ijo único -fruto de la relación entre Gladys Ravalle y Cristóbal Arnold, dos emblemas del género-, el actor y director confiesa que el teatro fue el hermano que no tuvo, su verdadero “hermano del alma”, como expresa.
Con talento y determinación y a lo largo de una sólida carrera que inició arriba del escenario con tan sólo 16 años, el artista con un estilo abierto y descontracturado, demuestra con sus palabras que ser actor corresponde prácticamente a un acto de fe.
Es que Comotti vive el teatro como si se tratara de un milagro y una gran verdad y se expresa de una forma clara, sincera y siempre polémica: “Algún día la televisión va a mostrar las maravillas que hacen los actores locales y la gente dejará de adorar a las ‘figuritas’ de Buenos Aires, que generalmente vienen con propuestas inútiles a robar”, reflexiona.
En una profunda entrevista con Estilo y en medio del éxito y reconocimiento que recibió con “Pajarito” -una puesta tan bella como dura y angustiante y una obra elogiada por la critica local y nacional-, nuestro entrevistado reflexiona sobre el hecho artístico, el teatro local y su profesión.
-¿Estaba predestinado a dedicarse al teatro por el contexto artístico en el que creció?
- Es una buena pregunta porque la predestinación es algo muy teatral. Edipo estaba predestinado, como los artistas en su gran mayoría. Yo estaba predestinado a tener una madre actriz, además de muy talentosa maestra y también un padre que fue un director increíble… Cuando mi papá dirigía era un actor tan perfecto que daban ganas de copiarlo.
Era un director-marcador, marcaba las posiciones y los tonos. Se fijaba en las intenciones y en los ritmos y sobre todo en algo fundamental que es “el decir” la forma de decir y de acentuar las frases y las palabras.
-¿Sus padres querían que usted se dedicara al teatro?
-Los dos intentaron desviarme del rubro a medida que fui creciendo. Lo hacían para no imponerme sus parámetros de vida, dejándome que yo eligiera. Como es natural, les llevé la contra. Todo lo demás estaría escrito en los archivos de algún lado, donde está escrito todo.
Claro que el ambiente influye. Yo recuerdo de chico haber cuidado a los hijos de los actores cuando ensayaban, repartía también los programas de las obras...Y tenía cinco años.
Llegué a saber varios textos de memoria incluso y hasta retaba a los actores cuando se olvidaban alguna palabra. ¡Era un buchón! (risas). Pero yo elegía ir al teatro y no quedarme en casa.
A los ocho ya hacía la técnica de algunas de las puestas y lo hacía porque por supuesto ¡me gustaba! Supongo que me aburría en casa por ser hijo único. El teatro era más divertido y era mi hermano del alma.
-¿Recuerda su primera experiencia como actor?
-Tenía 16 años y actué en una obra que dirigió mi mamá: “El partener” de Mauricio Kartun. Fue en el Teatro Quintanilla, año… 1991. Allí se produjo mi debut profesional. También actuó mi padre.
Fue de hecho su último trabajo actoral porque a partir de ese momento se dedicó a dirigir exclusivamente por cuestiones de salud. La foto en blanco y negro en la que salgo junto a él, la sacamos en el campo especialmente para el afiche y los programas de la obra. Fue emocionante.
- Para ser artista y puntualmente dedicarse al teatro pareciera que es fundamental auto gestionarse…
- Sí. Es que creo que el actor debe saber que el espacio del teatro está dentro de uno. ¿Por qué lo digo? Es muy deprimente que se cierren salas. Pero por otro lado, el impulso de los mismos artistas hace que -mientras muchos espacios se cierran- otros se abren.
Los actores siempre encontraremos calles, plazas, bares, lo que sea e intentaremos seguir abriendo salas. No es nuevo que los gobiernos acaben con los grandes teatros que se han construido o que las leyes y las economías favorezcan a las playas de estacionamiento, casinos y templos religiosos.
- ¿Dentro de qué estilo suelen ubicar su trabajo como director?
-Dentro del terreno de la estética y poética es muy difícil hablar de un estilo de teatro, de un tipo, de una marca y de un sello. Estamos habitando un mundo que se lleno de “prototipos”, “estereotipos”, “categorizaciones”. Eso para la mayoría de la gente y sobre todo para los críticos, puede ser cómodo, resulta un alivio “encajar” en una cosa u otra.
- Y usted, ¿cómo entiende a su trabajo cuando dirige?
-Yo prefiero quedarme siempre en el terreno de lo obsceno, en el sentido de poner en conflicto y en choque al público. Lograr que el espectador dialogue con sí mismo.
A lo mejor sacándole una sonrisa… ¿por qué no? La función del teatro no deja de ser la de entretener, pero además el teatro puede entretejer mundos.
De todas formas me gusta mucho el grotesco y el naturalismo descarnado. Pero hay varios elementos que siempre están: el humor negro, la exasperación y un teatro que esté basado en los estados por los que transcurren los personajes, más que en la psicología de los mismos. Creo en las posibilidades que ofrece el actor con su cuerpo en juego, sobre todas las cosas.
-Existe también un interés por la farsa política…
-Porque no creo en los políticos, mucho menos en los militares. El odio se nota mucho en mis obras. Soy de una generación “que no cree”. Soy de una generación que no cree que es realmente fuerte y que además tiene que volver a recuperar la fe en las instituciones.
-¿Cree que su trabajo a través del tiempo ha evolucionado?
-Sí. Lo voy viendo a partir de las críticas o los comentarios de los compañeros. Prefiero pensar a la evolución bajo un concepto que se relacione con el retorno a la infancia y su imaginación plena, sin prejuicios… Eso es lo primero que haría un clown -porque ellos culturalmente tienen licencia para hacerlo-.
La evolución sería así, involución. Creo que el día que encuentre mi camino, mi estética o trate de seguir algún molde, voy a estar “frito”. Todavía cambio los finales el último día antes del estreno y cada vez que me enfrento a una obra no tengo ni idea de lo que voy a hacer.
-¿Qué obra cree que han representado mejor su espíritu?
-Todas y cada una a su manera. Es como intentar saber con qué persona a uno le gustó compartir más el amor a lo largo de su vida sentimental. Todas las obras son seres vivientes: únicas, incomparables e irreemplazables.
-¿Qué es lo más complejo de la adaptación, de dirigir una obra que ha escrito otro?
-No hay nada que nos enseñe más que la propia obra de arte. Siempre es finalmente la única que se impone con mucha fuerza. Sólo hay que saber dejarse llevar y escuchar sus señales, sin tratar de imponerle un molde.
La esencia justamente -de aquello que el autor quiso decir- es lo que hay que mantener. Transfigurar no debe ser necesariamente deformar si no “des-formar”.
Tal vez suene un concepto algo metafísico… pero el teatro es metafísica pura corporizada en la acción. Está tan ajeno a la realidad que supera a la ficción.
-¿Cuáles son los dramaturgos que más le interesan?
-Los que escriben sus propias obras, aquellos directores completos que arman en paralelo con los actores sus creaciones. Los que buscan el accidente más que el incidente.
Me gusta mucho el trabajo de Pompeyo Audivert, Ricardo Bartis y Andrés Mangone de Buenos Aires, Paco Giménez de Córdoba y el de nuestro Arístides Vargas.
-¿Cómo afecta el teatro a la sociedad? ¿Cree que se pueden conseguir cambios desde el escenario?
-El teatro infecta. Así va… siempre buscando otras posibilidades. El teatro sigue existiendo aun cuando nos preguntamos por su propia existencia. Estamos muy fortalecidos y nos seguimos multiplicando. No hay día en que la gente no busque a un actor.
Lo hace viendo una película o mirando la tele aunque sea para “desconectarse”. Los actores somos bastante tozudos y obsesivos. En alguna época el teatro pretendía hacer la revolución y hablaba de eso. Es natural que aún queden rastros de ese discurso.
Pero nosotros tratamos de no bajar línea, queremos que los cambios se den desde las nuevas formas de explorar y explotar con nuestros cuerpos, ideas poéticas y artísticas. Lo hacemos retorciendo, estrangulando, dislocando, descontextualizando, llorando mientras reímos y riéndonos de llanto.
-¿El público cómo responde?
-El público de hoy está acostumbrado a comer mientras ve teatro y pretende hacer la digestión con el postre de mensaje que le deja la obra. Después vuelven a sus casas y está la excusa para un diálogo de sobremesa.
- Eso sucede de forma explícita con el stand-up y la comedia. Y acá parece haberse puesto de moda...
- Si bien el nivel de teatro que tenemos en Mendoza es uno de los mejores del país, está haciendo muy pocas obras dramáticas y tragedias y prevalece mucho el bar, el teatro infantil y ahora la comedia musical. Pero después de todo... ¿qué es teatro?
- ¿Mendoza tiene buenos actores?
- Existen actores muy buenos al igual que músicos y artistas plásticos. En eso tuvo mucho que ver la formación académica de la Universidad de Cuyo. De todas formas la denominación “intérprete dramático” me resulta sospechosa.
Pero hay que resaltar y destacar la formación de los grandes maestros que armaron aquí el teatro “independiente”. Algún día la televisión va a mostrar las maravillas que hacen los actores locales y la gente dejara de adorar las “figuritas” de Buenos Aires, que generalmente vienen con propuestas inútiles a robar.
-¿Qué cree que representa el teatro en este mundo tan agitado?
-El mundo siempre ha estado así. Siempre estamos en una situación particularmente “agitada” y los gobiernos siguen pasando... cada uno con sus formas e irregularidades. El mundo siempre está por acabar y nunca se acaba al final (risas).
Pero el teatro, al menos el que me interesa, logra siempre en los más oscuro tirar un cable a tierra. Por eso siempre voy a admirar a los artistas de la resistencia, los que en las peores situaciones históricas defendieron su lenguaje adentro de las casas, escondiéndose de la dictadura a pesar de tantas injusticias y atrocidades.
-¿Cuándo le parece que se produce un hecho artístico?
-Creo que hay arte cuando hay conflicto. Cuando la obra transgrede tipos de tabúes imperantes haciendo que otra lógica opere en el discernimiento de las personas. Cuando se genera un debate interno, cuando hay “algo” que moviliza dentro, “algo” cambia.
El arte es poesía y una obra de envergadura logra que una vez que la viste no la olvides fácilmente. Te deja la sensación de que aquello que viste sigue conservándose dentro tuyo. Tampoco el arte tiene que dejar mensajes o moralejas.
Pero creo que la obra verdadera hace que reveas las cosas -esas que ves diariamente de una forma- y las veas luego de una manera más resuelta, más sencilla y por eso mismo más llena de vida. No creo en el teatro que no aspire a la trascendencia.
-¿Cree que cada arte tiene su propio sentido?
-El arte es uno solo, aunque puede claro, tener distintas facetas o especificidades. Pero el sentido del arte sigue siendo el sin-sentido de la existencia y a su vez la asimilación de la instancia de la muerte como algo tangible.
Todo el arte tiene que ver con la fragilidad y la sensibilidad que te hacen amar y valorar las cosas de la vida como el primer o el último día.
-¿Actor "se nace" o "se hace"?
-Es una verdadera controversia…Tiene que ver con que si alguien tiene -o no- eso que llaman “ángel”. Pero también es verdad que el oficio te lo da la técnica y la mecanicidad de la rutina diaria. Eso ayuda muchísimo, es fundamental.
-Cualquier persona es capaz de "actuar" pero no cualquiera es actor"... ¿Quiere decir eso?
-Creo que esa afirmación vale para el lenguaje cinematográfico. Pero si es cierto que todos tenemos un actor adentro: los tapiceros, vendedores ambulantes, todos desde el lugar que nos toque... Muchas personas sobrepasan a la verosimilitud del mejor de los actores incluso. Todos tenemos un actor dentro, sería bueno poder despertarlo.
-¿Hay que perder el pudor para actuar?
-Hay que enfrentarse a la instancia de subir a un escenario. Significa en algún punto como la pérdida de la virginidad, e implica romper con los tabúes de la culpa, matar a todos nuestros padres y a todos los dioses de cualquier iglesia.
Perfil
Juan Comotti nació el 18 de noviembre de 1975.
Es licenciado en Arte Dramático (UnCuyo). Tiene un magister en Artes y Dirección Teatral (Universidad de Chile) y un diplomado en Improvisación (Universidad del Bosque, Colombia)
Gustos:
Un libro: "Los limites y el caos" de Jorge Enrique Ramponi
Una película: "¿Quieres ser John Malkovich?" (Spike Jonze, 1999)
Un grupo: Pantera
Un compositor: Silvio Rodríguez
Una canción: "Cantata de puentes amarillos" del álbum "Artaud" (1973) de Pescado Rabioso
Un hobby: Cocinar
Inscripciones cursos de teatro:
Teatro Enko Sala "Gladys Ravalle"
Dirección: Almirante Brown 755 - Godoy Cruz
Mail: juancomotti@yahoo.com
Teléfono: 261-154722921