Por Maxi Salgado - Editor de Más Deportes - msalgado@losandes.com.ar
“Un dirigente deportivo tiene que ser creíble, los deportistas tienen que ver en él sus valores personales, como: honestidad, coherencia, compromiso, competencia. El líder debe ser ‘proactivo’ y no ‘reactivo’, pues los deportistas, padres de familia y todos quienes lo rodean lo que necesitan es esperanza”, dice una de las tantas definiciones que uno puede encontrar a la hora de intentar explicar lo que es un líder.
Esta semana, el fútbol argentino sufrió un mandoble con la renuncia de Gerardo Martino a la dirección técnica de la Selección nacional. Fue la crónica de una muerte anunciada. La debacle total de la dirigencia deportiva nacional llevó a que se desencadenaran esta serie de hechos desafortunados.
El responsable exclusivo de esta actualidad es, sin dudas, esta nueva casta de dirigentes que han llegado al fútbol.
Empresarios con ansias de trascendencia (Tinelli, Angelici, D’Onofrio, Tapia, Segura). Con más apetencias políticas que deportivas, estos señores se encargaron de destruir. Ya desde octubre pasado, la AFA comenzó a no pagar aportes previsionales a sus empleados.
Hay registros de 500 cheques firmados por personas jurídicas ligadas a la AFA; Luis Segura integra la lista de firmantes de cheques registrados. Todos los cheques fueron rechazados por falta de fondos.
Pasamos de una AFA rica con clubes pobres de hace un par de décadas, a una situación en la que tanto la entidad madre como los clubes están fundidos. Nadie sabe qué pasó con los fondos que llegaron de Fútbol para Todos, que fueron varias veces millonarios.
La peor situación de la AFA se da justamente en un momento en el que el presidente de nuestro país es un dirigente que salió del fútbol. Un dato que no es menor y que refuerza la teoría de que manejar un club popular o una institución pueden lanzarte a la vida política.
Y en una semana en la que la UEFA siguió el ejemplo de la FIFA y prometió divulgar los salarios de su presidente y otros altos funcionarios, que según pudo conocerse ascendían a 300.000 dólares anuales más viáticos.
Para lo cual necesitaba desembolsar 80 millones de dólares al año.
Una cifra que indigna si se tiene en cuenta los antecedentes de corrupción desde la asunción de Platini como presidente.
Yo soy de la teoría que es muy difícil que un buen empresario pueda ser un buen dirigente.
Es que ambos tienen perfiles totalmente diferentes. El empresario siempre piensa en ganar plata, y está bien que así sea porque es su modo de vida. El dirigente tiene que tener otro espíritu.
Claro que siempre hay honrosas excepciones y una de ellas es Fernando Porretta, presidente de Gimnasia, quien esta semana salió a pedir perdón a los hinchas de su club por el descenso de la B Nacional.
Justo un hombre que le dio al club un impulso que no tuvo en más de cien años y no para de hacer obras. José Mansur, presidente de Godoy Cruz, es otro de los casos que son para destacar por su aporte a la institución.
Me críe en una familia en la que la dirigencia era tema de todos los almuerzos. Mi padre fue fundador y presidente de la Federación Cuyana de Bowling y activo colaborador de Gimnasia y Esgrima. Vi, durante décadas, cómo se desvivía por servir a los deportistas, estar a su servicio, darles las condiciones necesarias para que compitieran. Todo sin apetencias económicas.
Hace unos días, Andrés Salinas, dirigente histórico de las bochas mendocinas, me decía con un dejo de nostalgia y total razón: “Ya no hay dirigentes deportivos. Ahora son todos empresarios que buscan sacar rédito de su lugar, o padres de los deportistas que se van cuando sus hijos dejan el deporte”.
Estos ejemplos mendocinos podrían servir para replantearse si no llegó la hora de crear una escuela “seria” de dirigentes, o, ¿por qué no? que se legisle para ponerle un coto a los oportunistas y devolver los clubes a aquellos que sienten la camiseta y que tienen vocación de servicios.
Por ahora, todos lucran con la pasión y otros sufrimos con la ñata contra el vidrio.