Por Gustavo F. Iaies - Educador. Fundación CEPP. Especial para Los Andes
Hace un tiempo, me encontré un chico alemán que estaba haciendo pasantías en una escuela secundaria en Buenos Aires. Charlando con él, le pregunté:
-¿Qué te llama la atención de la escuela acá?
-Que no se entiende muy bien lo que hay que hacer y lo que no.
-¿Por ejemplo?
-Cuando suena el timbre en el recreo, ¿qué hay que hacer?
-¿Cómo qué hay que hacer? ¿Los chicos qué hacen?
-Algunos entran al aula otra vez, otros siguen jugando hasta que ven que viene la profesora, otros siguen jugando después, otros se van a lavar para entrar prolijos al aula.
-¿Y la profesora qué dice?
-No, nada.
Me quedé pensando en la respuesta del chico, que me dio algunos ejemplos más. En todos aparecía esta idea de que no era muy claro lo que se esperaba que los chicos hicieran, lo que esperábamos fuera su conducta. Pero los chicos entendían que era parte de una negociación, el que no entendía de afuera era él.
¿Por qué nuestros chicos no lo preguntaban? ¿Qué hacían? ¿Cómo les resultaba obvia esa pauta poco clara? Cada uno hacía lo que le parecía, algunos más transgresores, otros más cercanos a las normas, los chicos avanzaban en alguna forma de cumplimiento. Pero este chico que venía de afuera denunciaba una idea fuerte de lo que nos pasa: no entendía lo que había que hacer y lo que no, no había pauta.
Y esto ocurre en la mayoría de nuestras escuelas y de nuestras casas.
Nosotros nos quejamos de que los chicos no respetan las pautas, las normas, lo que les decimos que deben hacer. Lo que la visión del chico alemán indicaba es que no obedecen lo que no se entiende, lo que no existe. Que se han acostumbrado a que las cosas pueden ser de otro modo, de diferentes maneras, y van eligiendo algunas. No parece claro qué hacer cuando suena el timbre.
¿Qué camino tomar si no les hemos dicho lo que queremos, lo que deben cumplir o les proponemos?: “¿Le voy a decir a mi hijo que no tome si a todos los dejan tomar?”, entonces la voz adulta desaparece, por lo que los demás dicen o hacen, porque no escucha las pautas, porque no tengo claro si es así, pero lo cierto es que los dejamos solos, decidiendo lo que van a hacer. Es mucho más difícil elegir un camino cuando no tenemos una referencia, un paradigma, un parámetro; eso tienen que hacer nuestros chicos.
Ahí está el eje, una sociedad sin parámetros hace muy difícil para los chicos saber qué hacer. Cuando los adultos dudamos, los chicos se quedan solos, deben decidir el camino, el modo en que es más correcto comportarse.
Allí hay alguna de las respuestas a temas como el bullyng, cuando no hay adultos planteando pautas, los chicos más violentos lo hacen.
El abandono de los adultos del mundo de las pautas, lo que se puede y no se puede hacer, los deja solos, les hace muy difícil crecer, educarse.
Necesitamos volver a las pautas, los parámetros, las guías que les permitan crecer. Más allá de que las pautas sean más duras o más blandas, existirá la transgresión, el cuestionamiento y la discusión. Pero ellos tendrán una orientación, un mapeo de cómo se ordenará la sociedad y cómo deberían ordenarse ellos.
Los chicos no quieren a los padres más o menos porque sean más duros o más blandos, lo que no les perdonan es el abandono. Lo mismo nos ocurre en la sociedad, más duros o blandos esperan que seamos actores, para pelearse o acordar con lo que les decimos, pero que existamos, hablemos. Si no hablamos están solos, hacen lo que pueden.
Deberíamos asumir el lugar de la pauta, eso los va a ayudar.