1996. Año de elecciones muy importantes en Israel. La primera vez que se eligió primer ministro de forma directa. El socialista Shimon Peres, a cargo de la cartera desde el asesinato en el ’95 de Yitzhak Rabin, tiene ventaja para las elecciones de mayo. Le compite el liberal Benjamín Bibi Netanyahu. El debate entre ambos es mantener o no, respectivamente, los acuerdos de Oslo que tres años antes abrieron esperanzas para la creación de un Estado palestino. El escenario en Israel es ese año muy complicado, con treinta meses de ofensiva terrorista. En marzo y febrero hubo una cadena de nuevas masacres cometidas por Hamas en autobuses y shoppings en Jerusalén, Tel Aviv y Ashkelon, que dejó 60 muertos.
Esos golpes sangrientos, quitaron grosor a la izquierda israelí. Peres comenzó a perder la leve ventaja en las encuestas y buscó salvar su candidatura con un guiño al electorado más duro. Ordenó entonces la Operación Uvas de Ira contra el Líbano. Un ataque de 16 días, entre el 11 y el 27 de abril, casi en el umbral de las urnas, con más de mil bombardeos sobre Beirut en blancos indicados como de la guerrilla pro-iraní del partido Hezbollah. Fue una lluvia de hierro de más de 25.000 proyectiles que acabó por espantar al electorado árabe-israelí que había venido apoyando a Peres.
l resultado fue la victoria de Netanyahu por un apenas un punto: 50,5% contra 49,5%. Esa diferencia mínima fue políticamente inmensa. De permanecer Peres en el cargo, los acuerdos de Oslo hubieran continuado, una alternativa que disgustaba a Hamas como a la derecha israelí. Para Bibi, esos compromisos, que incluían el reconocimiento de la Organización de Liberación de Palestina fueron un "disparate histórico" y un "acontecimiento de humillación nacional". Con Netanyahu ganó el criterio de la colonización de Cisjordania, una de las dos estructuras territoriales que deberían contener al ausente Estado Palestino.
2000. Es el 29 de setiembre y Ariel Sharon, un antiguo rival interno de Netanyahu, de quien había sido ministro, decide dar un paseo. Lo hace por la Explanada de la Mezquitas en Jerusalén, el tercer lugar más sagrado del Islam mundial por detrás de La Meca y Medina. El ex militar y ahora líder del Likud, un duro acusado de las masacres de Sabra y Shatila, había anticipado a los palestinos sobre esta atrevida incursión que usó para proclamar la pertenencia judía de ese sitio. Las consecuencias fueron explosivas, pero de eso se trataba.
Sharon fue ahí para asegurar su carrera a la jefatura de Gobierno. En medio de la batalla campal que se armó entre los soldados israelíes y los ofendidos jóvenes palestinos, Ari llamó a la secretaria del Likud. Quería indagar el efecto en las encuestas y en la dirección partidaria. Una narrativa muy discutida y dudosa sostiene que ese gesto provocador fue el disparador de la segunda Intifada, la guerra con piedras que los palestinos lanzaron contra sus ocupantes y que en los seis años siguientes dejó 5.000 muertos. Al revés que a Peres, a Sharon la audacia le dio resultado. A los pocos meses, en marzo de 2001, lograba sentarse en el principal sillón del poder israelí.
Lo que siguió sepultó aún más la salida del conflicto. Hamas fue el socio perfecto para ese callejón. Sharon es el líder que construyó el impresionante muro que separa a ambos pueblos y se alza, viboreando sobre territorio palestino, como una nueva frontera. Pero su mayor mérito estratégico fue haber convertido a Hamas en el ganador de la evacuación de los colonos judíos de Gaza en 2005. Esa operación, que le costó incluso romper con el Likud, la hizo sin dejar participar a la Autoridad Palestina en Cisjordania, lo que hubiera licuado al integrismo. Hamas convirtió la retirada en una victoria con la que logró un aplastante triunfo electoral en todos los territorios que profundizó a niveles sin precedentes la división del campo palestino.
2014. Julio. Israel ataca la Franja de Gaza con el saldo de cinco muertos y el arresto de centenares de palestinos. Lo hace en reacción por el secuestro y asesinato de tres adolescentes judíos, un crimen que el gobierno de Netanyahu atribuye a Hamas. Ese grupo niega toda responsabilidad. La situación es confusa, pero la ofensiva genera un castigo colectivo en la Franja que sólo parece apenas esconder la irritación israelí por la reciente decisión de los grupos palestinos de unificarse y llamar a elecciones para un gobierno de unidad.
Comienzan a caer los primeros cohetes sobre Israel. La dureza de la acción militar se detiene, sin embargo vuelve cuando aparece masacrado el cadáver de un jovencito palestino. El chico había sido secuestrado por fundamentalistas judíos que lo quemaron vivo.
El episodio golpea la moral israelí y los diarios reproducen la preocupación de politólogos y sociólogos por semejante deriva racista. El periodista de The New York Times Steven Erlanger revela, citando informes de colegas, que detrás de ese crimen hay grupos de fanáticos antiárabes e integristas judíos ligados con una parte de la barra brava del equipo de fútbol Beitar Jerusalén.
Todo indicaba que era el momento para bajar las armas y evitar un mayor descontrol. Pero ese fue el instante que aprovechó el canciller Avigdor Lieberman, uno de los dirigentes que descarta toda posibilidad de una salida nacional palestina, para imponer la variante de una ofensiva arrasadora sobre Gaza. La intención del ministro es que Israel arrebate a Hamas el control de la Franja. Se trata de un gesto de fortaleza pero del cual Lieberman pretende sacar provecho en su carrera a la jefatura de Gobierno. Por eso atacó como débil a Netanyahu y le retiró su apoyo. Intenta convertirse en el Sharon de la época.
Lo que está en juego es la extensión de la construcción de viviendas para colonos judíos en Cisjordania. Uno de los aliados del canciller es Uri Ariel, ministro de Vivienda y número dos del partido derechista Casa Judía, que representa los intereses de los más de 500.000 colonos que viven en esa región palestina y Jerusalén oriental. La actual consecuencia de un centenar de muertos y los gravísimos daños causados en Gaza, ligan con aquella interna por el poder y la intención de saldar definitivamente el destino de los territorios que deberían ser palestinos.