¿Un fantasma en el museo?

¿Un fantasma en el museo?

Desde la Antigüedad encontramos numerosos ejemplos del interés del hombre por poseer objetos, el gusto por la acumulación de los mismos y el afán de mostrarlos.

Comenzando por Egipto, el culto a los muertos y las creencias religiosas convirtieron a los sepulcros en "pequeños museos" donde  se acumulan grabados, inscripciones, relieves, dibujos y objetos diversos.

No se puede hablar de museos con el significado que hoy damos al término, pero puede verse una acumulación suntuosa de objetos con intención simbólica y representativa, que también se observaba en los santuarios.

El museo nace en la Antigüedad Griega como "templo de musas", lugar sagrado frecuentado por estas diosas. Durante la dinastía Ptolemaica,  en Alejandría fue construido un edificio al que denominaron Museo.

El mismo estaba dedicado al desarrollo de todas las ciencias, allí se reunían  literatos y sabios que vivían en el lugar, siendo mantenidos por el "Estado". En aquel museo se fue formando poco a poco la importante y renombrada biblioteca de Alejandría.

Durante el Medioevo, la Iglesia se encargaba de conservar joyas preciosas, estatuas, manuscritos, reliquias de los santos y objetos procedentes de las Cruzadas. Estos últimos se  exhibían en algunas ocasiones a la gente común.

Pero los museos, tal como los conocemos hoy, surgen durante el siglo XVIII en el viejo continente y la mayor parte de ellos provenían de grandes colecciones privadas o reales.

Y tras esta breve introducción al mundo de los museos nos trasladamos a Argentina, donde transcurre la historia de hoy. A fines del siglo XVIII se inauguró el Museo de la Plata, que en un comienzo contó con 15.000 ejemplares de piezas óseas, objetos industriales y 2.000 libros donados por Francisco Pascasio Moreno, a quien se designa director del mismo.

Unos diez años antes de esta fundación, Moreno conoció en cierta expedición por el Sur al cacique tehuelche Modesto Inacayal, quién según expresó el mismo "Perito" lo trató con mucha amabilidad y hospitalidad.

Poco después, Modesto se convirtió en uno de los últimos caciques que sucumbió ante Roca. Tras años de lucha finalmente se entregó en Junín de los Andes. Sus hijos se repartieron como sirvientes ente los distintos generales y él fue trasladado a diversos lugares, terminando en Martín García debido a su espíritu altivo y a su negativa a someterse.

De allí lo "rescató" Perito Moreno y en agradecimiento a los buenos tratos recibidos en el pasado, instaló a Modesto en el Museo junto a otros once aborígenes, entre ellos una de sus dos esposas y una hija.

Vivían allí como si fueran parte de la colección de Moreno, debían prestarse a ser examinados por diversos científicos, además se encargaban de la limpieza y mantenimiento del edificio, incluso debieron trabajar en su construcción. Por las noches eran encerrados bajo llave en el subsuelo y alimentados con sopa que se les servía en una única olla.

En setiembre de 1887 mueren, en el transcurso de días, tres de los habitantes del museo, entre ellos la esposa de Inacayal. Investigaciones relativamente recientes demuestran que fueron envenenados.

Esto devastó al cacique, quien a partir de entonces casi no comía, dormía muy poco y pasaba horas mirando los restos de su esposa expuestos en las vitrinas del museo.

Murió al año siguiente, algunos afirman que se suicidó tirándose por las escaleras, otros que fue empujado y el secretario personal del Perito Moreno, Clemente Onelli, habló de un ritual tras el cual se desvaneció y cayó.

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