleva dos atados de cigarrillos en sus bolsillos, aunque no fuma. Son indispensables para contener huidas al quiosco de los fumadores que se quedaron sin reservas.

Y por eso también otro asesor anda con una bolsa gigante de chocolatines y caramelos que reparte entre las diputadas. Además, una hora antes de la votación, la Cámara sirve un refrigerio para evitar abandonos masivos cuando el hambre pica.

La sesión en que se aprobó el paquete de leyes bautizado Reforma Judicial fue de las más picantes de los últimos tiempos. De hecho, terminó en escándalo cuando a las 6.08 de ese jueves de abril falló el sistema de votación y no se computaron los afirmativos de Juan Carlos Forconi y Alicia Comelli.

La oposición se retiró en medio de forcejeos y hasta voló una botella de agua que casi le pega al entonces jefe del bloque, Agustín Rossi.


Secuestro express
Pero algunas horas antes se vivió una situación que pasó desapercibida en las crónicas periodísticas. Poco después de las 2 de la madrugada, uno de los diputados con los que contaba el FpV se cansó y enfiló hacia la salida.

“Me voy a dormir, estoy harto de estas peleas”, les dijo a los asesores del FpV que estaban en el hemiciclo. Dos de ellos lo flanquearon en la huida, tratando de convencerlo.

“Mirá, entremos acá, descansá, pensalo un poco, y después decidís. Te necesitamos”, le decían mientras lo conducían a una de las oficinas de la Presidencia, a escasos diez metros del recinto.

“Que no se vaya”, le susurró un asesor al otro, antes de cerrar la puerta. El “secuestro” duró casi dos horas e incluyó mate, gaseosas, snacks, una almohada y una película en la computadora para entretenerlo. Al final, el salteño Alfredo Olmedo volvió a su banca cuando ya habían comenzado los cierres de los bloques.

Olmedo es, además, protagonista de otra negociación que grafica hasta dónde llega el trabajo para asegurar el número. El vuelco del salteño, que de un día para el otro pasó de jugar con la oposición a colaborar en todas las sesiones que impulsaba el FpV, tuvo lugar luego de una larguísima charla de uno de los asesores del bloque con Alfredo Olmedo padre.

Terminado ese encuentro, el patriarca sojero levantó el teléfono: “A vos te eligió el pueblo de la provincia para que trabajes, así que más vale que vayas a todas las reuniones”. Desde ese día, Olmedo siempre dio quórum.

Hubo, sin embargo, dos años en los que el oficialismo puso todos sus recursos al servicio del objetivo opuesto: que no hubiera quórum. Fue durante 2010 y 2011, períodos de mayoría opositora en el Congreso.

Sin la disciplina del FpV, fueron pocas las veces que los bloques de la oposición lograron reunir 129 diputados sentados en sus bancas (a pesar de que en los papeles superaban ese número).

Un miércoles de aquellos, la oposición había convocado a una sesión para las 11.30 con la intención de subir el mínimo imponible del impuesto a las Ganancias. Alerta, el oficialismo se puso a trabajar y convocó para las 10 de ese mismo día a la comisión de Turismo con una promesa tentadora: asistirían funcionarios de primera línea para escuchar los pedidos de las provincias.

La reunión de la comisión arrancó con algo de demora y, tras la exposición de los funcionarios, ya pasadas las 11, les pidieron a los legisladores presentes que expusieran sus necesidades.

El primer opositor que habló se llevó una sorpresa: cada solicitud de apoyo a una fiesta, cada pedido de declaración de interés, cada proyecto, cada idea, recibía el abierto respaldo y compromiso de los funcionarios de la Secretaría de Turismo.

Al segundo le estaba pasando lo mismo cuando comenzaron a sonar los celulares: debían cruzarse urgente para ocupar sus bancas. La disyuntiva entre cumplir con los referentes del llamado grupo A o aprovechar la posibilidad de conseguir beneficios para sus provincias tuvo un resultado previsible. La sesión se cayó por falta de quórum.

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