En una excelente nota publicada en el Suplemento Fincas de Los Andes del 6 de junio, Ángel Mendoza pasa lista de los problemas que, tanto fincas como bodegas deberían solucionar para mejorar la calidad de los vinos ofrecidos en el mercado argentino como en el de exportación.
Dejando de lado los problemas generados por la economía nacional que la industria no puede modificar y que son ya un tema conocido, veamos algunas frases de la nota mencionada que nos ayuden a tener respuesta para la pregunta del título.
Ángel Mendoza escribe: “La vitivinicultura del terroir y de vinos de calidad superior, no más del 10% del mercado, ha encontrado un brillante camino rentable...En este sector, los costos se disimulan con el valor agregado. En cambio, la vitivinicultura de productos genéricos, masivos y gama media, participando en más del 80% del mercado, es la que presenta costos ocultos y baja eficiencia. Los vinos cotidianos, “sin alma”, pierden una porción significativa del mercado”.
Sigamos citando una frase más: “El mundo bebe chardonnay y cabernet, mientras que Argentina posee más del 40% de hectáreas cultivadas con diversas variedades mezclas y/o criollas. Éstas uvas poseen muy bajo potencial enológico para las abundantes estructuras antiguas de vinificación”.
Ese 40% de hectáreas no aportan vinos que el consumidor argentino ni el de otras tierras busca, compra y disfruta. Tampoco podemos exigir, a quienes no hicieron el recambio varietal ni de métodos de elaboración cuando el mercado lo pidió, que lo hagan ahora.
Tengamos presente que el consumo de vino está balanceado entre la demanda y una oferta presente para abastecerla. Esto quiere decir que no podemos pretender que quien ya bebe vino beba más.
En una nota que Los Andes me publicó, “Assemblage general” (25/4/15), mencioné este tema: esto es, el de considerar quién será el que se sume a los bebedores de vinos ya existentes. Se deberá hacer un estudio para investigar si quienes hoy consumen cerveza, fernet con cola, gaseosas, aguas saborizadas, jugos y otras bebidas estarían dispuestos a remplazarlas por un vino que, como estamos viendo, sería, por lo menos en un principio, de calidad inferior.
Esa investigación se debe hacer con degustaciones, no con promociones y publicidad genéricas que nunca han conseguido mejorar el consumo porque siempre lo mostraron a niveles vulgares. Vale aquí referirme a una anécdota que viene al caso: un importador que tuve por muchos años en Estados Unidos decía que el vino se vende después de que haya pasado por la vejiga del consumidor y luego vuelve para comprar otra botella; esa segunda botella es la que comienza la venta, porque la primera, decía mi importador y amigo, sólo sirve para llenar las cañerías sin afectar la oferta.
Al mismo tiempo hay que hacer una campaña de promoción y publicidad que presente el vino alcanzable para un presupuesto reducido, en situaciones y lugares de altísimo nivel.
Hoy no se toma vino por tradición, porque “mi padre toma vino y mis abuelos tomaban vino”. El vino debe convencer al potencial bebedor de que es algo que le produce satisfacción y por el que está dispuesto a remplazar lo que está bebiendo. Volviendo a cifras de Ángel Mendoza, quienes tienen ese 40% de los viñedos y de ese 80% de vinos genéricos que hoy padecen una disminución en su consumo, son los responsables de lograrlo.