Algunos piensan que el mar y la música se corresponden. Que hay un “sentido musical del mar”. Y que ese sentido musical tiene que ver (como advierte el ensayista Diego Fischerman) con su capacidad para permanecer, “para ser solo recuerdo ya en el mismo momento en que es percibido, para cambiar y ser irrepetible e indetenible, para ser transcurso obligado, para tapar y descubrir, para amoldarse a cada grieta y, también, para forzarla, para invadir, para amenazar y, al fin pero lejos del último lugar en importancia, para que allí comience la vida”.
Un movimiento perpetuo, pero inasible. Y, aunque inasible, poderoso. Así la música se parece al mar.
Y quizás nadie entendió tan bien esta simpatía como Claude Debussy, quien torció la historia de la música en las postrimerías del siglo XIX.
Él fue parte de un movimiento que luego llamaron “impresionismo musical”, una categoría que se anticipa a las vanguardias pero que muchos expertos ponen en duda.
¿El estilo? Los hallazgos tímbricos, los extremos de la armonía, la pulverización de la melodía, las atmósferas, los colores inauditos (en el pleno sentido del término: colores nunca antes oídos). Un correlato al puntillismo de la pintura, se atrevería alguno a comparar. Aunque él, más que un impresionista, siempre se sintió más cerca del otro gran movimiento de la época, pero literario.
Porque como los simbolistas, Mallarmé o Baudelaire (su poeta favorito, junto con Poe), Debussy buscó las correspondencias ocultas entre las cosas.
Y fue el gran descubridor de la correspondencia secreta que podía unir la música con el agua en movimiento.
"¿Cuál es su color favorito?", le preguntaron a Debussy en una entrevista. Y él respondió: "Todos los colores del mar".
La música líquida
En esa misma entrevista, Debussy también reveló que, de no haber sido músico, habría sido marino. Que su pasatiempo favorito era “leer fumando tabacos sofisticados” y que los errores con los que era más indulgente eran los “errores de armonía” (era un sarcasmo, claramente).
Achille-Claude Debussy había nacido en Saint-Germain-en-Laye (Francia), el 22 de agosto de 1862, y falleció a los 55 años, el 25 de marzo de 1818, en París.
El domingo pasado fueron 100 años desde ese día, aunque la conmemoración seguirá durante todo este 2018 en todas partes del mundo (en el Teatro Colón de Buenos Aires, la soprano mendocina Verónica Cangemi debutará en el rol protagónico de su ópera “Pelléas et Mélisande”).
Es célebre la fotografía tomada por Igor Stravinsky en la que se ve al francés sentado en su estudio, y al fondo descubrimos colgada una reproducción de “La gran ola de Kanagawa” de Hokusai. Esa ola también estaba impresa en la portada de la primera edición de “El mar” (“La mer”, 1905), el tríptico sinfónico por el cual es hoy más recordado.
Allí, en tres movimientos extendía una descripción a través “Del alba al mediodía en el mar” (“De l'aube à midí sur la mer”), de los “Juegos de olas” (“Jeux de vagues”) y un “Diálogo entre el viento y el mar” (“Dialogue du vent et de la mer”).
La difuminación de la melodía, la fabulosa paleta tímbrica y el afán colorista son algunas de las señas particulares de la música revolucionaria de Debussy.
Pero el agua estuvo siempre ahí, como una forma que esperaba ser descubierta: ya en “ Reflejos en el agua” (“Reflets dans l'eau”), primera pieza de sus “Images” (compuestas entre 1901 y 1905), las gotas imaginarias se desplazaban en infinitos arpegios ascendentes y descendentes.
Un recurso apenas insinuado en “El salto de agua” (“Le jet d'eau”, canción de la serie “Cinq poèmes de Baudelaire”, compuesta a finales de la década de 1880) y ya elaborado orquestalmente en la famosa escena de la fuente de “Pelléas et Mélisande” (1902).
Sin embargo, la búsqueda de la música líquida también la compartió con su gran contemporáneo “impresionista”, Maurice Ravel. Él tiene su propia versión del tema en “Jeux d’eau”, compuesta en el mismo período que “Reflets dans l'eau”, aunque la pieza de Debussy logra mayor fluidez.
Debussy fue así un gran descriptor. Y muchos querrán recordar que ese don también se plasmó en la otra gran obra por la que es conocido: el “Preludio a la siesta de un fauno”, de 1894. La gran popularidad de esta pieza se asentó con la coreografía que el bailarín ruso Vaslav Nijinski le puso en 1912. Allí el cuerpo era libido sin represiones, y desató el escándalo.
Pocas definiciones habrá más claras que la del musicólogo Harry Halbreich, quien escribió: “Debussy fue el primero en componer con sonidos, más que con notas”.